lunes, 10 noviembre 2025

¿Cansancio constante? El nutriente esencial de la carne roja que tus mitocondrias están pidiendo

- El cuerpo no está roto: solo necesita volver a recordar cómo encender su fuego interior.

A veces, sin saber muy bien por qué, te sientes sin energía.
No es cansancio físico, exactamente. Es otra cosa: una especie de niebla interior. Duermes, comes, haces “lo correcto”, pero tu cuerpo no responde. Te levantas y parece que llevas una mochila invisible llena de piedras.

Esa sensación, ese “no puedo más” que se repite cada día, no siempre tiene que ver con la edad ni con el estrés. Tiene que ver con algo más profundo: tu metabolismo.
Sí, esa palabra tan poco sexy y tan mal entendida. El metabolismo es, en realidad, la chispa que mantiene viva cada célula. Es el fuego que convierte los alimentos en energía, el motorcito que lo hace todo posible.

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Cuando ese motor falla, la chispa se apaga poco a poco… y todo se derrumba con ella.
Ahí empieza la historia de lo que los médicos llaman enfermedad metabólica. Pero en el fondo, podríamos llamarlo de otra forma: el cuerpo que se olvida de cómo vivir con energía.

La epidemia que nadie ve

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El cuerpo solo necesita recordar cómo producir energía desde dentro. Fuente: Canva

Vivimos rodeados de comida, pero cada vez más vacíos de energía.
Es una paradoja cruel: hay azúcar y grasa por todas partes, pero nuestras células no pueden usarlas.
Imagina una calle llena de food trucks, todos con comida deliciosa… pero tu puerta está cerrada con llave.
Eso es exactamente lo que pasa dentro del cuerpo.

Y así vivimos: cansados, inflamados, con antojos que nunca se sacian.
Un estudio reciente en Estados Unidos lo confirma: solo el 12% de los adultos tiene una salud metabólica realmente buena. El resto estamos arrastrando un cuerpo que pide ayuda en silencio.

Cuando la llave deja de abrir la puerta

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Cuando el metabolismo falla, la chispa de la vida se apaga poco a poco. Fuente: Canva

El gran culpable —o más bien, el gran agotado— es la insulina.
Durante años, esta hormona ha hecho su trabajo sin descanso: abrir las puertas de las células para dejar pasar la glucosa.
Pero un día, después de tanto azúcar, tanta pasta, tanto picoteo, la cerradura se desgasta.
Y la llave ya no encaja.

Entonces el azúcar se acumula en la sangre, mientras las células mueren de hambre por dentro.
Y tú lo notas: el bajón de media tarde, la fatiga constante, la niebla mental, esa hambre infinita aunque acabes de comer.

Lo irónico es que el cuerpo solo necesita una cucharadita de azúcar en todo el torrente sanguíneo…
pero la mayoría consumimos el equivalente a 87 cucharaditas al día.
El cuerpo se rinde. Y las pequeñas fábricas de energía —las mitocondrias— se apagan, una a una.

Volver a encender el fuego

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La buena noticia es que el cuerpo recuerda.
Solo hay que darle la oportunidad.

No se trata de hacer dietas imposibles ni de contar calorías.
Se trata de volver a comer de verdad, de escuchar el hambre real y respetar el silencio entre comidas.

Empieza eliminando los alimentos que entorpecen el trabajo del cuerpo: panes blancos, cereales industriales, refrescos, salsas dulces.
Deja que pasen horas entre comidas. No es ayunar, es dejar que el cuerpo respire.
Y cuando comas, hazlo para nutrir tus células, no solo para llenar el estómago.

Un plato que da vida

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Pequeños hábitos diarios pueden devolvernos vitalidad y calma. Fuente: Canva

Piensa en tu plato como una especie de altar, un pequeño homenaje a tus mitocondrias:

  • Una base de hojas verdes: rúcula, endivias, espinacas. Amargas, sí, pero llenas de vida.
  • Un aderezo funcional: vinagre de manzana y aceite de oliva virgen extra, un dúo que ayuda a que la insulina vuelva a escuchar.
  • Un toque de semillas o un aguacate que equilibre tu sistema nervioso.
  • Una proteína real —carne, pescado, huevos—, sin envoltorios ni artificios.
  • Y si quieres un postre, que sea yogur natural con cacao puro y canela, un pequeño placer que, además, sana.

Comer así no es una moda. Es un recordatorio de cómo fuimos diseñados para vivir.

Pequeños gestos que reactivan la vida

Come bien, sí, pero también muévete.
Camina después de comer. Que tus músculos usen el azúcar antes de que se convierta en problema.
Toma el sol a primera hora, que esa luz suave despierta tus mitocondrias.
Haz algo de fuerza, aunque sea levantar tu propio peso.
Y, sobre todo, no llenes tu casa de ultraprocesados. Si no están ahí, no mandan sobre ti.

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