A los 29 años, Alex Zsurzs habla con la seguridad de quien conoce cada parte de una obra: las fugas inesperadas, los cables imposibles, las paredes antiguas que esconden más problemas que soluciones. Lampista, electricista, fontanero, instalador de climatización y técnico en trabajos verticales, representa una nueva generación de profesionales que rompen con la idea del oficio único. Su frase lo resume: “Hoy en día sí que puedes ser electricista y fontanero a la vez”. No es teoría. Es su vida.
La historia de este electricista comienza en Sighetu Marmației, un pueblo humilde en Rumanía. Allí, entre mudanzas constantes y familias que se turnaban para criarlo, aprendió la resiliencia antes de saber pronunciarla. Su madre emigró a España en busca de oportunidades y, con el tiempo, pudo traerlo. Cuando llegó a Cataluña, tenía apenas 13 o 14 años y no hablaba español. La escuela fue un choque: necesitaba ir al baño, tenía hambre, quería preguntar… y no podía expresarlo.
Del aula a la obra: la educación que no aparece en los libros
Sin demasiada afinidad por el estudio teórico, y animado por un tío que veía en él un potencial para el trabajo manual, Alex terminó en la obra mientras aún era adolescente. Sus primeros años fueron de “regatas”: cargar, descargar, picar, llevar herramientas. Pero ahí descubrió algo que no sabía que tenía: una energía inagotable por aprender. Cada vez que alguien le reconocía un buen trabajo, él redoblaba el esfuerzo.
Hasta que un día, mientras picaba un techo, recibió una descarga eléctrica que casi lo deja inconsciente. “Desperté agarrado a la barandilla de un balcón… no sé cómo llegué ahí.” Ese susto, lejos de alejarlo, lo empujó a querer entender más. Qué cable es qué, por dónde va la corriente, cómo evitar riesgos. Empezó a observar a los técnicos expertos, a hacer preguntas, a memorizar colores, grosores, trayectorias.
Y entonces decidió estudiar para ser electricista. Trabajaba en la obra durante el día y por la noche asistía a clases en Barcelona. Sin fiestas, sin descanso, sin pausa. “Mi misión era ser útil. Convertirme en lampista de verdad”.
Los tropiezos del electricista autónomo: arruinarse, aprender, volver a empezar

Cuando empezó a tomar sus propios trabajos, todo parecía ir bien. Hasta que llegaron los errores que suelen aparecer cuando alguien se forma solo: deudas, problemas administrativos, pagos atrasados, facturas sin cobrar. “Me arruiné dos o tres veces. No de cero: de menos mil”, admite.
Pero cada caída le enseñó algo. Y cada aprendizaje lo empujó a reordenar su oficio.
Hoy el electricista trabaja con otra mentalidad: más profesional, más organizada, más consciente de lo que significa ser autónomo. Alex reconoce que en la obra, muchas veces, trabajar rápido o rendir de más genera tensión. “Si haces mucho, otros se enojan porque luego se lo exigirán a ellos”. Pero él no piensa cambiar. “Yo no sé quedar bien. Yo sé ser útil”, dice. Es su lema, su sello, su identidad.
Para él, la clave no está en memorizar pasos, sino en comprenderlos. “Cuando estudiaba por la noche y veía la teoría al día siguiente en la obra, todo encajaba.” Por eso el electricista defiende la formación mixta: aprender mirando, practicando, preguntando. No al revés. A sus 29 años, con más experiencia que muchos veteranos, Alex encarna la evolución del oficio.









