Una dieta no solo alimenta el cuerpo, también revela cómo estamos diseñados para vivir. La experta en nutrición ancestral presenta un enfoque dietético que ella llama “primogénico”, y que está despertando muchísima curiosidad entre profesionales de la salud y personas que simplemente buscan sentirse mejor. Su propuesta parte de una idea que, aunque pueda sonar provocadora, tiene un trasfondo evolutivo evidente: el cuerpo humano funciona de maravilla cuando usa la grasa como fuente principal de energía, mucho más que cuando depende continuamente de la glucosa. Y, si miramos hacia atrás —muy atrás—, encaja con cómo ha sobrevivido nuestra especie durante millones de años.
El metabolismo primogénico: volver al combustible original

Según explica, los humanos estamos diseñados para ser “quemadores de grasa primales”. No es una metáfora vacía: durante casi toda nuestra historia —unos 2,6 millones de años— nuestro cuerpo funcionó principalmente gracias a los ácidos grasos libres y a las cetonas que obteníamos de los animales que cazábamos. Esa fuente estable, lenta y potente de energía nos daba una ventaja enorme para sobrevivir.
Las cetonas, insiste, son como ese combustible limpio que hace que un motor suene redondo. El cerebro humano, por ejemplo, es extraordinariamente eficiente cuando trabaja con cetonas casi a tiempo completo. Los ácidos grasos libres aportan el doble de energía que los carbohidratos, y las cetonas pueden llegar a multiplicar ese aporte por cuatro. No es poca cosa.
Cuando describes este modelo, lo llama libertad metabólica, porque —según explica— uno deja de depender de snacks, picos de azúcar o ese bajón desesperante a media tarde. Frente a esto, la dependencia constante de glucosa la define directamente como “esclavitud metabólica”, un ciclo interminable de hambre, búsqueda de comida y agotamiento.
La glucosa, añade, es un combustible de emergencia: útil para un sprint, para escapar de un peligro… pero demasiado inflamatorio y dañino cuando se usa en exceso. Su tendencia a “pegarse” a proteínas y grasas acelera el envejecimiento y deteriora tejidos.
Un enfoque nutricional basado en biología, no en tendencias

El enfoque primogénico se apoya en tres ideas muy sencillas: pocos carbohidratos, proteína moderada y mucha grasa. Los carbohidratos —azúcares, almidones, harinas— se reducen al mínimo, porque el cuerpo puede fabricar la glucosa que realmente necesita a partir de proteínas y grasas.
La proteína no se elimina, pero tampoco se busca en exceso. Ella explica que un consumo demasiado alto activa la vía mTOR, que empuja al cuerpo a crear nuevas células en lugar de reparar las que ya tiene. En cambio, consumir solo la proteína necesaria, calculada según el peso ideal, favorece la reparación celular y la autofagia, dos procesos que se asocian a la longevidad.
La grasa —sobre todo la animal— se convierte en la protagonista. Grasa de pato, manteca de cerdo, sebo… incluso los cortes de res de pastoreo, que a veces creemos muy “pesados”, son más de un 50% grasa insaturada.
Alimentos densos, nutrientes reales

La experta insiste en recuperar la costumbre ancestral de “comer de la nariz a la cola”: incluir órganos, piel, tendones y vísceras, especialmente el hígado, al que describe sin rodeos como “el verdadero superalimento”.
También dedica buena parte de su enfoque a tres vitaminas liposolubles clave: A, D3 y K2 en su forma MK-4. Sin ellas —afirma— no existe salud metabólica posible. Explica que la forma vegetal de vitamina A es muy poco eficiente, que la D3 aparece de forma natural en la manteca de cerdo de animales criados al aire libre, y que la K2 MK-4 es la única versión que el cuerpo reconoce para dirigir el calcio donde debe ir. Incluso menciona que el famoso “Activador X” del investigador Weston Price era probablemente esta misma vitamina.
Otro ingrediente esencial es el DHA, un omega-3 clave en la construcción del cerebro humano. Solo aparece de manera fiable en la grasa de animales que han comido una dieta natural.









