martes, 25 noviembre 2025

El error más común en la crianza: etiquetar a tu hijo. Esto es lo que realmente necesita

- Entender el mundo emocional del niño es la base para construir un apego seguro.

Cada hijo nos muestra, a su manera, dónde debemos mirar primero. A veces nos preguntamos qué necesitan de verdad los niños para crecer sintiéndose seguros con quienes los cuidan. Y la respuesta, aunque suene sencilla, te remueve por dentro: no aprendemos a amar porque amamos… aprendemos a amar porque alguien nos amó primero. Esto —como dice Pepa, una voz muy escuchada en este campo— es el corazón del apego seguro.

Es decir: no importa solo lo que el adulto hace, dice o pretende. Importa cómo se siente el niño por dentro. Su vivencia interna es la que marca la diferencia. Todos hemos vivido alguna vez ese momento incómodo en el que soltamos una broma fuera de lugar, pedimos perdón, y aun así el otro no se siente reparado. ¿Por qué? Porque el vínculo no se repara con palabras automáticas, sino con la emoción que las sostiene. Con sentir que de verdad había arrepentimiento.

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Más allá de lo que se ve: la conexión emocional

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Validar las emociones ayuda al niño a sentirse seguro. Fuente:Canva

El ponente —que viene del enfoque cognitivo-conductual de la Complutense— lo reconoce sin rodeos: si solo analizamos pensamientos y conductas, nos quedamos en la superficie. Nos olvidamos de “las tripas”, como él dice. Y sin emoción, no hay vínculo. No hay puente.

Conectar de verdad con un hijo implica un acto de empatía muy concreto: mirar desde su mundo, no desde el nuestro. No siempre es fácil. A veces uno está cansado, con prisa o pensando en mil cosas. Pero el respeto funciona como una app premium: no viene de serie, se paga con paciencia, con esfuerzo y con aceptar que cada persona —cada niño— es un universo distinto.

Cuando ellos sienten un drama y nosotros vemos solo un detalle

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La conexión real empieza cuando miramos desde su mundo. Fuente:Canva

Imagina la escena: un niño llora desconsolado porque hoy no puede ir al parque. Y casi sin pensarlo, el adulto responde con un “no pasa nada”, “otro día”, “venga, ya está”. Pero para él sí pasa, y pasa muchísimo. Su mundo emocional es más literal, más urgente. Para un niño, la lluvia que arruina su plan no es una molestia sin importancia: es el drama del día.

Y aquí aparece un error muy nuestro: en vez de acompañar, invalidamos. No por maldad, sino por costumbre.

Habilidad 1: Contención y Validación Emocional

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La contención emocional sostiene sin juzgar. Fuente:Canva

La contención emocional no es distraer al niño con un pájaro, una pantalla o un caramelo. No es quitarle el sentimiento, es sostenerlo con él. Es estar ahí. El ponente lo compara con una gran presa, capaz de aguantar toneladas y toneladas de agua sin romperse. Eso hace un adulto cuando contiene: no se deja arrastrar, pero tampoco tapa lo que siente el niño.

Porque el niño no quiere soluciones mágicas. No quiere que de repente deje de llover para ir al parque. Quiere oír: “entiendo que estés enfadado”, “claro que te da rabia, a mí también me pasaría”. Esa validación no cambia la realidad, pero sí cambia cómo la vive. Le dice “no estás solo”. Le dice “lo que sientes tiene sentido”.

Este ejercicio —la mentalización, ponerse en su cabeza— es cansado a veces, pero es lo que más construye apego seguro.

Habilidad 2: Separar a la persona de la conducta

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La segunda habilidad que él insiste en trabajar es casi un cambio cultural: dejar de confundir al niño con lo que hace. En películas, cuentos y hasta en las conversaciones entre adultos, siempre aparece la idea de “buenos y malos”. Y sin querer, esa etiqueta se cuela en casa. “Eres malo”, “eres desobediente”, “eres un travieso”.

Pero no hay niños malos. Hay niños con necesidades, con límites que aún no saben gestionar, con emociones que se desbordan. Y necesitan guía, no juicios.

La anécdota que cuenta lo deja muy claro: un niño llorando en un parque después de que su madre se alejó un momento. A simple vista, alguien podría pensar que está pataleando porque quiere quedarse más tiempo. Pero en realidad, el parque era solo la excusa. Lo que necesitaba era madre: seguridad, brazos, calma. Y la madre, agotada, no pudo verlo.


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