miércoles, 19 noviembre 2025

Heredocracia, desigualdad y medievo inmobiliario en la España de 2050

En la España que se aproxima a mediados del siglo XXI, la estructura de la riqueza estará marcada por un fenómeno masivo al llevarse a cabo la mayor transmisión inmobiliaria familiar de la historia contemporánea.

Durante las próximas décadas, millones de viviendas pasarán de los propietarios actuales —en su mayoría pertenecientes a generaciones ya jubiladas— a sus herederos. Será una transformación que reconfigurará el mapa social del país y el peso relativo entre trabajo, ahorro y herencia.

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Entre los diagnósticos que circulan, hay uno que resume bien el cambio: la generación nacida hoy crecerá en un entorno donde la vivienda —o, más bien, las viviendas— no se adquirirán tanto con el esfuerzo individual como por transmisión familiar. Algunos cálculos señalan que no serán pocas las personas que entren en la edad adulta con más de una llave heredada, y una fracción significativa lo hará con varias.

Si a alguien le suena a reedición del hidalgo ocioso, no es el único: basta con observar el volumen de patrimonio que cambiará de manos en un plazo relativamente corto.

CAMBIOS

España es un país muy envejecido y muy propietario. La combinación produce un efecto directo: una parte considerable del parque de viviendas se transferirá a nuevas generaciones en un intervalo breve. A la escala del Estado, esta sucesión masiva tendrá un impacto mayor que cualquier plan público de construcción.

Las cifras de vivienda nueva anunciadas por las administraciones quedan empequeñecidas al lado de la cantidad de inmuebles que llegarán a los herederos por simple biología. Este relevo, que algunos ya denominan la Gran Sucesión, no es sólo un asunto familiar. Implica que un volumen enorme de riqueza cambiará de titular sin pasar por los cauces habituales del mercado laboral.

La posición económica de muchas personas quedará marcada por el patrimonio recibido más que por el acumulado por ingresos propios. En otras palabras: el mérito pesa menos cuando el ladrillo hace el trabajo. El fenómeno no es exclusivo de España. En las economías avanzadas, las herencias han ido ganando protagonismo en los últimos años.

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Una pareja observa un bloque de viviendas. Foto: EP.

Nunca antes se habían transmitido cantidades tan elevadas de patrimonio entre generaciones. La acumulación previa de riqueza por parte de la generación del bienestar, unida a la caída de la natalidad y a un mercado laboral menos capaz de generar ahorros significativos, sitúa la herencia en el centro del sistema económico. En este contexto, los estudios coinciden en un punto clave: una parte creciente de la desigualdad en los países ricos se explica hoy por la distribución del patrimonio heredado.

La riqueza familiar, que en otras épocas era un complemento, funciona ahora como el factor decisivo para determinar las oportunidades vitales. Lo que antes se recibía al final de la vida, ahora se convierte en punto de partida.

HEREDEROCRACIA

Hay varios elementos que alimentan este nuevo orden. El primero es demográfico: menos hijos por familia implican que el patrimonio se divide entre menos herederos. El segundo es fiscal: en muchas regiones españolas, principalmente las gestionadas por el PP, el coste de recibir una vivienda es prácticamente simbólico debido a las bonificaciones en los impuestos de sucesiones. El tercero es estructural: el mercado de trabajo ofrece salarios que avanzan más lentamente que el precio de los activos inmobiliarios, de modo que la brecha entre quienes reciben patrimonio y quienes no se amplía.

Todo ello dibuja una dinámica en la que heredar ya no será la culminación de una vida próspera, sino el punto de partida de una ventaja —o desventaja— difícil de compensar. El patrimonio familiar condiciona desde la elección de estudios hasta la posibilidad de emprender o de acceder a una vivienda propia sin endeudamiento permanente.

Varios análisis económicos coinciden en que las herencias explican una parte sustancial de la desigualdad de riqueza en España. Por encima de diferencias salariales o laborales, es la disponibilidad de patrimonio previa —o su ausencia— la que marca las distancias.

La movilidad social, que ya mostraba señales de agotamiento, encuentra así un obstáculo adicional: competir con un piso heredado sigue siendo más difícil que competir con un currículum. La concentración patrimonial tampoco es homogénea. Los hogares más acomodados acumulan varias capas de riqueza —financiera, inmobiliaria y empresarial— y, por tanto, transmitirán más.

En el extremo opuesto, quienes carecen de patrimonio familiar seguirán dependiendo en mayor medida del mercado laboral, un terreno donde las subidas de ingresos no compensan la velocidad a la que crecen los activos.

Si se proyectan estas tendencias, España podría encontrarse en 2050 con un modelo social en el que la propiedad inmobiliaria heredada desempeñe un papel decisivo. No se trataría tanto de un país de rentistas en sentido estricto como de una economía donde el acceso a la clase media —o la salida de ella— estará estrechamente ligado al legado familiar.

Una estructura que, sin necesidad de dramatismos, guarda cierto aire medieval en la medida en que la posición inicial ya no dependerá tanto de la ocupación o el salario, sino del patrimonio transmitido.


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