La salud no es solo ausencia de enfermedad, es la forma más inteligente de vivir largo y bien. A veces, hablar con el Dr. Vicente Mera es como mirar la vida a través de un espejo que devuelve perspectiva y serenidad. Jefe de Medicina de Longevidad en la Clínica SHA Wellness de Albir (Alicante) y uno de los mayores expertos europeos en antienvejecimiento, Mera lanza una afirmación que, de entrada, puede parecer atrevida: “El cuerpo humano está diseñado para vivir 120 años.”
Hace una pausa, sonríe con esa mezcla de ciencia y humildad que lo caracteriza, y añade: “Somos una máquina casi perfecta… pero con obsolescencia.”
Nadie, recuerda, ha superado ese límite. Pero ejemplos como el de María Brañas, la mujer más longeva del mundo —fallecida en España a los 117 años— demuestran que estamos muy cerca de lograrlo. “Tenía una flora intestinal joven, casi como la de una persona de mediana edad”, comenta, destacando algo que él considera fundamental: la salud empieza en el intestino.
Tres edades, una sola vida

Para el Dr. Mera, no tenemos una única edad, sino tres.
La primera es la cronológica, la del calendario. “Esa se puede engañar —dice entre risas—; ya hubo quien se ganó un Nobel por demostrarlo.”
La segunda es la edad del aspecto físico, moldeable con cirugía o maquillaje, pero, como él dice, “con poco valor real desde el punto de vista de la vida.”
Y la tercera, la más importante: la edad biológica, que refleja la vitalidad auténtica, la energía y la capacidad de seguir soñando proyectos.
“El ADN es como un libro, y la metilación nos dice cuántas veces se ha leído. Los telómeros, en cambio, son los neumáticos de ese coche que es la vida: cuando se gastan, todo el sistema pierde tracción.”
En pocas palabras, la edad biológica es la que de verdad importa, porque mide cómo te sientes, no cuántas velas apagas.
El exposoma: la vida como una carretera

Mera introduce un concepto que cambia las reglas del juego: el exposoma, es decir, todo lo que no heredamos —lo que comemos, respiramos, hacemos o dejamos de hacer—.
Lo explica con una metáfora brillante:
“Es más importante aprender a conducir tu coche que tener un buen coche.”
Y enseguida se coloca en el papel que más disfruta: el de copiloto.
“Yo no llevo el volante”, dice. “Solo les indico a mis pacientes por dónde ir, pero ellos deciden la velocidad y la dirección.”
Los estudios con gemelos idénticos lo confirman: el exposoma influye el doble que la genética en cuánto y cómo vivimos. “Lo que hacemos con nuestra vida tiene más peso que los genes con los que nacemos.”
En resumen: nuestras decisiones diarias pueden alargar la vida más que cualquier herencia.
Los siete pilares de la longevidad

El camino hacia esos 120 años soñados, explica Mera, se apoya en siete pilares. No hay magia, sino coherencia.
- Alimentación. “Comemos demasiado”, sentencia. Inspira la práctica japonesa hara hachibu: comer solo hasta el 80% de saciedad. Y lanza una advertencia directa: “El azúcar es el antialimento número uno.”
- Ejercicio. “Caminar 7.000 o 10.000 pasos al día te da la misma ventaja de longevidad que diez años de medicación para la tensión o el colesterol.”
- Sueño. Lo llama “el momento en que el ordenador se reinicia”. Entre 40 y 60 horas semanales son el rango ideal. Las siestas cortas, de 20 minutos, también cuentan.
- Gestión del estrés y vida social. “Las relaciones humanas salvan vidas”, afirma. Y añade, con humor y verdad: “Una buena vida sexual diaria es un marcador de salud. Si es una vez al mes, hay que mejorar.”
- Hormonas. Su equilibrio, sobre todo durante la menopausia, es esencial. “La hormona del crecimiento es nuestra aliada del rejuvenecimiento, y solo aparece si dormimos bien.”
- Evitar tóxicos. “El alcohol y el sobrepeso —recuerda— son dos de las principales causas prevenibles del cáncer de mama.” Y advierte también sobre microplásticos y polimedicación.
- Microbiota. “Es nuestro segundo cerebro”, dice. Y como todo ecosistema, necesita equilibrio: probióticos (las bacterias), prebióticos (su alimento) y postbióticos (sus beneficios).
Inmortalidad y propósito: el legado que no caduca
Cuando le preguntan si algún día seremos inmortales, el Dr. Mera sonríe antes de contestar. “La inmortalidad física es ciencia ficción… pero la espiritual sí existe.”
Explica que el verdadero legado no está en durar más, sino en dejar huella, en el bien que hacemos a los demás. “El ikigai, ese propósito que nos hace levantarnos cada mañana, es el mejor seguro de vida.”
Y deja una reflexión que desarma por su sencillez:
“El mejor regalo que puedes hacer a tus seres queridos es estar muy bien.”
Porque cuando alguien enferma gravemente, añade, “no solo sufre quien está enfermo, sino también los que lo cuidan.”
Por eso, concluye, la salud no es una meta, sino una forma de amar.
“Cuidarse es un acto de responsabilidad, sí, pero sobre todo, un acto de amor hacia quienes nos rodean.”









