En la aviación militar hay figuras visibles y otras ocultas, pero todas comparten un punto de no retorno. Fer, piloto del Ejército del Aire, aprendió que los errores nunca avisan. Cada vuelo combina cálculo, riesgo, disciplina mental y una presión constante que pocos conocen fuera de una cabina cerrada de metal y silencio profundo antes del despegue.
La vida profesional dentro del Ejército del Aire está hecha de rutinas que esconden decisiones críticas. Fer, piloto de pruebas en una unidad técnica, sabe que la verdadera seguridad nace de la preparación. Nada se improvisa. Cada instrumento, cada señal y cada segundo cuentan cuando el cielo se vuelve imprevisible sin aviso posible entre nubes densas y riesgos silenciosos constantes.
Ser piloto: El corazón de la experimentación aérea española

Fer no es solo un piloto; es parte de una élite muy concreta y poco conocida: quienes han trabajado en el CLEX, el Centro Logístico de Armamento y Experimentación. Se trata de una unidad del Ejército del Aire donde conviven ingenieros, software, armamento, paracaídas y tabletas de cabina. Todo es objeto de prueba. Todo se diseña, valida, corrige y vuelve a probar antes de llegar a un escuadrón operativo.
“En el CLEX no solo se vuelan aviones. Se integran misiles, se modifica software, se comprueba cómo se separa un proyectil del ala, cómo afecta a la aerodinámica, y hasta qué ocurre si llevas una tablet en el asiento cuando te eyectas”, explica. Se ensayan sistemas, ideas y capacidades. Nada llega a una misión sin pasar antes por alguien como él.
No prueban “aviones nuevos” al estilo americano; España no produce un caza desde cero. Aquí se prueban capacidades nuevas. Un arma, un sensor, una interfaz, una mejora de software. “Y eso abarca desde una A400 tirando paracaidistas, hasta como interactúa un misil con el radar de un Eurofighter”, resume Fer.
El riesgo real: no está en la maniobra más espectacular
Lo más llamativo es que su incidente más serio no ocurrió en un ensayo extremo, sino en una situación aparentemente rutinaria: “Hoy el riesgo más alto está en cada vuelo y en cada equipo. No tiene que ser algo raro; a veces la cagada llega cuando te confías”.
Por eso el piloto insiste: la conciencia situacional, ese concepto tan simple y tan implacable, es la frontera entre la normalidad y el desastre. “En un avión, da igual cuál sea, si pierdes la referencia, si no sabes dónde estás en el momento crítico… estás perdido”.
Para llegar a ese nivel de autocrítica hay que pasar una criba técnica radical. Fer estudió en la Academia General del Aire, voló el mítico 101 y se especializó en apagafuegos. Después, obtuvo el curso de piloto de pruebas en España, un entrenamiento intensivo donde se vuelve a aprender matemáticas, aerodinámica, estabilidad, software y física desde cero.
“Es un baño de ingeniería. Vuelves a las fórmulas, vuelas todo tipo de aviones, trabajas mano a mano con ingenieros aeronáuticos. Es como meter cinco años de carrera en diez meses”, explica. Durante ese periodo acumuló horas en F-18 y Eurofighter, realizó vuelos supersónicos y conoció en primera persona el límite físico del cuerpo humano. Su récord llegó a bordo de un Mirage 2000 francés: 40.000 pies de altura, Mach 1.5 y 9 G en una sola sesión. “Son solo cinco segundos, pero te revienta. Si no llevas traje anti-G te quedas literalmente sin sangre en el cerebro”.









