El silencio de una escena de crimen no es una ausencia: es un lenguaje. Y Borja Moreno, médico forense, lo interpreta desde hace más de veinte años. Su trabajo transcurre entre levantamientos de cadáver, autopsias judiciales y la compleja tarea de reconstruir historias que se apagaron demasiado pronto. Lo hace con una mezcla poco frecuente de rigor técnico y sensibilidad humana, esa que no suele asociarse a la medicina legal.
Moreno sostiene que el cuerpo es un narrador involuntario. “Los muertos hablan”, aseguró. Para el forense, cada detalle —el olor, la postura, una mancha en la piel, el contenido del ojo— es una frase dentro de un relato que debe descifrar. Un relato que, en nuestro país, comienza incluso antes de la autopsia: en el mismo levantamiento de cadáver.
Forense: Un oficio que empieza donde otros miran hacia otro lado

Para Borja Moreno, la autopsia no se inicia en la sala fría del instituto forense, sino en la escena misma donde apareció el cuerpo. Ahí, dice, se activan los cinco sentidos. “Los cadáveres son como el vino: hay que catarlos, olerlos, verlos, tocarlos”, explica mientras recuerda casos que parecen extraídos de una novela negra.
Es en ese punto donde la técnica se mezcla con la intuición y con una experiencia que no se enseña en los libros. Porque el forense español forma parte activa de la investigación: está presente en el levantamiento, interpreta la escena y se convierte en los ojos del juez. “Lo que ves ahí —dice— determina cómo vas a mirar todo lo que viene después.”
De hecho, determina incluso cuándo murió alguien. Borja lo explica con una serenidad casi pedagógica: el cuerpo se enfría, la sangre se estanca, la rigidez avanza. “Pero además”, agrega, “puedo saber la data de la muerte analizando tus ojos. Por el potasio del humor vítreo puedo estimar si llevas uno, cinco o más días muerto.” Es la parte más científica de un trabajo que muchos imaginan oscuro, pero que él describe como “interesante, jamás bonito”.
El olor —ese tabú social— también habla. “Cuando enfrentas 80 kilos de carne en descomposición, lo entiendes todo. Es como abrir un frigorífico con comida podrida… solo que multiplicado por diez.” La crudeza no es un adorno: es la materia prima del oficio.
La humanidad en medio del frío
Detrás de cada cuerpo hay una vida que ya no está, pero cuya ausencia pesa. Moreno no se permite olvidar que trabaja con historias truncadas, no con objetos biológicos. Su primer levantamiento lo marcó para siempre: un joven que acababa de presentar su trabajo de fin de grado, que no llevaba cinturón y que salió despedido del vehículo. Le escribió una despedida en Facebook. “No sé por qué… solo me salió”. Seis meses más tarde, la familia respondió. “Gracias por haber estado con él”, le dijeron. Ese día entendió lo que significa humanizar un oficio que muchos imaginan mecánico.
Esa humanidad, sin embargo, convive con el límite emocional. “Empatizar con la muerte es un arma de doble filo”, admite el forense. Por un lado, te acerca a la historia; por otro, te exige aprender a cerrar la puerta cuando salís del instituto. Las preguntas sin respuesta —¿qué estaría pensando?, ¿tenía miedo?— no conducen a nada. Y hay noches en que esa autoprotección es lo único que permite continuar.









