martes, 2 diciembre 2025

Héctor Valdés (52), nefrólogo: “Si vives a base de embutidos, salsas y platos preparados, tus riñones ya están pagando una hipoteca que tú ni has leído”

Héctor Valdés, nefrólogo de 52 años, lo tiene claro: la factura de los malos hábitos llega primero a los riñones, aunque no duelan. Mientras llenamos el carrito con embutidos, salsas y platos preparados, ellos trabajan en silencio, filtrando excesos que el resto del cuerpo ya ni percibe.

Los riñones son dos órganos pequeños pero esenciales que filtran la sangre, regulan la presión arterial y mantienen en equilibrio el agua y las sales del cuerpo. Cuando saturamos ese sistema con sal, azúcares y ultraprocesados, lo obligamos a trabajar al límite sin darnos apenas cuenta en el día a día. Por eso Valdés insiste en que la salud renal no empieza en la consulta del hospital, sino en la nevera de casa.

En la consulta, este nefrólogo ve cada semana personas que llegan con cansancio crónico, tensión alta o analíticas alteradas sin haber tenido nunca un cólico. Cuando repasan juntas su rutina, se repite el mismo patrón: desayunos con bollería, comida rápida en el trabajo y cenas de embutidos, quesos y platos preparados. La evidencia científica lleva tiempo avisando de que ese cóctel de sal, fósforo añadido y azúcares de los ultraprocesados aumenta el riesgo de hipertensión y enfermedad renal crónica.

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EMBUTIDOS, SAL Y RIESGO SILENCIOSO

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Valdés explica que una cena con bocadillo de chorizo y patatas de bolsa puede concentrar tanta sal que tus riñones tardan horas en manejarla. El problema, recuerda, es que gran parte del sodio no viene del salero, sino de embutidos, precocinados y salsas industriales que se cuelan a diario. Ese exceso obliga al riñón a retener más agua, aumenta el volumen de sangre y empuja la presión arterial hacia arriba, dañando poco a poco el filtro renal.

Lo peligroso es que, aunque una analítica salga aceptable, ese tipo de cenas repetidas varios días a la semana van sumando daño silencioso. Los estudios muestran que la combinación de sal alta y ultraprocesados dispara el riesgo de hipertensión y enfermedad renal crónica, aunque al principio solo veas algo de creatinina fuera de rango. Cuando el filtro se estropea, explica Valdés, el cuerpo empieza a retener líquidos, sube la presión y aparecen tobillos hinchados, fatiga y pastillas en la mesilla.

CUÁNTO PUEDEN AGUANTAR TUS ÓRGANOS

Los riñones tienen una enorme capacidad de reserva y, durante años, compensan pérdidas de función sin que tú notes nada especial. Esa aparente “resistencia” hace que muchas personas minimicen los avisos, porque siguen orinando normal y creen que, si hubiese un problema serio, el cuerpo “gritaría” mucho más. Sin embargo, cuando empiezan a fallar, ya se ha perdido una parte importante del tejido funcional y revertir el daño resulta mucho más difícil.

Además de filtrar desechos, estos órganos ayudan a regular la presión arterial y producen hormonas clave para la formación de glóbulos rojos y la salud ósea. Cuando el riñón se deteriora, no solo se acumulan toxinas: también se descontrola la tensión y aumenta el riesgo de anemia, cansancio extremo y problemas cardiovasculares. Por eso Valdés compara vivir a base de embutidos y salsas con ir arañando cada día un trozo de ese “colchón” de seguridad sin mirar atrás.

ALIMENTOS QUE CASTIGAN AL RIÑÓN

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En pacientes con riñón delicado, algunos productos habituales se convierten en auténticas bombas: sopas instantáneas, embutidos, quesos curados, snacks salados o pizzas congeladas concentran mucho sodio y aditivos. Si encima se acompañan de bebidas azucaradas, bollería o postres industriales, se suma más carga de azúcar, fósforo y grasas de baja calidad. El resultado es un entorno metabólico perfecto para que la enfermedad renal avance más rápido de lo que muestran los síntomas

Valdés insiste en que, con el riñón tocado, no basta con “quitar un poco de sal”, sino revisar de verdad la despensa. Recomienda leer etiquetas, limitar snacks envasados, reducir embutidos a ocasiones muy puntuales y apostar por platos caseros simples, con pocos ingredientes reconocibles. Incluso pequeños cambios, como sustituir salsas preparadas por aliños con aceite de oliva, limón y especias, pueden rebajar notablemente la carga de sodio sin sentir que la comida pierde sabor.

SEÑALES TEMPRANAS QUE NO DEBES IGNORAR

Una de las trampas de la enfermedad renal es que sus primeras señales suelen ser sutiles: cansancio injustificado, presión arterial que empieza a subir o necesidad de orinar más veces por la noche. Mucha gente lo atribuye al estrés, la edad o el calor, y va estirando la situación sin pedir una analítica básica que podría detectar el problema antes. Esa demora hace que el riñón llegue más castigado a la consulta del especialista.

Otras pistas son tobillos hinchados al final del día, sensación de “cara hinchada” por las mañanas o una orina muy espumosa de forma mantenida, signo de pérdida de proteínas. Si además hay antecedentes familiares de enfermedad renal, diabetes o hipertensión, Valdés recomienda no esperar a tener dolor y pedir controles periódicos de creatinina, filtrado y tensión arterial. Detectar a tiempo permite introducir cambios de vida y medicación antes de que la hipoteca oculta se dispare.

CÓMO CUIDAR LOS RIÑONES A DIARIO

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Cuidar los riñones no significa vivir a base de lechuga, sino recuperar una alimentación sencilla, con predominio de frutas, verduras, legumbres y cereales integrales. Valdés propone pensar el plato al revés: primero elegir vegetales y proteína de calidad, y después reservar un pequeño espacio para caprichos puntuales, en lugar de que los ultraprocesados ocupen casi todo. Beber agua a lo largo del día, sin esperar a tener mucha sed, también ayuda a mantener la orina más diluida y proteger el filtro renal.

En personas con antecedentes de piedras o función renal reducida, puede ser necesario ajustar ciertos alimentos concretos, como sal, proteínas animales o productos muy ricos en oxalatos, siempre con seguimiento médico. Lo importante, subraya, es no lanzarse a dietas extremas de internet, sino acordar un plan realista con el especialista y, si es posible, con un nutricionista acostumbrado a pacientes renales. Así se evita caer en déficits innecesarios que, paradójicamente, también terminan perjudicando al riñón.

UN CAMBIO REALISTA, NO PERFECTO

Ante tanto aviso, es fácil sentir culpa si te reconoces en esa lista de embutidos, salsas y platos preparados. Valdés insiste en que el objetivo no es convertir la cocina en un quirófano, sino ir cambiando la proporción: menos procesados a diario y más comida fresca, hecha en casa, aunque sea sencilla. Pequeñas decisiones repetidas, desde reducir la sal en la compra hasta planificar algún batch cooking semanal, marcan más la diferencia que un mes de “dieta milagro”.

También anima a interpretar los análisis como un mapa y no como una sentencia. Si la creatinina empieza a subir o el filtrado baja, puede ser el aviso perfecto para renegociar esa hipoteca que tus riñones ya están pagando en silencio. Con apoyo profesional, algo de organización y la voluntad de revisar el carrito de la compra, muchos pacientes consiguen frenar el deterioro y ganar años de calidad de vida real, no solo de supervivencia con más pastillas.


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