Se está inaugurando la COP30 en Belém (Brasil), un evento que tiene una duración prevista hasta el 21 de noviembre y donde todas las miradas se concentran en el planeta, los bosques y las soluciones para estabilizar la situación climática global. Esta nueva cumbre llega en un contexto especialmente delicado: el calentamiento global continúa acelerándose y las emisiones de gases de efecto invernadero no muestran el descenso necesario para cumplir con el Acuerdo de París.
Hay que recordar que, según un informe del Global Stocktake de 2023, los compromisos actuales de los países no son lo suficientemente estrictos para limitar el aumento de la temperatura a 1,5ºC, el umbral considerado seguro por la comunidad científica. El documento advierte que, para alcanzar ese objetivo, sería necesario reducir las emisiones globales en un 43% para 2030 respecto a los niveles de 2019 y en un 60% para 2035, lo que exige cambios profundos en la producción, la energía y la gestión del territorio y bosques.
Con estos datos de fondo, analistas como Riccardo Valentini, del Centro Euro-Mediterráneo para el Cambio Climático (CMCC), han apuntado que detener la deforestación ya no es suficiente, ya que es necesario un nuevo paradigma global para una gestión más sostenible de los bosques, la agricultura y el uso del suelo. En este aspecto, destaca una iniciativa presentada en Brasil durante estos días llamada Tropical Forests Forever Facility (TFFF), que según el analista “podría abrir una nueva fase para la economía verde, vinculando la protección forestal con retornos económicos reales a través de los mercados de carbono y las inversiones sostenibles”.
Valentini: la agricultura debería evitar la tala de bosques
No obstante, Valentini también recuerda el problema endémico de estas reuniones climáticas: la tendencia a crear compromisos que luego caen en saco roto. A lo largo de las últimas décadas, muchos fondos internacionales para la protección de los bosques han prometido grandes resultados, pero sin una verdadera implementación. Ante esto, Valentini advierte que, si bien el TFFF es un buen plan para el fomento y la conservación de los bosques, “sin voluntad política corre el riesgo de convertirse en otra promesa vacía”.
En este sentido, el investigador propone centrar los esfuerzos globales contra el cambio climático en detener la deforestación, que representa alrededor de un 10% de las emisiones mundiales. Para ello, considera que es imprescindible transformar la forma en que se practica la agricultura, ya que en muchos casos los bosques se talan para permitir una producción a corto plazo sobre suelos pobres, lo que lleva rápidamente a la degradación del terreno, la contaminación y la pérdida de biodiversidad. Cuando esas tierras se agotan, la presión se traslada a nuevas zonas forestales, perpetuando el ciclo de destrucción.
Por tanto, la nueva agricultura —subraya Valentini— debería ser sostenible y regenerativa, capaz de producir alimentos sin fomentar la deforestación ni comprometer los ecosistemas naturales. En este contexto, es crucial el nuevo Reglamento de Agricultura de Carbono, aprobado en noviembre de 2024 bajo el marco del Pacto Verde Europeo, que reconoce por primera vez que, el CO₂ puede secuestrarse en sistemas agrícolas y forestales para alcanzar la neutralidad de carbono de la Unión Europea para 2050.
Por otro lado, Valentini subraya que existen mecanismos científicos avanzados que permiten medir y monitorear los progresos reales en esta materia. Uno de ellos es el Programa de Integración del Ciclo del Carbono Biogeoquímico e Industrial Planetario del CMCC, que desarrolla sistemas de observación de alta precisión combinando datos satelitales, inteligencia artificial y mediciones de campo. Estas herramientas ayudan a cuantificar cuánto carbono absorben realmente los bosques, ofreciendo datos verificables para políticas climáticas efectivas y creíbles.
En este contexto, Valentini recuerda que, de forma natural, la vegetación mundial reabsorbe alrededor del 30% de las emisiones globales, un servicio silencioso pero esencial que los ecosistemas terrestres brindan al planeta. Sin embargo, advierte que esta capacidad no es fija y depende directamente de cómo gestionemos esos sistemas. Con una correcta intervención humana basada en una agricultura sostenible y una gestión forestal responsable, este valor “podría aumentarse hasta un 40 o 50%”.
En definitiva, la correcta gestión de los bosques y los espacios naturales, según apunta Riccardo Valentini, no solo es una herramienta para frenar el cambio climático, sino también una oportunidad para impulsar una economía verde. Un modelo económico que integre la protección del capital natural con la generación de empleo, innovación tecnológica y bienestar social.








