jueves, 4 diciembre 2025

¿Cansado de tratar solo los síntomas? La medicina funcional explica por qué no mejoras

- Un enfoque que va más allá de los síntomas y devuelve protagonismo a los hábitos.

La Medicina Funcional está empezando a sonar fuerte entre quienes buscan cuidarse de verdad, sin quedarse solo en apagar síntomas. Y no es casualidad. Germont Roy —que prefiere llamarse coach funcional antes que médico funcional— lo resume con una frase que, si la escuchas despacio, cambia mucho la perspectiva: “La salud no es vivir más años, sino vivir mejor esos años”.

Buscar la raíz, no solo poner un parche

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La Medicina Funcional busca la causa real del síntoma, no taparlo. Fuente:Canva

La gran diferencia con la medicina clínica no está en la teoría, sino en la intención. La Medicina Funcional parte de una pregunta simple, pero poderosa: ¿qué le falta al cuerpo para funcionar como debería?

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Roy lo explica con algo tan común como un dolor de cabeza. Donde la medicina tradicional podría recetar un analgésico —y ojo, en emergencias es imprescindible—, la MF mira más adentro: ¿hay un déficit nutricional?, ¿mal descanso?, ¿estrés acumulado?, ¿alguna emoción no gestionada?, ¿una alimentación que no acompaña?

La meta no es silenciar el síntoma, sino devolverle al cuerpo sus capacidades naturales. Y eso, dice Roy, requiere hábitos que uno entienda y pueda mantener: “Se trata de encontrar la dosis exacta de cada hábito para que encaje en tu vida y acabe convirtiéndose en tu estilo de vida”.

La paradoja de los suplementos: donde más se toman, menos falta hacen

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Los hábitos sólidos son la base del bienestar profundo. Fuente:Canva

Uno de los puntos más curiosos —y un poco irónicos— que menciona Roy es lo que él llama la gran paradoja de la suplementación. Los países que mejor comen (Norte de Europa, EE. UU., Canadá) son los que más suplementos consumen. Mientras tanto, en zonas donde la dieta sí presenta carencias reales, como en gran parte de Latinoamérica, el mercado apenas crece.

A eso se suma la “guerra” actual: unos dicen que no hace falta suplementar si comes bien; otros, especialmente desde el biohacking, apuestan por listas interminables de cápsulas.

Roy se queda en el punto sensato:
El suplemento es la guinda, pero el pastel son los hábitos.
Sin buena alimentación, buen sueño, movimiento y gestión del estrés, la suplementación es como intentar arreglar un tejado sin haber construido la casa.

Tres suplementos que sí tienen sentido (según Roy)

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Magnesio, vitamina C y proteína: los tres imprescindibles. Fuente:Canva

Aun así, hay tres suplementos que, según él, casi todo el mundo debería considerar por cómo vivimos hoy:

1. Magnesio.
Implicado en cientos de reacciones del cuerpo. El agua actual casi no tiene, y las versiones baratas (óxido, aluminio) se absorben fatal.

2. Vitamina C.
Los humanos no la producimos, y es clave para el sistema inmune y el colágeno. Un solo gramo, esa recomendación típica, suele quedarse corto cuando estamos enfermos.

3. Proteína.
Roy lo dice sin rodeos: “La gente no come ni la mitad de la proteína que necesita”. Y la proteína no daña riñones; es la base del músculo, el principal indicador de longevidad.

A esto se suman otros complementos con aval científico —como la creatina o ciertos adaptógenos—, pero siempre con criterio, no “porque sí”.

La hormesis: estresarnos un poco para fortalecernos

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Aquí Roy se pone casi filosófico, pero tiene sentido. Habla de hormesis, ese fenómeno en el que pequeñas dosis de estrés (del bueno) fortalecen al cuerpo: ejercicio, ayuno, frío, sol…

El problema es que hoy vivimos lo contrario: buscamos dopamina inmediata. Redes sociales, azúcar, estímulos constantes. Y ese exceso de comodidad —dice él— nos hace más frágiles.

A veces, un poco de incomodidad es medicina.

Un cierre que incomoda, pero despierta

Antes de terminar, Roy deja un mensaje que sirve casi como espejo:
“Cuestiónalo todo. Si tus análisis están perfectos pero tú no te sientes bien, algo falta”.

La salud, insiste, no se construye con soluciones mágicas, sino aplicando conocimiento, midiendo, ajustando y, sobre todo, aceptando que el bienestar real no siempre se siente cómodo… pero sí profundamente transformador.


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