Durante décadas, el ADN ha sido descrito como el manual de instrucciones de la vida. Pero la Dra. Irena Cosic, ingeniera y biofísica con más de cuarenta años de investigación, plantea una visión mucho más amplia: el ADN sería también un código capaz de fabricar luz dentro del cuerpo humano, una luz que vibra en el mismo rango que la del sol.
Según sus estudios, el funcionamiento de las proteínas no depende únicamente de su forma tridimensional, sino de la luz que emiten. Su teoría, conocida como Modelo de Reconocimiento por Resonancia (RRM), ha sido verificada tanto matemática como experimentalmente. A través de ella, Cosic afirma que la función de una molécula se determina por la radiación luminosa que produce.
Las proteínas, los semiconductores naturales del cuerpo

De acuerdo con la investigadora, las proteínas actúan como auténticos semiconductores biológicos. Al igual que en la electrónica, estas estructuras permiten o bloquean el flujo de electrones según las condiciones del entorno.
Cuando los electrones se mueven dentro de las proteínas, se generan campos eléctricos y magnéticos perpendiculares entre sí. De esa interacción surge una onda electromagnética, o lo que comúnmente entendemos como luz.
La Dra. Cosic explica que las moléculas no se reconocen por encaje físico, como sugiere el modelo clásico de “llave y cerradura”, sino porque resuenan a una misma frecuencia luminosa.
“Dos moléculas se comunican cuando vibran igual”, resume la investigadora.
Un ejemplo concreto es la hormona leptina, que regula el apetito. Su frecuencia de emisión es de 727 nanómetros, exactamente la misma que su receptor. Lo mismo ocurre con la insulina, que emite y recibe luz a 552 nanómetros. Si una proteína muta y cambia su frecuencia, su capacidad de comunicarse y cumplir su función se pierde.
Cada proceso biológico tiene su propio rango de luz

La Dra. Cosic ha clasificado cientos de proteínas según la luz que emiten. De ese trabajo ha surgido un patrón sorprendente:
- Los procesos antitumorales y de control del crecimiento operan en el rango infrarrojo.
- Los antivirales y antibacterianos, en el ultravioleta.
- Y la producción de mielina, esencial para el sistema nervioso, en torno a 1029 nanómetros.
Esta clasificación abre una posibilidad que podría transformar la biomedicina: si una proteína pierde su función, podría reactivarse aplicándole la frecuencia luminosa adecuada desde el exterior.
El sol como referencia biológica

Los estudios de Cosic también revelan que todas las funciones clave del cuerpo ocurren dentro del rango del espectro solar.
La luz natural contiene las frecuencias exactas necesarias para regular los principales procesos biológicos, algo que no ocurre con la luz artificial.
“La iluminación moderna, pese a su brillo, carece de las longitudes de onda que controlan la regeneración celular o la defensa frente a virus y bacterias”, explica la científica.
Esa carencia podría estar relacionada con el aumento de determinadas disfunciones metabólicas y con la pérdida de vitalidad en ambientes interiores.
El papel del agua y las condiciones naturales

Para que las proteínas actúen como semiconductores y generen luz, el entorno interno debe ser óptimo. Cosic señala cinco factores esenciales: exposición al sol, al frío, a la oscuridad, a la luz roja nocturna y protección frente a campos electromagnéticos.
El motivo está en el agua corporal, que representa la gran mayoría de las moléculas del cuerpo humano.
Cuando se expone a luz natural, el agua se estructura formando “dominios coherentes” capaces de almacenar y transferir energía. Esa organización permite que los electrones circulen libremente y que las proteínas realicen su trabajo eléctrico y luminoso.
“Sin esa agua estructurada, la orquesta biológica pierde ritmo”, afirma Cosic.
Una sinfonía luminosa
En resumen, la teoría de la Dra. Cosic redefine el papel de la luz en la biología.
El ADN, las proteínas y el agua formarían una sinfonía de resonancias que sostiene la vida.
“Somos sistemas organizados de luz”, concluye la investigadora.
Una frase que, más allá de la metáfora, sugiere algo profundo: tal vez, literalmente, somos seres diseñados para brillar en armonía con el sol.









