La figura histórica de Jesús sigue despertando fascinación en arqueólogos, investigadores y curiosos. A lo largo del tiempo, distintas corrientes han intentado separar mito y realidad, especialmente cuando se analiza el origen del cristianismo y su vínculo con la religión. Ese es el terreno donde Tito Vivas, arqueólogo y divulgador, lleva años indagando con una mirada crítica y profundamente humana.
Su investigación lo llevó a recorrer Israel, Egipto y Palestina en busca de rastros que permitan acercarse al Jesús real, ese que quedó oculto bajo capas de tradición y religión. Sus hallazgos no solo invitan a revisar los relatos conocidos, sino que abren la puerta a nuevas interpretaciones sobre los movimientos sociales, políticos y espirituales que marcaron el siglo I.
Un Jesús más humano que divino

Para Vivas, el punto de partida es claro: casi ningún investigador serio duda de que Jesús existió como personaje histórico. Lo que entra en discusión es el modo en que la religión posterior moldeó su figura. Los evangelios —explica— fueron escritos con un propósito teológico, no biográfico, y por eso presentan un relato cargado de simbolismos. La religión, en este contexto, actuó como un filtro que engrandeció la figura del Mesías y dejó en segundo plano al hombre.
Uno de los primeros mitos que desmonta es el del nacimiento en Belén. Las fuentes arqueológicas apuntan a Nazaret, una aldea humilde donde las familias vivían en cuevas adaptadas como viviendas. El relato tradicional —difundido por la religión durante siglos— habría sido una construcción destinada a vincular a Jesús con la estirpe de David. Incluso la palabra “posada”, señala Vivas, fue mal traducida, generando la escena romántica del pesebre que nada tiene que ver con la realidad de la época.
Otro punto clave es el origen social de Jesús. Según Vivas, su infancia y adolescencia transcurrieron en un entorno de pobreza extrema. Su padre, traducido como “carpintero”, habría sido en realidad un trabajador ocasional que resolvía todo tipo de tareas. Esta condición marcaría profundamente a Jesús, que creció entre carencias, tensiones políticas y un clima espiritual complejo donde distintas interpretaciones de la religión chocaban entre sí.
Entre los celotes, los profetas y los marginados
En la Judea del siglo I convivían varias corrientes dentro del judaísmo, todas con interpretaciones propias de la religión. Estaban los sacerdotes del templo, los esenios, los fariseos y también los celotes, un grupo radical que defendía la resistencia armada. Algunos investigadores, incluido Vivas, reconocen que Jesús pudo haber tenido vínculos con ellos. No sería extraño: los celotes operaban desde la clandestinidad, llevaban dagas escondidas y actuaban movidos por la religión y la política. Si tenían que matar, mataban.
Pero la historia da un giro cuando Jesús conoce a Juan el Bautista, otro personaje real que cuestionaba abiertamente la autoridad del templo y que proponía una forma distinta de relacionarse con la religión. Para Vivas, este fue el momento en que Jesús abandona el desconcierto de su juventud y comienza a definirse. La influencia del Bautista, su posterior captura y ejecución, y el vacío que dejó en sus seguidores marcaron el primer paso hacia el movimiento que luego se transformaría en cristianismo.








