jueves, 4 diciembre 2025

Lara, enfermera de quirófano: «Cuando entras en quirófano al principio es un sitio tan hostil que solo quieres quedarte en una esquina»

Lara es enfermera de quirófano y convive cada día con decisiones límite, miedos y segundos decisivos. Habla de vocación, trabajo en equipo y humanidad en un entorno tan hostil como imprescindible dentro de la medicina moderna.

Cuando Lara explica cual es su trabajo, lo hace con una mezcla de emoción, respeto y una serenidad profunda que solo tienen quienes conocen el límite exacto entre la vida y la muerte. Es enfermera de quirófano en el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz y, aunque su voz transmita tranquilidad, su día a día transcurre en uno de los escenarios más exigentes, tensos y decisivos de la medicina moderna: el bloque quirúrgico.

Resume su trabajo en el quirófano con una frase que parece un mantra: “Si puedes curar, cura. Si no puedes curar, cuida. Si no puedes cuidar, acompaña”. Esa es la ética que la sostiene cuando las luces se encienden, los monitores empiezan a pitar y la vida de alguien pasa a depender de un equipo que tiene que funcionar con precisión milimétrica.

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Trabajar en un quirófano: Vocación desde los seis años

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Lara tenía apenas cinco o seis años cuando una intoxicación alimentaria la llevó a la UCI pediátrica. No recuerda diagnósticos ni conversaciones técnicas; recuerda ojos amables detrás de mascarillas azules, manos que la calmaban, personas que aparecían cada poco con algo para aliviarle el miedo. “Yo no sabía lo que tenían, pero quería ser como ellas”, confiesa. “Eran mis heroínas”.

Desde entonces, lo tuvo claro. Mientras muchos adolescentes dudaban frente a las listas de carreras, ella no tuvo que hacerse preguntas. En selectividad, no rellenó una primera opción: llenó una declaración de identidad. No quiero trabajar de enfermera, quiero ser enfermera. Es una diferencia sutil, pero definitoria.

Estudiar enfermería no le pareció difícil en contenido, pero sí en ritmo. Lara y sus compañeros pasaban cinco días a la semana fuera de casa desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche. Prácticas reales en hospitales por la mañana; clases teóricas por la tarde. Sin pausas largas. Sin margen.

“No sales siendo nueva del todo”, explica. “Cuando terminas la carrera, ya has pisado quirófanos, urgencias, UCI… ya escuchaste pitidos, viste miedos reales, acompañaste familias”. Esa es la diferencia que marca a una enfermera: no solamente estudia el cuerpo, aprende a estar presente cuando el cuerpo falla.

Quirófano: un mundo que intimida

Quirófano: un mundo que intimida
Fuente: agencias

“Cuando entras por primera vez en un quirófano, quieres pegarte a la esquina más lejana y no tocar nada”. Lara lo cuenta riéndose, pero el respeto es evidente. Nada en la televisión prepara para la realidad. No hay dramatismo de serie americana. Hay listas. Preparativos. Comunicación constante.

A las 7:30 de la mañana ya está de pie, revisando historiales, leyendo procedimientos, anticipando riesgos. Su misión en el quirófano no es solo preparar lo que hará falta para la cirugía, sino también lo que podría hacer falta si algo se complica. Porque puede complicarse. Ella memoriza instrumental, fungible, anestesias, vías, puntos, drenajes. Lleva mentalmente un plan A, B y C. En quirófano no existe el “ya veo luego”. Allí, si falta algo, se pierde tiempo. Y en ciertos momentos, el tiempo lo es todo.

En una intervención sencilla puede haber un anestesista, dos cirujanos y dos enfermeras. En una compleja, se mezclan especialidades: torácicos, otorrinos, residentes, auxiliares, circulantes y celadores. Todos en un espacio reducido, cada uno con una función que no puede fallar. “Hay algo que nunca se ve desde fuera”, dice Lara. “La comunicación. El buen rollo. El hablar claro. El entenderse sin gritar”.


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