A veces los lazos más peligrosos son aquellos que se forman cuando no nos damos cuenta. Con casi treinta años acompañando a personas que han caído —a veces sin darse cuenta— en dinámicas sectarias, el psicólogo y psicoterapeuta Miguel Perlado vuelve a encender las alarmas sobre un fenómeno tan silencioso como inquietante: los grupos de alto control ideológico. Su especialización no nació de un libro ni de un máster. Nació de algo mucho más íntimo. En su adolescencia, él mismo pasó dos años dentro de un grupo esotérico. Y el giro decisivo llegó cuando vio cómo un amigo sufría una crisis nerviosa que el grupo interpretó como un “renacer espiritual”. Aquel momento, recuerda, le atravesó como un fogonazo: “Esto no es el contexto de transformación que se supone… es algo de una naturaleza distinta”.
De “secta” a “grupo de alto control”: cuando una palabra pesa demasiado

Perlado siempre insiste en lo mismo: la palabra “secta” es un término que conviene manejar con pinzas. No describe una creencia concreta, sino un modo de funcionar. Por eso hoy se recurre más al concepto de grupos de alto control ideológico, estructuras donde el control sobre la identidad y la autonomía del individuo es total o casi total.
La sociedad, sin embargo, sigue imaginando escenas extremas cuando escucha la palabra “secta”: “sexo, drogas, muerte”, bromea con un punto de ironía. Pero la realidad es mucho más gris y, precisamente por eso, más peligrosa. La mayoría de estos grupos operan sin túnicas, sin rituales extravagantes y sin escenarios dramáticos.
Y aun así, Perlado identifica tres ingredientes que nunca fallan:
- Un líder autoproclamado, que exige obediencia absoluta.
- Una fusión grupal, donde todo gira alrededor del gurú.
- Un daño real, emocional o social, que tarde o temprano aparece.
La vulnerabilidad: esa puerta que todos llevamos abierta

Algo que repite una y otra vez es que nadie “entra” en una secta. “Les terminan entrando”, subraya. El proceso suele comenzar en un momento de fragilidad: una ruptura, una pérdida, un cambio vital brusco. Y ahí aparece el gancho emocional. “La persona siente que por fin ha encontrado una familia. Un lugar donde la comprenden”, explica.
La captación sigue un guion bastante previsible, aunque no por eso menos eficaz:
- Seducción emocional envuelta en entusiasmo.
- Corte lento y casi imperceptible de lazos con el exterior.
- Reescritura de la realidad —el famoso gaslighting—.
- Adoctrinamiento repetitivo.
- Un desgaste mental constante.
La herramienta estrella es el aislamiento. Aíslan físicamente, emocionalmente y, lo más delicado, mentalmente. “Llegan a entrar en la conversación que tienes contigo mismo”, advierte.
El gurú: carisma, hambre de poder y narcisismo

No existe un único perfil de gurú, pero muchos comparten una especie de patrón emocional: la necesidad de adoración, la intolerancia absoluta a la diferencia y una sed de seguidores que nunca se sacia. Perlado lo encuadra en lo que en clínica se conoce como narcisismo patológico, y en los casos más extremos, narcisismo maligno. La frase que lo resume todo es suya: “Cuanto más estés bajo mi poder, más soy yo”.
Y el problema se agrava en una época en la que las identidades son más frágiles, más volátiles. Sin un relato propio, cualquiera puede imponer uno.
Salir no es una puerta: es un camino largo
La salida no ocurre de golpe ni con un momento cinematográfico. Puede tardar diez o veinte años. Es un proceso de pequeños clics, como los llama Perlado: contradicciones, incomodidades, dudas… que se acumulan hasta que, finalmente, la persona rompe.
El trabajo terapéutico se centra entonces en lo más profundo: recuperar la identidad, desmontar el lenguaje interno impuesto y volver a escuchar la propia voz. “Trabajamos con el diálogo interno, con lo que la persona se dice a sí misma”, explica.









