miércoles, 3 diciembre 2025

Nerea Campos (41), neumóloga: “Ese cigarrillo ‘solo después de comer’ pesa mucho más en tus arterias que en el cenicero”

Una imagen de libertad falsa. Así define la neumóloga Nerea Campos ese “cigarrillo solo después de comer” que muchos consideran inofensivo. A sus 41 años, tras ver cientos de placas de tórax y pruebas de esfuerzo, tiene claro que no existe dosis segura. El cuerpo recuerda cada calada, aunque la mente quiera olvidarla.

El cigarrillo es, para Nerea Campos, el mejor ejemplo de cómo el cerebro puede justificar lo injustificable en cuestión de segundos. Esta neumóloga de 41 años, con amplia experiencia en consulta hospitalaria y ambulatoria, escucha cada día las mismas frases: “solo fumo uno”, “ya casi no fumo”, “lo dejo cuando quiera”. Detrás de esas palabras, sin embargo, se esconden mecanismos de adicción muy potentes y un riesgo cardiovascular infravalorado.

En su despacho, lleno de informes, radiografías y pequeños recordatorios escritos a mano, Nerea ha aprendido a traducir esos autoengaños en datos concretos. Sabe que un cigarrillo puntual no es una anécdota, sino un disparo de nicotina y sustancias tóxicas que se acumulan. Por eso insiste en que no hay fumador “ocasional inocente”. Cada calada supone un daño real, aunque los síntomas tarden años en aparecer.

Publicidad

LA MENTIRA DEL “SOLO UNO DESPUÉS DE COMER”

Nerea explica que la frase “solo fumo uno después de comer” casi nunca describe la realidad completa. Muchas personas que empiezan con ese ritual acaban añadiendo otro cuando salen a tomar café, otro al conducir o al terminar la jornada. El cerebro se aferra a la idea de control, pero en silencio va ampliando el número de momentos asociados al tabaco sin que el fumador sea plenamente consciente.

Además, ese “solo uno” llega en un momento biológicamente delicado. Tras una comida abundante, la digestión ya está exigiendo un esfuerzo extra al sistema circulatorio. Si a eso se suma un pico brusco de nicotina y monóxido de carbono, las arterias se contraen y el corazón trabaja con más presión. Nerea lo resume con crudeza en consulta: ese cigarrillo pesa más en tus vasos sanguíneos que en el propio cenicero de la mesa.

CÓMO AFECTA UN CIGARRILLO A TUS ARTERIAS

Cuando una persona enciende un cigarrillo, en pocos segundos la nicotina alcanza el sistema nervioso y provoca una descarga de adrenalina. Esa cascada hormonal hace que aumente la frecuencia cardíaca, suba la tensión arterial y se estrechen las arterias. Nerea insiste en que no se trata de una simple “subida puntual”, sino de una agresión repetida al endotelio, la delicada capa interna que recubre los vasos sanguíneos y los mantiene flexibles.

Con cada calada, se inhalan partículas que favorecen la inflamación crónica y la formación de placas de ateroma. Esas placas van estrechando progresivamente las arterias y preparan el terreno para infartos de miocardio o accidentes cerebrovasculares años más tarde. Lo más engañoso, según la neumóloga, es que durante mucho tiempo el cuerpo aguanta sin dar señales claras. Cuando aparece el dolor en el pecho o la falta de aire al subir escaleras, la película ya lleva demasiado rodada.

LO QUE NO TE CUENTAN SOBRE EL “FUMADOR SOCIAL”

YouTube video

El concepto de “fumador social” resulta especialmente peligroso para Nerea porque transmite una falsa sensación de inmunidad. Muchas personas se definen así para restar importancia al hábito: dicen que solo fuman en cumpleaños, en terrazas con amigos o en eventos especiales. Sin embargo, cada una de esas ocasiones se acompaña casi siempre de alcohol, falta de sueño o estrés, lo que multiplica el impacto del tabaco en el organismo sin que el afectado lo perciba.

Además, el fumador social convive con una trampa: cada encuentro se convierte en un disparador psicológico. Ver a alguien encender un cigarrillo, oler el humo o simplemente sentarse en una terraza activa el deseo. Con el tiempo, esos “eventos especiales” se vuelven más frecuentes y la barrera mental se debilita. Nerea señala que muchos de sus pacientes que hoy fuman a diario empezaron jurando que solo encenderían uno en fiestas o en vacaciones.

SEÑALES TEMPRANAS QUE TU CUERPO YA ESTÁ ENVIANDO

Aunque no siempre se les presta atención, el cuerpo suele lanzar avisos moderados mucho antes de un diagnóstico grave. Nerea pide fijarse en pequeñas pistas: tos matutina que se normaliza, picor de garganta recurrente, sensación de ahogo al subir una cuesta corta o una fatiga desproporcionada tras esfuerzos habituales. Estos síntomas se atribuyen a menudo a la edad, al estrés o al sedentarismo, pero pueden ser el primer reflejo del daño provocado por el tabaco.

Otra señal frecuente es la pérdida progresiva de capacidad deportiva. Personas que antes corrían sin problema o jugaban un partido entero empiezan a notar que necesitan más descansos o que se quedan sin aire antes que sus compañeros. En sus consultas, la neumóloga ve cómo muchos restan importancia a este cambio, pero las pruebas de función pulmonar revelan una historia distinta. El pulmón, silencioso y paciente, lleva años avisando sin ser escuchado.

ESTRATEGIAS REALISTAS PARA ROMPER EL AUTOENGAÑO

YouTube video

Nerea insiste en que dejar de fumar no empieza con la última calada, sino con un cambio de narrativa interna. Invita a sus pacientes a sustituir frases como “solo uno después de comer” por formulaciones más honestas: “sigo fumando y me cuesta admitirlo”. Ese simple gesto de sinceridad abre la puerta a buscar ayuda profesional y a diseñar un plan. Reconocer la dependencia no es un fracaso, sino el primer signo de que se ha recuperado el control.

En la práctica, propone pequeñas decisiones muy concretas: no llevar mechero encima, evitar la zona de fumadores los primeros días, avisar a amigos y familiares de la decisión y pactar que no se ofrecerán cigarrillos. También recomienda marcar por escrito una fecha para dejarlo, en lugar de confiar en un vago “ya lo iré dejando”. Cuando la mente se pone creativa para justificar una excepción, tener ese compromiso visible ayuda a recordar el motivo de fondo.

LO QUE GANA TU CUERPO CUANDO APAGAS EL ÚLTIMO

Para contrarrestar el discurso de la pérdida, Nerea dedica tiempo en consulta a enumerar las ganancias concretas de dejar el tabaco. En pocas horas, desciende el monóxido de carbono en sangre y mejora la oxigenación de los tejidos. En días, el gusto y el olfato se vuelven más nítidos, y la sensación de ahogo al hacer esfuerzos empieza a remitir. Aunque parezcan cambios pequeños, construyen una experiencia física positiva que refuerza la decisión.

A medio plazo, el riesgo de infarto y de ictus se reduce de manera muy significativa, acercándose progresivamente al de una persona que nunca fumó. La piel recupera parte de su elasticidad, la tos crónica se atenúa y la energía diaria aumenta. Nerea suele recordar a quienes dudan que ningún cigarrillo encendido compensa esa mejora global en calidad de vida. Apagar el último no borra el pasado, pero sí reescribe, a mejor, las próximas décadas.


Publicidad