La emisión de No somos nadie vivió uno de los momentos más tensos y emocionalmente desbordantes de su trayectoria reciente cuando Carlota Corredera, visiblemente afectada, terminó rompiéndose en pleno directo durante una conversación telefónica con Kiko Hernández.
1La confesión de Kiko Hernández
Lo que empezó como una llamada para recabar información de primera mano sobre la protesta que el colaborador mantiene en Melilla junto a Fran Antón, desembocó en una escena cargada de angustia, preocupación y un profundo sentimiento de impotencia por parte de la presentadora. Corredera, que decidió no activar el altavoz para preservar la intimidad del diálogo, fue trasladando a la audiencia, casi en tiempo real, las palabras que Hernández le iba comunicando desde el interior del local cuya clausura ha desencadenado esta situación límite.
Esa elección, aparentemente técnica, terminó convirtiéndose en un recurso dramático, porque permitía ver en el rostro de la comunicadora cómo cada frase recibida al otro lado del teléfono modificaba su expresión hasta dejarla completamente desarmada.
Mientras escuchaba a su compañero relatar las condiciones en las que se encontraba —huelga de hambre, cadenas, permanencia continuada dentro del establecimiento y una defensa férrea de que las licencias están vigentes hasta 2036, según su versión—, el gesto de Corredera fue ensombreciéndose. A cada palabra, el clima se hacía más denso. Su respiración, cada vez más entrecortada, dejaba entrever que algo mucho más delicado se estaba desarrollando fuera de la vista del público.
La audiencia percibía un malestar creciente, pero no podía imaginar que un instante decisivo estaba a punto de desencadenarse. Fue entonces cuando Hernández le transmitió una frase cuya intensidad emocional la desbordó por completo. Un mensaje breve, directo y cargado de un peso tan profundo que hizo estallar la contención que la periodista había sostenido hasta ese momento. De inmediato, con la voz rota y un gesto de incredulidad absoluta, soltó un estremecido: «Ay, por favor, Kiko. ¡No me digas eso!». A partir de ahí, el control emocional ya no era posible.








