Hay dolores que no se curan con una pastilla ni con un masaje.
Esa sensación desconcertante de “ya no debería dolerme”, pero duele.
El doctor Álvaro Rodríguez lo ve cada día. Y su manera de explicarlo cambia todo:
“El dolor crónico no es un problema del músculo ni del hueso. Es una enfermedad del sistema nervioso. Y, lo más importante: se puede desaprender.”
Rodríguez, profesor e investigador, lleva años estudiando cómo el cerebro y el cuerpo se comunican.
“Crónico”, aclara, no significa “para siempre”.
“Solo quiere decir que lleva más de tres meses. Pero eso no lo hace eterno. Ni irreversible.”
Cuando el dolor no viene del cuerpo

“El cuerpo tiene su propio reloj —dice—. Ningún tejido tarda más de seis meses en sanar.”
Si el dolor sigue después de ese tiempo, ya no es una herida física lo que lo mantiene. Es el sistema nervioso, que ha aprendido a mantener encendida una alarma que ya no hace falta.
“Es como si el cerebro se quedara con la radio puesta en una frecuencia de alerta. Aunque la amenaza ya no esté, sigue escuchando el ruido.”
A ese fenómeno lo llaman dolor nociplástico. No hay lesión visible, pero el dolor es completamente real.
Y por eso es tan frustrante: las pruebas salen bien, pero el cuerpo sigue gritando.
“En esos casos —explica— no hay un tejido dañado. Lo que está dañado es el modo en que el sistema nervioso interpreta la realidad.”
Los hábitos: la medicina que no se vende en farmacias

Rodríguez lo tiene claro:
“Todas las enfermedades crónicas tienen que ver con los hábitos. Y el dolor crónico no es distinto.”
Mal dormir, poco movimiento, estrés, vida acelerada, mala alimentación… todo suma.
“El cuerpo no aguanta tanto tiempo en alerta. Llega un punto en que el sistema se desajusta y empieza a doler sin motivo aparente.”
Por eso insiste en que el tratamiento no es el reposo ni la resignación.
Es educación, ejercicio, descanso y cambio de hábitos.
“Cuando el paciente entiende lo que le pasa, deja de tenerle miedo al movimiento. Empieza a recuperar las cosas que había dejado de hacer por miedo.”
Las soluciones rápidas que no curan

“La mayoría busca una pastilla o un masaje que lo arregle todo —dice—. Pero eso no existe.”
Un masaje puede aliviar durante media hora, una pastilla durante unas horas… pero el sistema nervioso sigue igual.
“El masaje genera endorfinas y te hace sentir mejor un rato, pero no cura. Y a largo plazo, depender de terapias pasivas puede empeorar el problema.”
Los opioides, advierte, son una trampa: “El cerebro deja de fabricar sus propias sustancias para calmar el dolor. Te vuelves dependiente del fármaco y pierdes tu propio control.”
Moverse, dormir y cambiar la forma de hablarse

“El ejercicio es el único medicamento que actúa sobre todos los sistemas del cuerpo. Pero hay que hacerlo sin miedo.”
Rodríguez recomienda moverse cada día, sin sobrepasar los límites.
“Puede doler un poco, hasta un 5 sobre 10, pero nunca más. Y si el dolor empeora al día siguiente, hay que bajar el ritmo.”
Hay otro factor que casi nadie menciona: el lenguaje.
“Decir que tienes un pinzamiento o una contractura crea una realidad que no existe. En personas sanas no hay contracturas. Lo que hay es tensión, cansancio, estrés. Es el cuerpo pidiéndote un cambio.”
El dolor como maestro
Al final, Rodríguez lo resume con una calma que da paz:
“El dolor crónico no es un castigo. Es una señal.
El tipo de maestro que no habla para castigarte, sino para decirte algo que tu cuerpo lleva tiempo intentando gritar:
“Cambia. Descansa. Muévete. Vive diferente.”
Y ahí, justo ahí, empieza la verdadera curación.









