El legado del Imperio Romano vuelve a sorprendernos de forma casi cinematográfica. Y es que en los últimos días un equipo internacional de investigadores ha publicado el proyecto Itiner-e, un mapa digital abierto que cartografía al detalle cerca de 300.000 kilómetros de calzadas construidas por Roma en su momento de mayor expansión.
Estas vías, antaño rutas de legiones, comerciantes y diplomáticos, ahora emergen como el tejido invisible que conformó territorialmente uno de los imperios más vastos e interesantes a nivel histórico de la antigüedad.
Pero es que además la cifra es abrumadora: más de 100.000 kilómetros adicionales respecto a lo que se estimaba hasta hoy, lo que pone de manifiesto no sólo la magnitud del dominio romano, sino también la sofisticación logística de su maquinaria estatal.
De esta forma, ahora mismo, en pleno siglo XXI, este hallazgo cambia también la forma en que entendemos la movilidad antigua, por extensión, nuestra propia infraestructura actual. Porque resulta que el mapa del Imperio Romano no solo sirve a historiadores y arqueólogos, sino que permite a cualquier persona explorar virtualmente rutas perdidas, cruces de montañas que se remontan a dos mil años o ciudades que hoy pisamos sin conocer el camino que las unió. Es, en cierta manera, una invitación a viajar en el tiempo, lo que ha causado un verdadero mar de entusiasmo entre los usuarios, que encuentran fascinante saber más sin tener que hacer otra cosa que buscar en su teléfono.
¿Por qué estas calzadas importan tanto a día de hoy?
Entender esta red del Imperio Romano no es solo una cuestión de curiosidad histórica: resulta que es una ventana al porqué de muchas dinámicas actuales. Estas vías permitieron el desplazamiento de tropas, mercancías, ideas e incluso enfermedades —como las grandes epidemias que marcaron el final de algunas fases del imperio— y actuaron como columna vertebral de la administración romana.
Además, los investigadores han subrayado que esta red contribuyó a integrar un territorio que involucraba desde la actual Gran Bretaña hasta Egipto, y también desde Hispania hasta Oriente Medio. En ese sentido, las calzadas fueron tanto un símbolo como un instrumento de poder y de conquista.
Desde una perspectiva más moderna, este mapa del Imperio Romano abre posibilidades: entender qué regiones estaban mejor conectadas, por qué algunas vilas prosperaron mientras otras quedaron rezagadas, y también cómo la ruta costera del Mediterráneo quizá dominó el comercio regional, además de qué legado físico queda hoy en nuestras carreteras o senderos rurales. Es una invitación a mirar la geografía con los ojos del pasado, en definitiva.
Un mapa digital que revela la magnitud del Imperio Romano
El llamado mapa del Imperio Romano es, así pues, una de las herramientas más ambiciosas y completas hasta la fecha. Y por eso ha causado tanto revuelo. Porque bajo el nombre de Itiner-e, el proyecto liderado por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y la University of Aarhus (Dinamarca) hay décadas de investigación arqueológica, fuentes históricas clásicas como la Itinerario de Antonino o la Tabula Peutingeriana, y tecnología moderna (GIS, teledetección e imágenes satelitales) para trazar los antiguos caminos romanos.

Y el resultado es espectacular: 299.171 km de vías documentadas aproximadamente, frente a los 188.555 km que se creían hasta ahora. Esto equivale, para que quede claro, a haber añadido una ruta extra capaz de rodear la Tierra más de siete veces.
Además, dentro del mapa se distingue entre carreteras principales —aquellas que conectaban ciudades de primer nivel o capitales provinciales— y vías secundarias, más localizadas, que articulaban el territorio de forma más fina. Por si no fuera suficiente, la digitalización permite ver que muchas arterias modernas siguen el trazado original romano, mostrando cómo nuestra infraestructura contemporánea ha heredado, conscientemente en la mayoría de las ocasiones, pero por pura lógica en otras, ese sistema antiguo.
Y existe un detalle significativo: apenas el 2,7% del total está ubicado con certeza absoluta (por restos conservados, documentación directa o hallazgos precisos). El resto está más o menos contextualizado o inferido por los investigadores, lo cual añade una invitación al misterio, a la curiosidad y a la posibilidad de nuevas excavaciones futuras.









