martes, 2 diciembre 2025

Ignacio Torres (38), experto en ciberseguridad: “Cada día que sigues usando la misma contraseña en todo internet es un día regalado a cualquiera que quiera entrar en tu banco, tu correo y tu vida privada”

Ignacio Torres, experto en ciberseguridad de 38 años, repite la misma advertencia cada vez que se sienta con un cliente. Seguir usando la misma contraseña para el correo, las redes, la banca y la nube es, para él, un suicidio digital silencioso.

La contraseña es, aunque no lo creas, todo lo que hacemos en internet, desde leer el correo hasta firmar una hipoteca digital. Ignacio cuenta que la mayoría de personas no es realmente consciente de que, detrás de cada clic, hay una puerta que se abre solo porque alguien ha escrito esa combinación de letras y números. El problema llega cuando esa misma llave se reutiliza en todas partes, convirtiendo cualquier filtración en una especie de pase maestro para toda tu vida online.

Por eso insiste en que este no es un tema técnico reservado a frikis de la informática, sino una cuestión cotidiana que afecta a cualquiera que tenga móvil, correo o redes sociales. Le preocupa especialmente la mezcla letal de prisas, pereza y exceso de confianza, porque es el cóctel perfecto para aceptar un enlace de phishing o guardar credenciales en cualquier lado. Cuando algo falla, no se pierde solo una cuenta: caen fotos, recuerdos, trabajo, dinero y, a veces, la tranquilidad de toda una familia.

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NO HAY VIDA DIGITAL SIN RIESGO

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Ignacio suele empezar sus charlas recordando que la vida digital nunca es neutra: o la proteges un mínimo o alguien, tarde o temprano, encontrará una grieta. Los vídeos divulgativos de empresas y expertos en ciberseguridad repiten que no existe la seguridad absoluta, pero sí barreras que complican mucho el trabajo a los atacantes, empezando por una buena higiene de contraseñas. Lo inquietante es que, pese a toda esa información disponible, el usuario medio sigue creyendo que “a mí no me va a pasar”.

Ahí es donde él detecta la primera trampa: confundimos “no soy famoso” con “nadie querrá entrar en mis cosas”, cuando en realidad los ciberdelincuentes buscan volumen, no nombres y apellidos. Los ataques automatizados prueban millones de combinaciones filtradas en cuestión de segundos, explotando precisamente que tantas personas repiten la misma clave en decenas de servicios distintos. No se trata de persecuciones personalizadas de película, sino de redes que barren credenciales como quien pasa una red de pesca por el fondo del mar.

CUANDO TODO DEPENDE DE UN SOLO CIERRE

El escenario que más le preocupa a Ignacio es sencillo de imaginar: un único servicio se ve comprometido, una base de datos filtrada aparece a la venta y, de pronto, esa combinación de correo y contraseña permite abrirlo casi todo. Si has usado la misma clave en tu banco, tu gestor de archivos en la nube, tus redes y tus cuentas de compras, el atacante solo tiene que ir probando hasta que alguna puerta ceda. No hay magia, solo estadísticas y un aprovechamiento frío de nuestra pereza cotidiana.

En esas situaciones, lo que comenzó como un “da igual, es solo una red social” termina derivando en cargos bancarios, suplantaciones de identidad o chantajes con datos privados. Una vez dentro de un correo principal, es relativamente fácil solicitar restablecimientos de acceso en otros servicios y reconstruir, a trozos, la vida entera de la víctima. Cada formulario de “he olvidado mi contraseña” se convierte entonces en una autopista directa al desastre, porque el atacante ya controla el buzón donde llegan los códigos.

LOS ATAJOS QUE TE DEJAN DESNUDO EN INTERNET

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Cuando Ignacio pregunta en sus talleres cómo crea la gente sus claves, siempre escucha los mismos atajos: fechas de nacimiento, nombres de hijos, equipos de fútbol o pequeñas variaciones de una misma palabra. Muchos vídeos en español sobre contraseñas seguras insisten en que esa aparente “facilidad para recordarlas” es, en realidad, una facilidad enorme para que cualquiera las adivine o las fuerce con programas automáticos. Y, sin embargo, seguimos confiando en trucos que llevan años en todos los listados de claves débiles.

