martes, 18 noviembre 2025

La técnica de 3 minutos que reprograma tu mente y cambia tu día por completo

- Una mirada profunda a la reprogramación personal: del cuerpo a la mente y del hábito al cambio real.

La reprogramación personal —ese concepto del que cada vez escuchamos hablar más en bienestar, psicología o incluso neurociencia— no empieza siempre en la mente, aunque nos guste pensarlo. Muchas veces nace antes en el cuerpo, en ese pequeño temblor que aparece cuando intentamos hacer algo incómodo. Y sí, los especialistas que participaron en una reciente sesión formativa fueron muy claros: el bienestar auténtico no vive únicamente en lo placentero. A veces toca entrar en lo incómodo, sentirlo y dejar que nos transforme. ¿No es curioso cómo evitamos justo aquello que suele hacernos crecer?

La mente que se moldea con lo que hacemos

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La incomodidad inicial es el punto de partida del cambio. Fuente:Canva

En el primer bloque se habló de neuroplasticidad, una palabra que suena técnica pero que, llevada a tierra, significa algo muy sencillo: lo que más usamos, más crece. El cerebro funciona así. Pienso siempre en esos niños que tocan el piano desde los cuatro años y terminan desarrollando zonas específicas como si hubieran hecho pesas neuronales… o en los míticos taxistas de Londres, capaces de memorizar miles de calles y desarrollar regiones de la memoria espacial mucho más amplias. Nuestro cerebro es moldeable, mucho más de lo que creemos.

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La corteza prefrontal —esa parte que nos ayuda a decidir, planificar o ponernos en el lugar del otro— también tuvo su protagonismo. Los expertos advirtieron que si la usamos de manera pasiva, como cuando dejamos que Google Maps piense por nosotros a cada paso, pierde brillo, como un músculo que se abandona. La buena noticia es que se puede recuperar. Leer, meditar, prestar atención… son formas de recordar al cerebro que queremos que siga vivo y despierto. Y él, cuando repetimos un hábito, responde.

Incomodidad, dopamina y ese equilibrio tan humano

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El cerebro se moldea con cada hábito que repetimos. Fuente:Canva

Otro punto fascinante fue la relación entre incomodidad, dopamina y bienestar. Se habló de las “microdosis de dolor”: esperar un poco antes de darnos un capricho, frenar el impulso inmediato, sostener la tensión. Ese gesto tan pequeño activa la dopamina que generamos nosotros mismos y equilibra nuestra cuerda interna de placer y dolor. Por eso después de una caminata exigente, un baño frío o incluso una subida difícil haciendo esquí, aparece esa mezcla de euforia y calma.

Se mencionó también el famoso ayuno de dopamina, muy común en Silicon Valley: dejar unos días redes sociales, pantallas o comida ultraprocesada para que el sistema nervioso respire. No se trata de demonizar la dopamina —es esencial, preciosa, nos mueve— sino de recordar que también necesita descanso.

El estado de flow ocupó otro fragmento inspirador. Ese momento mágico en el que el tiempo desaparece y solo existe lo que estás haciendo. Suele surgir en actividades manuales, creativas, sin pantallas. En ese estado, el lóbulo parietal “se apaga” y nos regala una burbuja de presencia. ¿Quién no ha sentido eso alguna vez cocinando, pintando o incluso montando algo en casa?

Entrenarnos, escucharnos y elegir quién queremos ser

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Escucharte a diario transforma la relación contigo mismo. Fuente:Canva

En el segundo bloque, la experta Lorena Jovenz fue clara: el bienestar es una habilidad entrenable, no un don misterioso. La meditación sirve para conocer nuestra “Ferrari mental” y aprender a conducirla sin estrellarnos. Y entrenar la atención —esa capacidad que parece tan sencilla pero cuesta tanto— es lo que moldea nuestra forma de ver el mundo. La realidad no es totalmente objetiva: es la mezcla entre lo que ocurre fuera y lo que nuestro cerebro espera ver. Y esos filtros vienen de la infancia. ¿Podemos cambiarlos? Con intención, valores claros y práctica, sí.

En el tercer bloque, Catalina Goerke habló de la autoescucha diaria. Parar un momento y preguntarnos “¿Quién soy hoy?” o “¿Qué necesito decirme?” puede romper la rigidez del ego, esa parte que se aferra al “yo” de ayer. Muchas veces el sufrimiento nace del intento de agradar a otros. Ser fiel a uno mismo implica priorizar la estabilidad interna y actuar desde ahí (más fácil decirlo que hacerlo, lo sé).

La inteligencia del cambio, según Stanislao Batchratch, consiste en soltar hábitos que ya no sirven y crear otros nuevos. Cambiar está al alcance de todos —la ciencia lo respalda—, pero requiere esfuerzo y la valentía de desmontar nuestras narrativas internas. Esas pequeñas mentiras que nos contamos pueden ser nuestro mayor obstáculo.

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