El Dr. Saúl Martínez Horta habla del TDAH con la serenidad de quien lo conoce desde dentro. No solo lo ha estudiado durante casi dos décadas como neuropsicólogo en el Hospital de Sant Pau, sino que lo ha vivido en carne propia. En su voz hay ciencia, sí, pero también memoria y empatía.
Cuenta que, de adolescente, lo llamaban “vago” y “mal estudiante”. Suspendía todo. “Pero yo sabía que no era estúpido”, recuerda con una sonrisa resignada. Su historia cambió el día en que un libro de casos clínicos de neurología cayó en sus manos. “Lo leí con una fascinación obsesiva. Desde ese momento supe que quería dedicarme a esto.” Aquella obsesión, lejos de ser un síntoma, se convirtió en su motor.
Un problema de nombre, no de inteligencia

Para Martínez Horta, el mayor malentendido con el TDAH empieza en su propio nombre.
“Lo peor que le ha pasado al TDAH es el nombre que le han puesto.”
Aclara que no se trata de un déficit de atención, sino de una dificultad para dirigirla, para gobernarla.
“La atención no es deficitaria. Lo que es deficitaria es la capacidad de gobernar la atención.”
El TDAH, explica, es un trastorno del autogobierno. Por eso, quienes lo tienen pueden pasar horas concentrados en un videojuego o en una tarea que los apasiona. No es desatención, es un sistema que se activa solo cuando algo los motiva profundamente. Ese estado de hiperfoco —dice— puede hacerlos incluso más productivos que una persona neurotípica.
Lo que ocurre dentro del cerebro

Con su precisión de neurocientífico, explica que el TDAH se debe a una alteración en la comunicación dopaminérgica del cerebro, especialmente en la corteza prefrontal: la zona que regula la conducta, los impulsos y la planificación. En otras palabras, el “director de orquesta” del cerebro tiene un micrófono defectuoso.
A esto se suma algo más sutil: una conexión irregular entre los sistemas de atención interna y externa. “El cerebro de alguien con TDAH se distrae con facilidad, pero no con el mundo exterior… sino con su propio pensamiento”, comenta. Como si la mente tuviera una radio interna que nunca se apaga.
Pero Martínez Horta insiste: el verdadero problema no está en el cerebro, sino en un entorno que no lo comprende.
“El TDAH es un problema cuando el entorno no lo entiende.”
Un sistema educativo rígido —añade— castiga lo que no se ajusta a su molde. Y ese castigo, repetido durante años, deja cicatrices profundas: frustración, baja autoestima, sensación de no encajar. “Recuerdo mirar a mis compañeros y pensar: si entiendo más rápido que ellos, ¿por qué no consigo los mismos resultados?”
De problema a potencial

El neuropsicólogo propone una mirada más amplia. La impulsividad y la búsqueda constante de novedad que hoy se consideran síntomas, tal vez fueron rasgos valiosos en el pasado. “Quizás en otra época —cuando hacía falta explorar territorios y asumir riesgos— estas personas eran las que movían el mundo.” Hoy, en cambio, ese impulso natural choca con un sistema que premia la uniformidad.
El riesgo invisible: adicciones y dopamina

Uno de los temas que más preocupa a Martínez Horta es la relación entre el TDAH y las adicciones. Explica que muchas personas con este trastorno tienen una baja actividad dopaminérgica, lo que las hace más vulnerables a buscar estímulos externos que les proporcionen ese impulso químico.
“Muchos adultos con TDAH descubren que cuando consumen cocaína se sienten enfocados, no eufóricos. Y eso es peligrosísimo.”
No es placer, aclara, es automedicación inconsciente. “Durante un rato, el cerebro se siente en equilibrio, pero el precio es altísimo.”
Diagnóstico y tratamiento: menos etiquetas, más comprensión
El experto también advierte sobre el sobrediagnóstico. “No todo niño distraído tiene TDAH, pero todos merecen comprensión”, afirma. La medicación, dice, no debe ser el primer paso, sino el último recurso. Antes hay que trabajar con la escuela y la familia: adaptar, comprender, acompañar.
Entre sus recomendaciones más prácticas: dividir las tareas en bloques de 15 minutos, alternar con descansos que resulten gratificantes y premiar los avances. “El castigo no enseña a funcionar, el refuerzo positivo sí.”









