En un país donde cada vez cuesta más encontrar manos dispuestas a construir, Blas Martín se ha convertido en la voz de un reclamo silencioso: faltan electricistas, faltan albañiles, faltan soldadores… falta gente para la obra. Desde su taller en Granada, este profesional del metal encarna la historia de muchos trabajadores que levantaron su futuro a fuerza de voluntad, calor de soldadura y largas horas de dedicación.
Su relato refleja el pulso de un sector que sostiene buena parte de la economía española: la obra. Una realidad que combina la satisfacción del trabajo bien hecho con las dificultades de un oficio cada vez menos elegido por los jóvenes.
De aprendiz a maestro: una vida entre chispas y hierro
Blas Martín comenzó su recorrido en el mundo del metal cuando apenas tenía 14 años, ayudando a su tío durante los veranos en una pequeña carpintería metálica. Allí aprendió lo que ningún manual enseña: la paciencia, la precisión y el valor de cumplir la palabra dada. Con el tiempo, la obra se transformó en su escuela, en su sustento y en su forma de entender la vida.
Durante años combinó distintos trabajos —desde panadero hasta jardinero— antes de poder dedicarse de lleno a la soldadura. “Me fui comprando las máquinas poco a poco”, recuerda. Su taller, ubicado bajo su casa, se convirtió en refugio y trinchera cuando en 2020 decidió hacerse autónomo.
El inicio no fue fácil: mientras el país se paralizaba por la pandemia, él seguía fabricando portones y rejas, decidido a no dejar morir la obra. Hoy, su jornada transcurre entre encargos, materiales y aprendizajes compartidos. “No me gusta montar fuera, prefiero fabricar en el taller”, confiesa, fiel a la esencia del trabajo artesanal.
Un oficio en crisis: faltan manos y sobran excusas en la obra

La realidad que describe Blas es la de muchos profesionales que viven la obra desde dentro: falta personal, sobran intermediarios y se pierden los valores del esfuerzo y la constancia. “Faltan electricistas, falta gente para la obra, falta de todo”, lamenta. Y no es exageración. En muchas provincias, encontrar un soldador o un fontanero disponible se ha vuelto una odisea.
Martín no solo trabaja: también enseña. Tiene a su cargo un joven en prácticas, al que intenta formar con las mismas herramientas con las que él se forjó. “No quiero que esté barriendo en el taller. Quiero que aprenda de verdad”, dice, mientras insiste en la necesidad de recuperar el respeto por el aprendizaje. La obra necesita savia nueva, pero las condiciones actuales no siempre acompañan.
El problema, explica, es estructural: contratar a un aprendiz cuesta casi lo mismo que a un oficial con experiencia. “Si el chico me saca trabajo, yo le pago lo que haga falta. Pero tiene que rendir.” Así, entre soldaduras y presupuestos, Blas mantiene en pie un oficio que parece resistirse al olvido.









