A veces, una vida entera cambia en un cuarto de hospital. Para el físico y neurocientífico Álex Gómez-Marín, aquel pasillo blanco y silencioso marcó un antes y un después. Llegó debilitado, perdiendo sangre sin que nadie encontrara el origen del sangrado. Salió meses más tarde con una certeza que le daría un nuevo sentido a su carrera científica: lo que había vivido en ese límite entre la vida y la muerte no podía guardarse en un cajón.
Hasta ese momento, Álex Gómez-Marín había transitado un camino impecable dentro del sistema científico. Publicó más de cien estudios, acumuló más de 4.500 citas y alcanzó el codiciado puesto de científico titular del CSIC, el máximo reconocimiento al mérito académico en España. Desde fuera, encarnaba el arquetipo del investigador ideal. Pero dentro, algo se fracturó para siempre.
Álex Gómez-Marín: Un pozo, tres figuras y una certeza inexplicable

En el hospital, debilitado al extremo, Álex Gómez-Marín sufrió una hemorragia interna que tardó 9 días en ser localizada. Lo operaron de urgencia y luego pasó por la UCI. En ese tránsito, dice, vivió dos experiencias que no encajan en el marco racional que había guiado su vida como científico.
En una de ellas se vio en el fondo de un pozo, bajo una luz amarilla que caía desde arriba. Allí, tres figuras —“no ángeles”, aclara, sino guías espirituales con nombre y apellido, ya fallecidos— lo observaban desde la superficie. Sintió, con una claridad absoluta, que si aceptaba su ayuda para salir del pozo, moriría. Les pidió regresar. Y entonces “despertó” en la cama del hospital. Aquello, asegura hoy, fue más real que cualquier conversación en vigilia.
Unos minutos antes, había vivido otra escena: un poblado antiguo, animales gigantescos y fantásticos, fuego sobre sus cabezas, una visión psicodélica que lo atravesó sin dolor, sin miedo, pero con un impacto profundo. “No sé si fue un sueño lúcido o una experiencia cercana a la muerte. Pero no sabía a sueño. Era otra cosa. Era hiperreal”, explica.
Tras meses de recuperación —había perdido 13 kilos, apenas podía caminar, su hija pequeña no lo reconocía— Álex Gómez-Marín decidió hablarlo por primera vez en un artículo titulado: ¿Qué pasa con la mente cuando el cerebro se muere?
La ciencia, la fe y lo sagrado
Álex Gómez-Marín nunca renegó de la espiritualidad. Creció en un colegio católico, viajó a la India, estudió místicos occidentales a quienes —ahora que se dedica a la consciencia— llama “atletas de la percepción”. Para él, la tensión entre ciencia y espiritualidad es un falso dilema, alimentado por ideas demasiado infantiles sobre Dios y por un materialismo cultural que se presenta como neutral cuando no lo es.
“He experimentado que lo sagrado es real”, afirma. Pero insiste en que eso no equivale a aceptar dogmas. Cada tradición, dice, ofrece un lenguaje distinto para nombrar lo indecible: unas hablan de Dios, otras del universo, otras de dimensiones invisibles. La clave está en no confundir el mapa con el territorio.
Un colega estadounidense le dijo alguna vez: “Tus investigaciones parecen estrellas bonitas en el cielo, pero no veo la línea que las une”. Álex Gómez-Marín respondió que quizás no había línea porque era una constelación en proceso de dibujarse. Su nuevo trabajo se adentra en territorios que muchos científicos prefieren evitar. No por falta de curiosidad, dice, sino por miedo. Miedo a perder prestigio, financiaciones, reputación. Pero él ya cruzó esa frontera.








