lunes, 1 diciembre 2025

Santiago Bilinkis, emprendedor y tecnólogo: “El estrés que genera la aceleración es devastador para la salud”

La aceleración constante redefine la vida moderna y erosiona la salud. Santiago Bilinkis alerta que el estrés dejó de ser excepción y exige una revisión profunda de prioridades para recuperar tiempo, empatía y bienestar en un mundo que nunca frena.

El tiempo parece acelerarse sin pedir permiso y la sensación de vivir siempre a contrarreloj se volvió una marca de nuestra época. Santiago Bilinkis, emprendedor y tecnólogo, lleva años estudiando cómo este ritmo desbordado impacta en la vida cotidiana y en la salud. Su conclusión es contundente: el estrés dejó de ser una excepción y pasó a ser un modo de existencia que desgasta, desconecta y, en muchos casos, enferma.

Ante esta inquietud creciente, Bilinkis vuelve a poner el foco en una pregunta que aparece cada fin de año: ¿es posible vivir más despacio y sin estrés cuando todo alrededor empuja hacia lo contrario? En su análisis, la respuesta exige algo más profundo que un simple propósito de Año Nuevo. Pide una revisión real de prioridades, deseos y decisiones.

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La aceleración cotidiana y la pérdida de empatía

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Bilinkis admite que él mismo cayó durante años en la trampa de la aceleración. Entre viajes, grabaciones y compromisos, se descubrió repitiendo siempre el mismo deseo: vivir más tranquilo. Pero fue la mirada sincera de su hija —“dijiste lo mismo los últimos cuatro años”— la que lo hizo detenerse. Ese freno inesperado le permitió observar cómo el estrés se cuela hasta en las actividades más simples: caminar, comer, trabajar, incluso en el modo en que la gente se relaciona.

Los datos que reunió son tan claros como inquietantes. La velocidad promedio al caminar aumentó un 15% en tres décadas y, en paralelo, las conversaciones espontáneas en la calle disminuyeron. La prisa se volvió un hábito silencioso que erosiona vínculos. El estrés convierte a las personas, sin proponérselo, en seres menos atentos al entorno. Experimentos como el del “Buen Samaritano” lo confirman: quien siente apuro casi no se detiene a ayudar, aunque quiera hacerlo. No es crueldad, es el peso del estrés moldeando conductas.

Algo parecido sucede con la comida, uno de los placeres más universales. Seis de cada diez personas confiesan comer a toda velocidad. Y esa urgencia —que no responde a ninguna necesidad real— se replica en la conducta de manejo, en la vorágine laboral y en la forma de habitar el día a día. Para Bilinkis, el problema no es solo lo que el estrés provoca en el cuerpo, sino cómo va diluyendo la empatía y la capacidad de conexión con otros.

Estrés: Produtividad, dinero y el espejismo del progreso constante

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Fuente: agencias

Otro punto central de su análisis es la falsa idea de que la solución está en ser más productivos. Aunque la tecnología multiplicó la eficiencia, nunca se trabajó tanto como ahora. Los límites entre lo laboral y lo personal se desdibujaron y el estrés ocupa ese espacio difuso que antes pertenecía al descanso. Bilinkis sostiene que, incluso reduciendo a la mitad el tiempo de cada tarea, la vida seguiría igual de acelerada porque la cultura siempre empuja a llenar cualquier hueco disponible.

Para Santiago, el dinero tampoco aparece como una salida real. Más allá de la pobreza estructural —que sí condiciona la vida y genera un estrés profundo y legítimo— la “pobreza de tiempo” afecta por igual a quienes más tienen y a quienes menos. La aceleración no distingue patrimonios. El estrés se vuelve una constante que acompaña tanto al que busca llegar a fin de mes como al que nunca deja de perseguir nuevas metas materiales o sociales.


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