Antonio Molina, presidente provincial de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) y agente con dos décadas de experiencia, sostiene que la misión del cuerpo sigue siendo tan clara como compleja: “Nuestro trabajo es no permitir que entren personas de forma ilegal a nuestro país”.
Hoy, con la perspectiva que da la experiencia, asegura que la Guardia Civil está en un momento crucial. Mientras la institución intenta conquistar audiencias jóvenes a través de redes sociales, él duda de la estrategia: “Vamos demasiado rápido. Mucho TikTok, mucho vídeo… pero ese no es el mensaje que debemos enviar”. Para Molina, la Guardia Civil debe mantener la esencia que la convirtió en una de las instituciones más respetadas del país.
La Guardia Civil que está para todo

En su día a día, relata, la realidad supera cualquier teoría. “Cuando un ciudadano tiene un problema, llama a la Guardia Civil”, repite. Robos, violencia, accidentes, emergencias médicas e incluso levantar del suelo a una persona mayor que ha caído y lleva horas esperando: “Somos nosotros quienes acabamos entrando en su casa a ayudar. Estamos para todo”.
Sin embargo, mientras crece la demanda social, los recursos no acompañan. Falta personal, faltan medios y faltan vehículos. Molina describe una escena habitual: agentes que no pueden salir de patrulla porque no hay un coche operativo, o que trabajan con vehículos de más de 300.000 kilómetros, con radiocasete y averías constantes. “No es normal. No tiene sentido”, sentencia.
Inmigración: entre el deber legal y la dimensión humana
El tema migratorio, admite, genera fricción en el debate público. La Guardia Civil, recuerda, tiene competencia directa en frontera y fiscal. Su labor es impedir accesos irregulares, pero también atender humanitariamente a quienes llegan. “Primero se les ofrece atención médica, luego se entrega a Policía Nacional, que es competente en extranjería. A partir de ahí, desaparecen de nuestro radar”.
Asegura que los agentes están acostumbrados a convivir con versiones distorsionadas de lo que ocurre en la orilla. Cita un caso reciente: una narcolancha con 11 migrantes llegó en apenas hora y media a España. En redes y tertulias se habló de “cayucos” y “viajes interminables”, cuando la realidad —sostiene— era otra: mafias organizadas, viajes de hasta 10.000 euros y un operativo en el que incluso bañistas que intentaban ayudar resultaron ser agentes fuera de servicio.
Por otro lado, Molina habla con firmeza cuando menciona los sueldos. La Guardia Civil, afirma, sigue siendo “la policía más barata de Europa”. La equiparación salarial, que generó expectativas altas, quedó a medias. Cita un ejemplo concreto: “Yo cobro 12 euros la hora en un servicio extraordinario. A mi lado, un policía local cobra 42. ¿Alguien puede explicarme la diferencia?”.









