John Cobra se convirtió, casi de la noche a la mañana, en el símbolo de todo lo que podía salir mal cuando una televisión pública abraza sin filtros la participación masiva de internet en un proceso tan delicado como Eurovisión. La combinación de foros desatados, televoto sin cortafuegos claros y una gala en directo acabó generando un cóctel explosivo que estalló en el plató de TVE. Años después, aquella preselección Camino a Eurovisión sigue citándose como ejemplo de cómo una apuesta “moderna” puede girarse en contra.
Aquel episodio pilló a muchos espectadores por sorpresa, pero dentro de TVE el malestar fue inmediato y profundo. En unos minutos, la cadena vio cómo una gala pensada para reforzar marca y transparencia se convertía en una crisis reputacional que obligó a directivos y responsables de entretenimiento a revisar normas, filtros y el peso real del televoto frente al criterio profesional. Desde entonces, cualquier debate interno sobre Eurovisión en Prado del Rey se hace con ese precedente muy presente.
EL ESTALLIDO DE LA POLÉMICA EN DIRECTO
La actuación de “Carol” en Destino Oslo ya arrancó torcida: parte del público recibió a John Cobra con abucheos constantes, que se colaban en cada plano y rompían cualquier intento de conexión musical. Él respondió visiblemente descentrado, olvidando fragmentos de la canción y más pendiente del ambiente hostil que de la interpretación, lo que terminó por desbordar los ánimos en el plató. La sensación de muchos espectadores fue la de estar asistiendo a un choque anunciado entre dos mundos que jamás habían debido encontrarse en prime time.
Cuando la canción terminó, llegó el momento verdaderamente decisivo: lejos de rebajar la tensión, el cantante respondió a los abucheos con gestos obscenos e insultos que traspasaron todos los límites aceptables para una televisión pública. La incomodidad en el plató era visible, con Anne Igartiburu intentando recuperar el control mientras el público seguía dividido entre la bronca y el desconcierto. En cuestión de segundos, aquella preselección amable se había transformado en un escándalo mayúsculo para la imagen de TVE.
EL CONTEXTO EUROVISIVO Y TVE ANTES DEL ESCÁNDALO
Antes de 2010, Radiotelevisión Española llevaba años buscando la fórmula mágica para reconciliarse con Eurovisión, alternando elecciones internas con preselecciones abiertas que no terminaban de cuajar ni en resultados ni en audiencia. Destino Oslo pretendía ser la síntesis ideal: una gala en La 1 con artistas diversos, presencia de jurado profesional y participación del público a través de televoto y una fase previa en internet. La apuesta se vendió como moderna, transparente y conectada con las nuevas comunidades online.
Ese contexto explica por qué TVE quiso abrir la puerta a candidaturas surgidas de la red, permitiendo que foros y plataformas movilizaran a sus usuarios para impulsar a sus favoritos. La filosofía era democratizar el proceso y acercar Eurovisión a un público joven que ya no consumía la televisión de la misma forma que en los noventa. Lo que quizá se subestimó fue la capacidad de ciertas comunidades para usar las reglas a su favor con un objetivo más gamberro que artístico.
JOHN COBRA Y EL VOTO QUE ENCENDIÓ LAS ALARMAS
La candidatura de John Cobra llegó a la final de la gala tras una intensa movilización en internet, especialmente desde foros como Forocoches, que convirtieron el televoto en una demostración de fuerza comunitaria. El resultado fue que un artista sin trayectoria eurovisiva ni propuesta sólida se coló entre los finalistas, generando malestar en parte del fandom y dudas sobre la robustez del sistema de selección. La televisión pública había abierto la puerta y la red decidió probar hasta dónde podía empujarla.
En la noche de Destino Oslo, ese voto masivo contrastó con la valoración del jurado, que terminó concediendo a Cobra la puntuación más baja tras su conducta en directo, marcando una fractura evidente entre ambos sistemas. Esa grieta, visible en los marcadores y en la reacción del plató, puso sobre la mesa un debate incómodo: qué hacer cuando la audiencia premia algo que la cadena considera inasumible. Desde ese momento, nadie en TVE volvió a hablar del televoto como una herramienta inocente.
LA RESPUESTA INMEDIATA DE LA CADENA PÚBLICA
Más allá de las disculpas en directo, TVE reaccionó rápidamente editando el vídeo del programa en su web y en los resúmenes posteriores, recortando los gestos y palabras más ofensivos del artista. La decisión reflejaba un intento de limitar daños reputacionales y, al mismo tiempo, de enviar un mensaje claro sobre los límites de lo admisible en la antena de una televisión pública. Aun así, el incidente ya se había viralizado y las críticas a la cadena se multiplicaban.
En los días siguientes, directivos y responsables de programas revisaron protocolos, desde la moderación previa de candidatos surgidos de internet hasta la comunicación con el jurado y la presentación del televoto. En los pasillos se asumió que no bastaba con apelar al “buen criterio” del público: hacían falta cortafuegos claros, reglas mejor explicadas y una ponderación más equilibrada entre expertos y audiencia. El objetivo era que una apuesta por la participación no volviera a volverse en contra de la propia marca TVE.
LAS HERIDAS ABIERTAS ENTRE EUROFANS Y AUDIENCIA
Entre los eurofans, el caso de John Cobra se convirtió en un trauma compartido que aún hoy se cita en foros y tertulias especializadas como el ejemplo perfecto de cuando la broma se le va de las manos al sistema. Muchos defendían que la preselección debía servir para elegir la mejor propuesta posible para Eurovisión, no para medir la capacidad organizativa de una comunidad online envalentonada. Esa brecha entre “juego” y “seriedad” marcó el debate interno del fandom español durante años.
Para parte de la audiencia general, en cambio, aquel numerito quedó archivado como una anécdota más del zapping patrio, un momento bochornoso pero también hipnótico que reaparece de vez en cuando en redes y recopilatorios de televisión. Esa diferencia de percepción entre seguidores fieles del festival y público ocasional complicó todavía más la tarea de TVE, que debía dar respuesta a ambos grupos sin renunciar del todo a la apertura. El resultado fue una relación más cautelosa con cualquier experimento “interactivo”.
LO QUE CAMBIÓ EN EUROVISIÓN DESPUÉS DE AQUELLA NOCHE
Aunque el sistema de votación del festival lo marca la UER, el escándalo de Destino Oslo empujó a TVE a ser mucho más prudente en la forma de combinar jurado y televoto en sus preselecciones nacionales. En los años posteriores, la corporación alternó procesos con mayor peso del criterio profesional, convocatorias más controladas y, en ocasiones, elecciones internas que buscaban reducir la exposición al caos. El péndulo osciló hacia modelos donde la participación del público seguía presente, pero con menos margen para sorpresas indeseadas.
En paralelo, el propio festival fue ajustando sus reglas, reforzando progresivamente los sistemas mixtos de voto y endureciendo los mecanismos contra campañas masivas o intentos de manipulación organizada. Ese espíritu de “blindar” el concurso para proteger su credibilidad resuena, en menor escala, con lo que TVE aprendió aquella noche de 2010: que la transparencia y la participación son valiosas, pero solo funcionan si van acompañadas de límites claros. El eurodrama de John Cobra quedó como una advertencia grabada en la memoria de la cadena.