No es casualidad que cuerpos como la Guardia Civil publiquen periódicamente las contraseñas más usadas para pedir explícitamente que nadie vuelva a emplearlas. Listas con combinaciones como “123456”, “password” o el propio nombre dejan claro que millones de usuarios se exponen sin necesidad, ignorando recomendaciones básicas que llevan tiempo sobre la mesa. Para Ignacio, ver esas clasificaciones cada año es la prueba de que la educación digital va muy por detrás del ritmo al que vivimos conectados.[4]

TU CONTRASEÑA ES LA LLAVE MAESTRA DE TU VIDA

En términos más formales, una contraseña no es más que un dato secreto que sirve para verificar que tú eres quien dices ser cuando accedes a un sistema. Enciclopedias y materiales divulgativos recuerdan que esa palabra o cadena de caracteres es el mecanismo de autenticación más extendido del mundo digital, precisamente porque es sencillo de implementar y de usar para millones de personas. El problema es que esa misma simplicidad se convierte en debilidad cuando el secreto se vuelve predecible o se reutiliza sin control.

Cuando Ignacio habla de “llave maestra”, no lo hace como metáfora exagerada, sino como descripción casi literal de lo que ocurre cuando un único patrón abre demasiadas cerraduras distintas. Si el atacante descubre esa clave, puede acceder a tus mensajes privados, pedir duplicados de tarjetas, recuperar documentos de trabajo o descargar copias de tus fotos familiares en cuestión de minutos. El impacto no se mide solo en euros perdidos, sino en la sensación de invasión y de pérdida de control sobre tu propia historia.

LO QUE VE UN HACKER CUANDO LE REGALAS TU VIDA DIGITAL

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En las demostraciones que hace para empresas, Ignacio muestra cómo se ve, desde el otro lado, una cuenta que usa siempre la misma clave o pequeñas variantes fáciles de deducir. Basta con combinar datos de filtraciones previas con un par de herramientas públicas para probar masivamente accesos y, cuando uno funciona, pivotar desde ahí al resto de servicios asociados a ese correo. A quien ataca no le interesa tu biografía; le interesa lo que puede hacer con tus credenciales.

Una vez dentro, el objetivo ya no es solo robar, sino permanecer el máximo tiempo posible sin ser detectado, aprovechando la confianza que tus contactos tienen en ti. Desde tu propia cuenta pueden enviarse enlaces maliciosos a amigos y familiares, solicitar “préstamos urgentes” o distribuir archivos infectados que abran nuevas puertas en otros dispositivos. Así, el descuido de una única persona se transforma, casi sin darse cuenta, en una cadena de víctimas conectadas por lazos de confianza y descuido.

CÓMO EMPEZAR HOY SIN BLOQUEARTE NI UN MINUTO MÁS

La buena noticia que Ignacio repite, incluso en los escenarios más sombríos, es que no hace falta ser técnico para reducir de forma drástica el riesgo. El primer paso es elegir una contraseña distinta y robusta para las cuentas críticas —banca, correo principal, almacenamiento en la nube— y activar siempre que se pueda la verificación en dos pasos. Ese simple cambio convierte muchos intentos de ataque automatizado en paredes mucho más difíciles de tumbar.

El segundo paso es abandonar, de una vez, la idea de que debes recordarlo todo de memoria y apoyarte en gestores de contraseñas fiables. Estos programas generan claves largas y únicas para cada servicio y las guardan cifradas, de modo que tú solo necesitas cuidar una combinación maestra realmente fuerte y no reutilizada en ningún otro sitio. Ignacio insiste en que no se trata de vivir con miedo, sino de dejar de regalar días gratis a cualquiera que quiera asomarse, sin permiso, a tu banco, tu correo y tu vida privada.


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