miércoles, 3 diciembre 2025

Un fiordo nórdico a dos horas de Madrid: acantilados verdes, pueblos marineros y miradores para quedarte a vivir

La imagen de un fiordo con acantilados verdes, mar en calma y casitas asomadas al agua no está tan lejos como parece: en Ribadesella, a unas dos horas de Madrid en coche o AVE más enlace por carretera, el Cantábrico se cuela entre praderas y montes como si imitara a Noruega. Aquí el mar talla paredes verticales, los pueblos huelen a sal y sidra, y los miradores regalan atardeceres casi hipnóticos.

La palabra fiordo suele llevarnos a Noruega, pero en la costa asturiana muchos viajeros encuentran sensaciones muy parecidas sin salir de España. Ribadesella, entre el mar Cantábrico y las primeras montañas de los Picos de Europa, combina acantilados de vértigo, prados imposibles y una villa marinera con mucho carácter.

Llegar es sencillo y rápido, y eso ayuda a que cada vez más gente la tenga en el radar como plan improvisado. En poco tiempo pasas del asfalto y los atascos a una carretera que serpentea entre verdes intensos y olor a hierba mojada, hasta que, casi sin darte cuenta, aparece la ría y el perfil de la villa. A partir de ahí se multiplican las opciones: rutas sobre acantilados, playas abiertas al Cantábrico, miradores discretos y un casco histórico que se recorre sin prisa y se saborea todavía mejor con un culín de sidra.

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UN FIORDO VERDE A UN PASO DE MADRID

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La comparación puede sonar atrevida, pero cuando te asomas a los acantilados de Ribadesella y ves cómo el mar entra en una costa recortada, estrecha y flanqueada por paredes verdes, es difícil no pensar en la silueta de un fiordo atlántico en versión asturiana. Aquí los valles llegan al mar en forma de rías y ensenadas, creando un paisaje donde las montañas parecen caer directamente al agua. Esa mezcla de verticalidad, prados y caseríos colgados sobre el Cantábrico es lo que hace que muchos hablen ya de un pequeño “fiordo” nórdico a dos horas de Madrid.

Lo mejor es que no hace falta ser un experto senderista para disfrutar de estas vistas tan especiales. Desde la propia villa puedes acercarte en coche o a pie a distintos puntos de la costa donde el mar se cuela entre rocas y praderas, formando entrantes estrechos y miradores naturales que parecen balcones a otro país. Si el día está despejado, las montañas del interior asoman al fondo y completan una postal que parece sacada de un viaje mucho más lejano del que realmente has hecho.

RIBADESELLA, VILLA MARINERA CON ENCANTO

Más allá del paisaje, Ribadesella enamora como pueblo marinero que ha sabido conservar su personalidad. El casco histórico guarda casas indianas, edificios de aire señorial y calles estrechas que recuerdan la importancia que tuvo el puerto en otros tiempos. Pasear por el paseo marítimo, sentarse en una terraza frente a la ría y ver entrar y salir las barcas es casi un ritual para cualquiera que llega por primera vez.

La parte moderna convive con el barrio antiguo y con la zona del puerto deportivo, donde el ambiente cambia según la hora del día. Por la mañana domina la tranquilidad, con gente mayor paseando y niños en bicicleta, mientras que al caer la tarde las terrazas se llenan y el olor a pescado a la plancha lo invade todo. Esa mezcla de vida local y turismo contenido hace que te sientas de viaje, pero sin la sensación de estar en un decorado para visitantes.

ACANTILADOS DEL INFIERNO: EL LADO MÁS SALVAJE

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Si hay una imagen que se queda grabada en la memoria son los Acantilados del Infierno, un tramo de costa donde el Cantábrico choca con fuerza contra paredes que pueden alcanzar el centenar de metros. La ruta que recorre esta zona es relativamente sencilla y discurre entre praderas y senderos bien marcados, siempre con el mar a un lado y el sonido constante de las olas al fondo. A ratos el paisaje parece una sucesión de esculturas talladas por el viento y la sal.

