El miedo, aunque no lo queramos admitir, dirige más decisiones de las que imaginamos. A veces da la sensación de que vamos por la vida en piloto automático, moviéndonos casi por inercia. David Gómez, coach especializado en neuroproductividad, lleva años preguntándose por qué nos pasa esto y cómo recuperar ese momento en el que empezamos a sentir de verdad. En su último análisis, propone una mirada muy humana —y un poco incómoda— a lo que ocurre dentro de nosotros: una especie de pulso constante entre dos fuerzas internas, el “animal” que quiere sobrevivir a toda costa y el “ser humano” que sueña con crecer, explorar y vivir con intención.
Supervivencia vs. evolución: esa pelea silenciosa que todos llevamos dentro

Gómez lo explica con una claridad sorprendente. Por un lado está el animal interior, esa parte primitiva que solo quiere que sigamos con vida. Es simple, directo y un poco cabezota. Opera con lo mínimo, ahorrando energía, y reacciona siguiendo lo que él llama las “cuatro F”: miedo, lucha territorial, alimentación y reproducción. Nada más. Nada menos.
“Dentro de nosotros hay un animal y un ser humano; el animal se basa en huir de lo que le genera sufrimiento y se apega a todo lo que le da placer”, recuerda. Y sí, cuando lo escuchas así, entiendes por qué a veces actuamos como actuamos.
Al otro lado está el ser humano consciente, la parte que quiere salir del bucle, salirse de la caja, probar cosas nuevas. Pero según Gómez, casi siempre gana el animal, porque la emoción que manda en la mayoría de nosotros no es el amor, ni el entusiasmo, ni las ganas de avanzar… sino el miedo. “La emoción más importante del ser humano por desgracia no es el amor; es el miedo”, sentencia.
Las creencias: ese cristal con el que miramos el mundo

Otro punto clave del que habla es el peso de nuestras creencias personales. No son solo ideas. Son como lentes que distorsionan lo que vemos y cómo lo interpretamos. Y lo peor es que son mucho más rígidas que nuestro propio cerebro, por muy neuroplástico que este sea.
Cuando una creencia se activa, enfoca nuestra atención en una sola dirección y lo demás desaparece. Por eso, sin darnos cuenta, acabamos cumpliendo nuestras propias profecías. Ahí es donde aparece uno de los mayores lastres emocionales según Gómez: la victimización. “La víctima es para mí el mayor cáncer que todos tenemos”, afirma sin rodeos.
El cuerpo como brújula: cuando sentir vale más que pensar

Algo que me pareció especialmente revelador es cómo insiste en que el cuerpo nunca miente. Nunca. Si algo no va bien, lo sientes antes de entenderlo. “Tu cuerpo no te va a engañar”, repite. Y tiene sentido: cuántas veces hemos querido convencernos de que todo estaba bien cuando el pecho apretaba o la espalda gritaba lo contrario.
Para él, el sufrimiento no es un enemigo, sino una especie de alarma amable. Un aviso. “Si tú tomas el sufrimiento no como algo para quitarte, sino como un aprendizaje, es mucho más fácil poderlo cambiar”. Suena duro, pero también liberador.
La observación consciente se convierte entonces en una herramienta esencial. Él lo resume de forma preciosa: “Cuanto más sientes el cuerpo, menos escuchas la mente”.
Domesticar al animal: entrenar la mente sin pelearse con ella
La buena noticia es que no estamos condenados a repetir los mismos patrones una y otra vez. Nuestro cerebro es flexible, moldeable, casi infinito. Gómez recomienda apoyarse en terapia, meditación, técnicas de enfoque y —sobre todo— repetición. Ahí entran las afirmaciones positivas: “Repítete 200 veces al día una afirmación que te dé poder”, propone.
Y si hay un ingrediente que él considera transformador es la gratitud. No como cliché espiritual, sino como mecanismo para reorientar la mirada. “La gratitud es tan increíble… cambia la percepción del mundo”.
El perro y su dueño: una metáfora que lo dice todo
Para cerrar, comparte una imagen muy visual inspirada en César Millán, el famoso encantador de perros. Dice que nuestro animal interior es como un perro fuerte y testarudo que no necesita ser eliminado, sino comprendido, guiado y —cuando toca— sujetado con bozal. El verdadero cambio llega cuando dejamos de luchar contra él y empezamos a educar al dueño, es decir, a nuestra parte consciente.
Porque al final, no se trata de apagar al animal que llevamos dentro, sino de enseñarle a caminar a nuestro lado… sin llevar las riendas.









