domingo, 23 noviembre 2025

Rafael Santandreu (55), psicólogo:»Hay personas que han vivido grandes adversidades y han aprendido que todo está en la mente»

- Una reflexión profunda sobre la felicidad sin causa y el poder de entrenar la mente.

El conocido psicólogo y divulgador Rafael Santandreu vuelve a insistir en una idea que atraviesa prácticamente toda su obra: no sufrimos tanto por lo que nos pasa como por cómo lo interpretamos. Dicho así suena simple, pero sus reflexiones —siempre directas, sin adornos innecesarios— han reavivado un debate muy interesante sobre la queja, la adversidad y esa disciplina mental que, según él, todos podemos entrenar.

La queja como origen del mal humor

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La felicidad sin causa como estado natural del ser. Fuente:Canva

Santandreu no se anda con medias tintas: para él, la queja es el corazón de casi todo mal humor. Lo explica con una claridad pasmosa: “Solo se está de mal humor con un motivo… aunque no te des cuenta, hay una queja detrás”. Y es curioso, porque contrasta esto con algo que todos hemos vivido alguna vez: estar de buen humor sin ningún motivo aparente. Esa ligereza, ese bienestar sin explicación… él lo considera lo más natural del mundo.

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Con su estilo provocador pero certero, afirma: “Las personas sufridas no se quejan; las que no lo son, se quejan”. Una frase incómoda, sí, pero que obliga a mirarnos en el espejo: ¿cuánto de nuestro malestar viene realmente de lo que vivimos… y cuánto viene de cómo lo contamos por dentro?

Para Santandreu, ese buen humor sin causa, lejos de ser un lujo, es la base de la auténtica felicidad. En la tradición pali budista lo llaman Ananda: un estado de serenidad que no depende de nada externo. “Es una palabra que me encanta —dice— porque significa felicidad sin causa”.

La adversidad como profesora de vida

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La queja es el origen oculto del mal humor cotidiano. Fuente:Canva

En su intervención, Santandreu insiste en que algunas personas que han vivido situaciones extremas —como quienes han quedado en silla de ruedas— llegan a conclusiones muy profundas. “Han aprendido la lección de que está todo en la mente… y llega un día en el que dicen: ‘Voy a ser feliz igual’”.

No lo dice desde la teoría, sino desde la observación: después de golpes vitales que a muchos nos derrumbarían, algunas personas deciden seguir adelante sin instalarse en la queja.

Y recalca algo esencial: la resiliencia no se entrena en los días buenos.
“Ese entrenamiento se hace en esos momentos, no cuando todo está bien”, recuerda.

La trampa de las cosas materiales: felicidad prestada

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Las adversidades entrenan la fortaleza mental día a día. Fuente:Canva

Uno de los momentos más llamativos —y polémicos— de su discurso llega cuando habla de los bienes materiales. Cuenta el ejemplo del robo de una cadena de oro para ilustrar que, muchas veces, nuestro malestar proviene del apego a objetos que creemos que “nos hacen felices”.

Con su estilo desenfadado, afirma que esos bienes son “una ficción” y que depositar en ellos la felicidad es una auténtica trampa mental. “Aunque tuvieses diez millones de cadenas, no serías más feliz”, repite, casi como un mantra.

Su idea de fondo es clara: menos dependencia, más libertad emocional. Y para eso, según él, hace falta disciplina mental. Mucha.

Las adversidades vendrán: lo importante es cómo reaccionamos

Santandreu baja la teoría a algo muy cotidiano: “Tranquilo, que te van a pasar adversidades constantemente… vas a tener práctica”. Lo dice con humor, pero también con una gran verdad: la vida no deja de poner obstáculos, así que más vale entrenarse.

La mejora emocional —explica— se mide en un parámetro curioso: el tiempo que tardamos en recuperarnos.
“La próxima vez que te pase algo parecido y te afecte menos tiempo, vas por buen camino”, apunta.

La mente como lente: cambiar la mirada cambia la vida

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Finalmente, Santandreu sintetiza todo en una metáfora muy gráfica: la de las “gafas de la felicidad”. Cada persona —dice— mira el mundo a través de una lente construida por sus creencias, sus hábitos mentales y su nivel de trabajo interior.

“Para las personas que no están trabajadas, lo que ocurre les afecta mucho; a las que sí lo están, muy poco”.
Y remata recordando que esa diferencia no es cuestión de suerte, sino de entrenamiento: una práctica diaria, casi artesanal, para aprender a ver la vida con más calma y mucha menos queja.


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