En los puntos más espectaculares, pequeños miradores naturales permiten asomarse con seguridad a esa mezcla de roca, espuma y cielo. En días de fuerte oleaje el espectáculo es aún más intenso, con columnas de agua golpeando los acantilados y levantando nubes de salitre. Conviene llevar calzado cómodo, algo de abrigo incluso en verano y, sobre todo, muchas ganas de detenerse cada pocos metros para hacer fotos y simplemente mirar.

PLAYAS, RÍA Y PASEOS JUNTO AL MAR

Ribadesella no se entiende sin sus playas, que añaden un punto más relajado a tanta emoción paisajística. La más conocida es la playa de Santa Marina, un amplio arenal urbano de arena fina y dorada que se abre al Cantábrico y que está enmarcado por un elegante paseo marítimo con casas señoriales. Es perfecta para pasear al amanecer, correr junto a las olas o simplemente tumbarse a escuchar el mar sin alejarse del pueblo.

La ría, por su parte, aporta un paisaje más calmado y recogido, ideal para paseos tranquilos y para quienes buscan actividades como el paddle surf o el kayak en aguas más serenas. El contraste entre el mar abierto y esta lámina de agua interior crea una sensación de refugio muy especial. En sus orillas se mezclan muelles, pequeñas embarcaciones y caminos peatonales que invitan a explorar sin prisas, dejando que el tiempo pase casi sin darte cuenta.

RUTAS Y MIRADORES PARA QUEDARSE A VIVIR

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Los alrededores de Ribadesella están llenos de rutas sencillas que regalan vistas de esas que hacen pensar en mudarse para siempre. No hace falta alejarse mucho: senderos costeros, caminos entre prados y pequeñas colinas permiten encontrar miradores desde los que se domina la unión del río, el mar y las montañas. Muchos de estos puntos de observación son áreas recreativas con mesas de picnic y bancos estratégicamente colocados.

Algunos miradores miran hacia los acantilados, otros se orientan hacia la ría o hacia las montañas del interior, pero todos comparten esa sensación de amplitud y de aire limpio que engancha. Son lugares perfectos para ver la puesta de sol, con el cielo tiñéndose de tonos anaranjados sobre el Cantábrico mientras las luces de la villa se encienden poco a poco. Es difícil no imaginar cómo sería vivir cada día con este paisaje de fondo.

GASTRONOMÍA MARINERA Y SABOR ASTUR

Una escapada a Ribadesella no estaría completa sin sentarse a la mesa y dejarse llevar por la gastronomía local. Los restaurantes y sidrerías de la zona presumen de pescados y mariscos frescos, traídos del cercano puerto, y de platos tradicionales asturianos que reconfortan en cualquier época del año. Desde una sencilla ración de calamares hasta una buena fabada o un arroz con bugre, las opciones invitan a alargar la sobremesa.

El ambiente en las sidrerías añade un punto más de autenticidad a la experiencia. Ver escanciar la sidra, escuchar el murmullo de las conversaciones y compartir mesa con gente local y visitantes crea esa sensación de lugar vivido que tanto cuesta encontrar en otros destinos. Después, un paseo tranquilo por el paseo marítimo o por las calles de la villa ayuda a bajar la comida y a despedirse del día con buen sabor de boca.

UNA ESCAPADA PERFECTA DESDE LA CIUDAD

Para quienes viven en Madrid, Ribadesella se ha convertido en una especie de válvula de escape accesible y agradecida. La combinación de buenas comunicaciones, paisajes que parecen sacados de un catálogo de viajes lejanos y una villa con todos los servicios hacen que organizar la escapada sea muy sencillo. Basta elegir un fin de semana, revisar la previsión del tiempo y decidir si apetece más caminar, comer bien o simplemente descansar frente al mar.

Esa facilidad para pasar en pocas horas de la gran ciudad a un entorno casi de fiordo atlántico explica que muchos repitan visita y vayan descubriendo cada vez rincones nuevos. Un día puede estar dedicado a los acantilados y las rutas, otro a las playas y la ría, y siempre queda tiempo para perderse por el casco antiguo o improvisar una comida frente al puerto. Al final, lo difícil no es llegar, sino encontrar el momento de hacer la maleta y animarse a venir.


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