martes, 2 diciembre 2025

Álex Manejo (32), exadicto y director de clínica: «La cocaína se encargó de romper en mi vida todo lo que tenía algo de valor, me destrozó la vida por completo»

Álex Manejo cayó en la cocaína siendo adolescente y perdió salud, vínculos y dignidad hasta vivir debajo de un puente. Hoy, a los 32, dirige una clínica y advierte: una raya puede convertirse en una condena total.

A veces, el infierno empieza con algo que parece inofensivo: una tentación en una fiesta, unos amigos, una noche cualquiera. Eso fue lo que ocurrió en la vida de Álex Manejo —32 años, gaditano, hoy director de una clínica de rehabilitación— cuando la cocaína entró por primera vez en su cuerpo. Dice que no sintió nada especial aquella vez. No hubo luces, ni euforia, ni esa explosión artificial de dopamina que tantos relatan. Solo un trago amargo, indiferente, que pronto se transformaría en devoción, necesidad y caída libre.

“Mi vida se destrozó por completo. Mi vida dejó de tener sentido. Comencé a dejar de comer, a perder peso, a tener comportamientos de yonqui, literal, de yonqui. Pasé de un consumo lúdico a vivir por y para consumir cocaína”, confiesa. Lo que empezó como un juego adolescente se convirtió en una condena. Álex tenía 12 o 13 años cuando entró en aquella casa con su grupo de amigos. Cinco euros, dos rayas, una vaquita.

Publicidad

Cocaína: Un pacto con el diablo

Cocaína: Un pacto con el diablo
Fuente: agencias

Álex habla claro, sin rodeos ni eufemismos: “Todo aquel que toma una raya de cocaína firma un pacto con el diablo. Aunque no lo sepa. Aunque crea que tiene control.” Al principio, eran los sábados. Luego los viernes y los sábados. Después cualquier fiesta, cualquier excusa. El efecto era inmediato: euforia, invencibilidad, la falsa sensación de ser alguien poderoso. “Nosotros éramos los malotes del pueblo, los que tomaban cocaína. Eso te daba estatus, te daba etiqueta. Te daba nombre”.

Pero el precio fue altísimo. La cocaína exige cada vez más dinero, más tiempo, más cuerpo. A diferencia del cannabis, no deja dormir, no deja comer. “Empiezas a tener ojeras, a quedarte dormido de pie, a robar en casa. Yo robaba muchísimo dinero. Necesitaba invitar, aparentar, mantener mi personaje. Y lo que era un consumo agradable se convirtió en supervivencia química”, afirmó.

Recuerda incluso que uno de los camellos veteranos de su pueblo dejó de venderle. “Me decía: te estás destrozando la vida. Pero apareció otro que sí lo hacía, que me daba la droga fiada y sabía que yo se lo iba a pagar robándoselo a mi padre”, agregó.

Álex Manejo: “La cocaína me lo quitó todo”

YouTube video

No hay rencor en su voz, pero sí memoria. La droga rompió amistades, parejas, familia. “La cocaína alteró mis sentimientos. Me hizo pensar que mi madre, mi padre, mi hermano, mi novia, mi abuela… todos eran malos. Los buenos eran los que consumían conmigo”. Perdió trabajo, salud, dignidad. Terminó viviendo debajo de un puente.

“Lo digo así, tal cual: acabé debajo de un puente. Y a mí no me pasó porque mi familia fuera desestructurada o porque hubiese un problema social en casa. Me pasó porque así funciona esta enfermedad. Es progresiva, autodestructiva y siempre te exige más”. Su consumo era explosivo. No tomaba todos los días, pero cuando lo hacía, no podía parar: martes hasta domingo, miércoles hasta domingo, madrugada tras madrugada. Comida cero, sueño cero, autoestima menos diez.


Publicidad