La miel se ha convertido en un símbolo de salud natural y en el comodín perfecto para sustituir al azúcar en el té o en cualquier infusión. La imagen parece ideal: taza humeante, cucharilla, y ese hilo dorado cayendo directamente sobre el agua aún burbujeante. Pero, según Teresa Giner, detrás de esa costumbre tan extendida se esconde un error de temperatura que casi nadie tiene en cuenta.
Para entenderlo hay que saber qué hace diferente a la miel cruda frente a un simple edulcorante. En su interior hay enzimas, antioxidantes y compuestos con posible acción antibacteriana que solo se conservan si se tratan con cuidado. Cuando el agua supera ciertos grados, esas sustancias se degradan y, en lugar de sumar, pueden incluso dar lugar a subproductos que no interesan nada en una bebida diaria.
POR QUÉ EL TÉ HIRVIENDO NO ES BUENA IDEA
Todos hemos oído aquello de que el té, cuanto más caliente, mejor sienta para la garganta o los resfriados. Esa idea lleva a mucha gente a beberlo prácticamente hirviendo, sin dejar pasar ni un minuto desde que apaga el fuego o saca la taza del microondas. El problema es que esa prisa no solo puede quemar la boca, sino también arruinar los compuestos delicados que queremos aprovechar.
Teresa Giner recuerda que, a partir de ciertos grados, el propio té puede perder matices y volverse más áspero, así que tampoco gana nada con el exceso de calor. Las infusiones de hierbas funcionan bien por debajo del punto de ebullición y conservan mejor su aroma si se respetan esos márgenes. Dejar reposar unos minutos no es un capricho, es una forma sencilla de proteger lo que bebes.
QUÉ LE PASA A LA DULZURA NATURAL CUANDO HIERVE
Cuando echas un endulzante natural en agua hirviendo, no solo se disuelve el azúcar, también se alteran otras moléculas más frágiles. En el caso de la miel, sus enzimas comienzan a desactivarse a partir de unos 40 o 45 grados y se deterioran claramente por encima de 60. Algo parecido ocurre con parte de sus compuestos aromáticos, que se volatilizan y desaparecen sin que te des ni cuenta.
Los estudios que analizan cómo reacciona la miel al calor describen la formación progresiva de ciertos compuestos de degradación, como el hidroximetilfurfural, que aumenta a medida que sube la temperatura y el tiempo de exposición. No se trata de demonizar una cucharadita caliente aislada, sino de evitar repetir ese gesto a diario. Si la usas como rutina saludable, conviene tratarla con el mismo respeto que a un buen alimento.
CUÁNDO AÑADIR MIEL AL TÉ SEGÚN LOS EXPERTOS
El consejo de Teresa Giner y de muchos especialistas en nutrición es muy claro: espera a que el té deje de humear con fuerza antes de añadir la cucharadita de miel. Un truco casero consiste en dejar reposar la taza entre cinco y diez minutos, según el tipo de infusión. Así la bebida baja a una franja de temperatura mucho más respetuosa con sus compuestos frágiles.
Si no quieres estar pendiente del reloj, puedes fijarte en sensaciones muy sencillas. Cuando la taza ya se puede sujetar con las manos sin quemar y el vapor es suave, la temperatura suele rondar esos 50 o 60 grados que resultan razonables. A partir de ahí, la infusión sigue estando agradablemente caliente, pero ya no es un entorno agresivo que desactive sus propiedades más interesantes.
TRUCOS PRÁCTICOS PARA TU RUTINA DE INFUSIONES
Más allá de la temperatura, pequeños gestos ayudan a aprovechar mejor este endulzante natural en el día a día. Una opción cómoda consiste en disolver la miel en un poco de agua templada y añadir después esa mezcla al té ya listo. También puedes esperar a que la infusión se temple y añadirla justo antes de beber, removiendo despacio para que se mezcle de forma uniforme.
Otro truco sencillo es elegir formatos que respeten mejor el producto original. La miel cruda, sin pasteurizar y procedente de apicultores de confianza, suele conservar más matices y sustancias interesantes que las versiones demasiado procesadas. Guardarla en un lugar fresco, protegido de la luz directa, también ayuda a que llegue en mejores condiciones a tu taza y no pierda calidad antes de tiempo.
RIESGOS QUE NO SE SUELE CONTAR EN LA ETIQUETA
Cuando se habla de endulzantes naturales, muchas veces solo se resaltan sus ventajas sin explicar los matices. Calentar en exceso este producto no lo convierte en veneno inmediato, pero sí puede sumar pequeñas dosis de sustancias de degradación que no interesa acumular con el tiempo. A eso se añade su carga de azúcares simples, algo importante para personas con diabetes, resistencia a la insulina o problemas dentales frecuentes.
Los expertos también recuerdan que este endulzante natural está totalmente desaconsejado en menores de un año por el riesgo de botulismo infantil, independientemente de la temperatura del té. En niños mayores y adultos sanos ese riesgo se considera mínimo, pero no conviene olvidar esa advertencia. Si hay dudas, lo mejor es consultar con el pediatra y evitar improvisaciones, sobre todo cuando se trata de remedios caseros aparentemente inocentes.
ERRORES FRECUENTES Y CÓMO EVITARLOS EN CASA
Uno de los fallos más habituales es echar el endulzante nada más retirar el agua del fuego, aprovechando todavía el borboteo. Otro error común es pensar que, si se remueve con energía, los posibles daños desaparecen, cuando en realidad el problema es puramente térmico. La solución pasa por cambiar el orden de los pasos: primero infusionar, después dejar reposar y, por último, añadir la cucharadita deseada.
Teresa Giner insiste en que no se trata de complicar un gesto tan cotidiano como preparar un té, sino de ajustarlo ligeramente para que tenga sentido. Convertir ese momento en un pequeño ritual, con unos minutos de espera consciente, puede marcar la diferencia entre una costumbre vacía y un hábito realmente saludable. A partir de hoy, quizá mires el vapor de tu taza con otros ojos.











