Josep M. Fericgla observa el mundo con una lucidez poco común. A sus años, después de convivir una década con el pueblo shuar en la Amazonía y publicar más de treinta libros sobre rituales y estados de conciencia, habla sin eufemismos: “La mayor parte de la gente vive como perros: nacen, comen, se reproducen y mueren sin enterarse de lo que es la vida humana”.
Doctor en Antropología, Fericgla lleva más de cuarenta años explorando los límites de la mente y el espíritu. Su vida es, en sí misma, una expedición al misterio de la conciencia. Desde su experiencia cercana a la muerte —cuando cayó de espaldas y se fracturó varias vértebras— hasta sus estudios sobre enteógenos y rituales de expansión perceptiva, su discurso invita a mirar de frente aquello que la sociedad prefiere ignorar: la muerte, el vacío y la desconexión del ser humano consigo mismo.
Entre la muerte y la conciencia: la experiencia que cambió su mirada sobre la vida humana

“Cada uno muere como ha vivido”, asegura con serenidad. Durante el mes que pasó inmóvil, observando el techo de un hospital gallego, comprendió lo que significa llegar al límite. En aquel dolor sin alivio, experimentó que las fronteras del cuerpo son solo una parte mínima de la realidad humana. “Cuando nos acercamos a la muerte, la conciencia se expande”, recuerda.
Fericgla se declara crítico con la espiritualidad de consumo. Cuestiona el boom del mindfulness, del yoga convertido en moda y de las terapias orientales vaciadas de sentido. “Todas estas técnicas venidas de Oriente —dice— lo que hacen es alimentar el narcisismo. Hemos olvidado la búsqueda de lo trascendente”. Para él, la vida no es cultivar el ego, sino trascenderlo; no es hablar de paz interior mientras el mundo se derrumba, sino reconectar con la dimensión profunda que da sentido a la existencia.
El antropólogo catalán distingue entre vivir como un animal y vivir como un ser humano. “Los animales sienten, reaccionan, se mueven. El ser humano tiene la posibilidad de desarrollar una conciencia que se observa a sí misma. Pero la mayoría no lo hace. Solo responde a impulsos corporales: hambre, miedo, sexo, defensa. Por eso digo que viven como perros”.
Crítico del narcisismo moderno, Fericgla reclama volver a la trascendencia y a la atención como caminos de libertad interior
Esa distancia entre el cuerpo y la conciencia, según Fericgla, es la clave de lo humano. Desarrollarla es un trabajo interior que requiere atención y presencia. “La atención —explica— es lo más importante de la vida humana. Sin atención, no hay libertad posible. Solo repetimos los reflejos del cuerpo y de la sociedad”.
Su visión de la muerte, nutrida por el estudio comparado de tradiciones chamánicas, budistas y cristianas, es tan racional como poética. Sostiene que quien ha cultivado la conciencia de sí mismo no muere del todo: “Cuando el cuerpo se apaga, la conciencia trabajada se mantiene. Es lo que perdura. Por eso las tradiciones hablan de unidad, de volver al Uno. La muerte existe solo para los que no se han trabajado”.
En sus talleres y en el campus de Can Benet Vives, fundado hace más de dos décadas en Cataluña, Fericgla ha acompañado a miles de personas en procesos de expansión de conciencia a través de la respiración holorénica y otros métodos rituales. De esa experiencia saca una conclusión rotunda: “Cada uno muere como ha vivido. Si uno ha vivido con codicia o miedo, muere aferrado a eso. Prepararse para la muerte es prepararse para vivir bien”.









