La sala estaba llena, pero el ambiente invitaba a una conversación cercana. “Somos pocos, así que hagámoslo participativo”, proponía la moderadora mientras repasaba un dato inquietante: la compra de productos ultraprocesados se ha triplicado, según un estudio de The Lancet, publicado esa misma mañana en la prensa nacional.
Queremos cuidarnos más, pero seguimos comiendo peor
En ese contraste se movió la jornada organizada por Grupo Día, acompañada por expertos y representantes del sector alimentario, se reflexionó sobre cómo ha cambiado nuestra manera de comer, qué pesa realmente en la cesta de la compra y quién tiene hoy la capacidad de influir en las decisiones del consumidor.
LA DIETA NO HA EMPEORADO, PERO TAMPOCO HA MEJORADO
El primero en intervenir fue Enrico Fabretti, Director de Política Alimentaria, Nutrición y Salud de la FIAB, que situó el debate en un punto clave, la pérdida progresiva de la dieta mediterránea o atlántica.
Aunque muchos productos han sido reformulados para reducir azúcares, grasas y sal, “no necesariamente hemos mejorado nuestra dieta”, apuntó. El problema, dijo, ya no es solo el producto, sino el estilo de vida que ha transformado la forma en que comemos.
A su lado, representantes de cooperativas agroalimentarias y expertos en nutrición coincidían en la mismo: convivimos con dos consumidores aparentemente opuestos pero que, en realidad, son la misma persona: A ratos busca sostenibilidad, salud y tradición; a ratos, rapidez, conveniencia y productos listos para comer.
El mercado refleja esa dualidad cada vez con más claridad
El nutricionista Jaume Jiménez, colaborador habitual de Dia, puso el foco en un detalle revelador: “Hoy las cocinas son más pequeñas”. Parece anecdótico, pero influye en cómo cocinamos, qué compramos y cuánto tiempo dedicamos a preparar alimentos. Por eso, defendió, la clave es demostrar que “es posible comer rápido y saludable”, sin criminalizar alimentos, pero sí educando mejor al consumidor.
PRECIO, CALIDAD Y CONVENIENCIA
En un momento de interacción con el público, llegó la pregunta inevitable: ¿Qué decide realmente la compra? ¿El precio, la calidad o el origen del producto? Las manos alzadas confirmaron lo que todos intuían: el precio sigue siendo el factor principal. Pero la conversación fue más allá.

Fabretti recordó que la marca blanca ha crecido porque consigue equilibrar ambas cosas. Y un representante del sector del aceite de oliva añadió un ejemplo contundente: la calidad del producto no se había alterado, pero la subida del precio disparó una caída del 20–25% en el consumo. La prueba de que, incluso con calidad, el bolsillo manda.
Aun así, los expertos coincidieron en algo: la conveniencia (el famoso “lo necesito rápido y fácil”) es uno de los factores más determinantes y a menudo invisibles en el discurso público. Para una familia uniparental, para alguien que vive solo o para quien teme tirar comida, la compra está tan condicionada por esto como por cualquier otro elemento.
LOS “ULTRAPROCESADOS”
El debate subió de intensidad cuando surgió la palabra “ultraprocesado”. Desde Agricultura, recordaron que es un concepto confuso, ambiguo y sin consenso científico. Demoniza procesos esenciales de la industria y simplifica un tema que debería centrarse en nutrientes, no en etiquetas. “Un producto procesado no es automáticamente insalubre; lo que importa es su contenido en grasas, azúcar o sal”, insistieron.

¿QUIÉN EDUCA REALMENTE?
La mesa coincidió en que la responsabilidad de educar al consumidor está repartida, pero no de forma equitativa.
Las redes sociales tienen impacto, pero pueden ser tan rigurosas como desinformadoras. La industria y la distribución comunican, pero no siempre son percibidas como voces neutrales. La administración pública, por su parte, ha intentado ocupar ese espacio, aunque aún genera desconfianza o saturación.
Para Fabretti, la clave está en combinar todos los agentes “con evidencia científica y sin aislar alimentos del contexto de vida de cada persona”.
El nutricionista Jiménez reforzó la idea, la nutrición es una ciencia y debe basarse en rigor. “Hoy todo el mundo come y todo el mundo opina de nutrición”, lamentó. Por eso, insistió en que la industria debe sostener su comunicación en evidencias, aunque a veces esto genere tensiones con marketing.
Sin rigor se pierde credibilidad y se pierde al consumidor
LA GRAN PALANCA DEL CAMBIO
Uno de los momentos más llamativos vino de la mano de los representantes de cooperativas agroalimentarias. Frente a la creencia generalizada de que Bruselas o el Ministerio “obligan” a los productores a ser más sostenibles, afirmaron con claridad, “quien de verdad nos obliga a cambiar es la distribución y el consumidor”.
Las cadenas del norte de Europa y las demandas del comprador moderno son las fuerzas reales que están transformando la industria mucho más que las normativas o la PAC.
EDUCAR, REFORMULAR Y COMUNICAR MEJOR
La jornada dejó claro que el camino hacia una alimentación más saludable depende de todos. De una industria que sea transparente, de distribuidores capaces de comunicar con rigor, de consumidores informados y exigentes y de una administración que marque pautas claras y basadas en ciencia.








