A veces, lo que más sabotea nuestra felicidad es justo aquello que no nos damos cuenta de que hacemos. Marco Antonio Regil (MAR) es, desde hace años, una de esas voces que suenan familiares cuando se habla de crecimiento personal en Latinoamérica. Conductor, conferencista, creador de contenido… y, sobre todo, un mentor que ha acompañado a miles de personas en su camino interior. Más de 30 años frente a las cámaras y micrófonos, y más de 25.000 alumnos en sus formaciones, lo respaldan. En su charla con Marian Gamboa en A lo Grande Podcast, MAR abre el corazón —sin prisa y sin máscaras— para explicar cómo ha construido una vida con propósito, abundancia y una paz que antes no tenía.
El origen del propósito: dolor, familia y resiliencia

Aunque muchos lo recuerdan por sus programas de concurso o por su voz en la radio —carrera que empezó a los 15 años—, MAR siempre tuvo claro que lo suyo era el crecimiento personal. No lo buscó: lo heredó. Su mamá, entrenadora de ventas, era de esas mujeres que inspiran con sólo verlas trabajar. Una madre soltera en un México conservador, levantándose antes del sol, enfrentando juicios, prejuicios y hasta discriminación dentro de su propia familia.
MAR creció mirando todo eso con ojos de niño, con esa mezcla de dolor y admiración que marca para siempre. Su sueño infantil era sencillo y precioso: ser el “tercer cochinito” de Cri Cri, el que trabaja para ayudar a su mamá. No lo movía el éxito, ni la ambición, sino la necesidad de que ella sufriera menos. Hoy lo dice con calma: “El dolor puede ser una bendición”. Y uno entiende que lo dice porque lo vivió. Porque le permitió descubrir fuerzas internas que quizá no habría conocido de otra manera.
De su madre también aprendió la lección que guió toda su vida profesional: jamás trabajar por dinero en algo que no amas. Esa frase lo acompañó cuando, siendo muy joven, empezó a crear y vender su propio programa de radio. Jornadas interminables, de 12 o 14 horas… pero más llevaderas porque él amaba lo que hacía.
Soltar, perdonar y dejar de jugar a ser Dios

Años después, cuando MAR ya había alcanzado estabilidad financiera y podía cuidar de su madre, llegó una verdad dolorosa: por más amor que le diera, no podía salvarla de sus heridas emocionales. Ella rechazaba la terapia —como muchas personas de su generación— porque creía que era cosa de “locos” o de los que no podían con su vida. Encima cargaba con la idea de que Dios la castigaba por haber salido del convento cuando era joven. Un peso injusto que la acompañó siempre.
MAR se frustró intentando ser su psicólogo. Creía, ingenuamente, que podía “arreglar” lo que ella pensaba o sentía. Pero fue en terapia, gracias al Dr. Federico Puente, donde aprendió una de las lecciones más duras: uno puede amar y acompañar, pero la felicidad del otro no está en sus manos. Esa expectativa —tan humana, por cierto— sólo genera sufrimiento.
De ahí nació su filosofía de soltar las expectativas. Aferrarse a un resultado es, dice, “querer jugar a ser Dios”, porque nadie sabe cuál es el camino correcto para el “más alto bien”. En su maestría en psicología espiritual aprendió un significado precioso del “Amén”: “Quiero esto, sí, pero me abro a algo aún mejor”. Es una forma de vivir más ligera y abierta a los milagros cotidianos.
Metas, ego y ese ruido constante en la cabeza

En su visión, existen dos tipos de metas: las del ego y las del corazón. Las del ego pesan, obligan, juzgan. Son ese “tengo que” que nace del miedo a no ser suficiente. En cambio, las metas del corazón se sienten como un regalo: hacer ejercicio porque te amas, no porque te odias.
Otro punto clave es la mente. Esa voz interna que nunca calla —la “loca de la casa”, como decía Santa Teresa; el “mitote”, según Don Miguel Ruiz— no siempre dice la verdad. Aprender a separarse de ella es aprender a vivir. MAR reconoce que, debido a heridas muy tempranas, es propenso a la ansiedad, así que usa constantemente la respiración y otras herramientas para que el miedo no invente historias que nunca pasaron.









