Desde pequeña, Irene Pavón supo que el sonido de las botas sobre el suelo y el eco de las órdenes en el cuartel formaban parte de su vida. Hija de un oficial del Ejército de Tierra y criada en Ceuta, una ciudad donde lo militar se respira en cada rincón, su destino parecía inevitable. Pero no fue la imposición familiar lo que la llevó al uniforme, sino la vocación: el deseo de servir, cuidar y sanar desde el compromiso que representa la sanidad militar.
“Siempre me gustó el mundo de la salud. Elegí enfermería porque me apasionaba, y luego encontré en el Ejército una forma distinta de ejercerla”, explica. Su camino, sin embargo, no fue sencillo. Aprobar la oposición para acceder al Cuerpo Militar de Sanidad le llevó tres años. Tres años de estudio, sacrificio y renuncias. “Encendía la luz de la biblioteca por la mañana y la apagaba por la noche. Entrenaba tres horas diarias y vivía con un único objetivo: conseguir la plaza”, recuerda.
Ser parte del ejército: Tres años de estudio, esfuerzo y disciplina para alcanzar un sueño

Cuando finalmente vio su nombre en la lista de aprobados, la emoción fue contenida. “No me lo creía. La gente me decía que no me veía contenta, pero era incredulidad. Después de tanto tiempo, parecía irreal”. Su familia, que había acompañado cada paso del proceso, lo vivió con una mezcla de orgullo y alivio. “Mi padre estaba más nervioso que yo”, confiesa con una sonrisa.
La teniente Pavón pertenece a los denominados Cuerpos Comunes, un grupo de oficiales que prestan servicios esenciales a las Fuerzas Armadas: médicos, psicólogos, veterinarios, farmacéuticos y enfermeros. Son la columna invisible que sostiene la salud, el bienestar y la estabilidad de quienes sirven en tierra, mar y aire. “Somos parte del Ejército, pero vivimos lo militar desde otra perspectiva. Nuestro trabajo es cuidar al que cuida”, resume. «Yo cobro 2.000€, lo digo abiertamente, no me importa decirlo. Es verdad que depende también del destino», aseguró.
Cuidar al que cuida: la misión silenciosa del personal sanitario militar
Su formación la llevó a recorrer los tres ejércitos —Tierra, Aire y Armada—, conociendo sus estructuras, sus diferencias y su espíritu. Pero fue en el Ejército de Tierra donde sintió “estar en casa”. Hoy forma parte de la Brilat, una de las unidades más operativas de España, y se prepara para su segunda misión internacional, esta vez en Eslovaquia. “Mi objetivo era aprender, vivir la experiencia operativa y crecer profesionalmente. Sabía que si no lo hacía de joven, luego sería más difícil.”
De su primera misión, en 2023, guarda un recuerdo imborrable. “El enfermero en misión no solo cura heridas. Escucha, acompaña, sostiene. A veces eres más psicólogo que sanitario. La gente necesita desahogarse, sentir confianza.” Una cercanía que, asegura, no debe confundirse con falta de disciplina: “En el cuartel soy teniente y exijo el mismo respeto que doy. Pero fuera del uniforme, soy Irene.”
Hoy, con solo unos años de carrera, Irene Pavón representa a una nueva generación de oficiales que combinan preparación, vocación y sensibilidad. Una generación que demuestra que servir no siempre implica empuñar un arma, sino también ofrecer una mano firme y un gesto humano en los momentos más difíciles.









