Hablar de muerte y bienestar en la misma frase suena, de entrada, a contradicción. A paradoja incómoda. Como juntar agua y aceite, como intentar encontrar consuelo en una herida. Pero lo cierto es que cada vez más voces —psicólogos, docentes, terapeutas, personas de carne y hueso que han perdido y acompañado— están descubriendo que sí se puede mirar el final desde otro lugar. No con romanticismo, pero sí con una dosis de humanidad, de serenidad… incluso de belleza.
Uno de esos especialistas, protagonista de esta conversación, lo dice claro:
“Comprender la muerte desde la Psicología Positiva no significa idealizarla. Significa aprender a vivir mejor sabiendo que existe”.

Y no lo dice desde un púlpito teórico. Su búsqueda empezó por donde empiezan las más sinceras: en la vida real. En el dolor. En lo irreparable. Primero fue la muerte de su padre.
Tres muertes, tres sacudidas. Tres formas distintas de una misma pregunta: ¿cómo seguir viviendo después?
La respuesta fue llegando de a poco, como suele pasar. Y tomó forma en una certeza que, aunque duela, consuela: que la Psicología Positiva puede ser faro, compañía y herramienta en tiempos oscuros. Que el duelo, si se acompaña con verdad, puede florecer.
Tanatofobia: cuando lo que duele es no hablar

Pocas cosas generan tanto rechazo como la muerte. La propia, ni hablar. La ajena, depende. Si fue natural, si fue repentina, si fue elegida… cambia todo. Pero, aun así, hay algo que permanece: vivimos en una cultura tanfóbica, que empuja la muerte a los márgenes. La esconde en hospitales, la encapsula en palabras técnicas, la deja en manos de otros. Como si no nombrarla pudiera espantarla.
Y sin embargo, ahí está. Siempre. Como quedó claro durante la pandemia: una presencia inevitable, incómoda, contundente.
Lo que asusta no es solo la muerte en sí, sino todo lo que la rodea:
– ¿Qué pasa antes de morir?
– ¿Cómo será ese instante?
– ¿Y si después no hay nada?
Frente a ese vértigo, encontrar calma es posible. Y no viene de negar la muerte, sino de darle sentido a la vida. De saber —de sentir— que se ha vivido a conciencia. Como dice el Dalái Lama:
“Para tener un buen morir, hay que haber tenido un buen vivir”.
El “buen morir”: cerrar el círculo con dignidad

Desde el enfoque de la Psicología Positiva, el concepto de “buen morir” se construye en dos planos. Uno más concreto: que el final no duela, que no se alargue innecesariamente, que permita despedirse. Que haya espacio para decir “te quiero”, “gracias”, “perdón”, “te espero”.
Y otro más simbólico, más íntimo: aceptar que todo termina. Y no como rendición, sino como reconciliación.
No se trata de resignarse. Se trata de agradecer lo vivido. De encontrar un atisbo de esperanza en la trascendencia, sea espiritual, energética o simplemente en la memoria que dejamos.
Ejercicios para morir… y seguir viviendo
En la práctica clínica, acompañar un duelo no es aplicar fórmulas. Es caminar al lado. Sostener sin empujar. Entender que no hay línea recta ni fases ordenadas. Que un día se ríe y al otro se vuelve a llorar. Y está bien. Eso también es duelo.
Algunos ejercicios ayudan a darle forma al caos:
“El último regalo”
¿Qué le darías a alguien si supieras que no vas a volver a verlo? Lo material es solo la excusa. Lo importante está detrás: el amor, la gratitud, el vínculo.
Y hay fortalezas que parecen pequeñas pero abren caminos enormes:
la espiritualidad (con o sin religión),
el humor (ese que hace reír entre lágrimas),
el asombro,
el autocontrol,
la valentía.
El amor. Siempre el amor.
Rituales, conversaciones y nuevas formas de acompañar

También emergen nuevas prácticas:
– La conexión cardiorespiratoria, que busca sincronizar la respiración entre familiares y moribundos.
– Las doulas de la muerte, que acompañan el último tramo con el mismo cuidado con que se acompaña un nacimiento.
Y no, no es lo mismo hablar de muerte asistida —cuando hay dolor irreversible— que del deseo de morir por desesperanza. En el primer caso, es un derecho a elegir. En el segundo, es una señal de alarma. Porque la mayoría de las depresiones son tratables. Y muchas veces, lo que parece un final… no lo es.
Bienestar compartido: no hay luz sin sombra
Hoy, el especialista dirige el Instituto del Bienestar, antes llamado Instituto de la Felicidad. Y el cambio de nombre no es menor. Porque el bienestar que proponen no es individualista ni ingenuo. No busca “ser feliz a toda costa”. Busca otra cosa: comprender que la alegría verdadera es la que se construye con otros. Que no vale la pena sentirse bien si el entorno está ardiendo.
También lidera Somos Polen, una comunidad que entrelaza arte y salud mental. Que habla sin miedo. Que transforma las pérdidas en semillas.
Su mensaje final no intenta maquillar la tristeza. Pero sí recordarnos algo esencial: no todo lo oscuro es vacío.









