Ser considerado el mejor profesor de España no es una cuestión de fama repentina ni de viralidad, sino el resultado de una trayectoria hecha a base de trabajo, innovación y compromiso real con la educación. Toni García lo sabe bien. Su historia como profesor y como director demuestra que, cuando la convivencia es prioridad, un centro puede transformarse y recuperar la ilusión por aprender.
En un país donde miles de docentes se esfuerzan cada día, este profesor logró algo más: cambiar un entorno escolar marcado por la violencia, las tensiones y el bullying en un espacio donde los alumnos quieren estar. Su premisa fue simple y contundente: no hay aprendizaje posible sin un ambiente pacífico y respetuoso.
¿Cómo se elige al mejor profesor de España?

Toni García explica que estos reconocimientos, como los premios nacionales o el Global Teacher Award, se basan en criterios muy claros. Para ser candidato, un profesor debe ser nominado por padres o alumnos y no por otros docentes, para evitar cualquier corporativismo. Después llega el proceso más complejo: presentar méritos, publicaciones, impacto en redes y proyectos de innovación educativa.
No se trata únicamente de dar clases, sino de influir en la comunidad escolar y generar cambios reales. Un profesor que investiga, publica, dirige proyectos y demuestra resultados concretos es quien obtiene la mayor puntuación. En ese camino, García acumuló años de carrera, decisiones valientes y una visión firme: cada escuela merece un clima sano para que los chicos se sientan seguros.
Una transformación desde adentro
Cuando este profesor llegó al centro Joaquín Carrión, en San Javier, se encontró con una situación que habría hecho renunciar a muchos. El 78% del alumnado era inmigrante y convivían 18 nacionalidades diferentes, con religiones, culturas y necesidades educativas muy diversas. Además, había alumnos con ceguera, sordera y discapacidades motoras e intelectuales. El escenario estaba marcado por agresiones a docentes y grupos divididos por etnias.
García asumió la dirección y tomó medidas firmes desde el primer día. Fue un profesor que entendió que antes de prevenir había que actuar. Expulsó a alumnos que ejercían violencia y se enfrentó a padres que no aceptaban sanciones. Ese primer año fue difícil, pero sentó las bases de un cambio profundo.
Con el tiempo, implementó estrategias de prevención y escuchó a los chicos. Su despacho, dice, está abierto las 24 horas para ellos. Un profesor disponible genera confianza y construye vínculos duraderos. Cuando la convivencia mejoró, cualquier conflicto pequeño se detectaba al instante, porque nadie quería volver atrás.
Hoy, la experiencia demuestra que un profesor puede cambiar un centro educativo si tiene liderazgo, coherencia y la convicción de que la felicidad escolar es tan importante como los contenidos. En España, asegura García, aún hay colegios donde esta convivencia no existe, pero su historia muestra que otro camino es posible.









