En un escenario global de alta volatilidad, donde la tecnología y las ciudades dominan el paisaje, aún existen profesiones que resisten el paso del tiempo. Una de ellas es la del pastor trashumante, una figura ancestral que, con su andar sereno y su rebaño a cuestas, mantiene viva la conexión entre la tierra, los animales y las estaciones.
Javier Guerrero, pastor trashumante, lo tiene claro: “Nuestro negocio es una mierda porque hay políticas de mierda. Necesitamos políticas valientes que pongan en valor lo que nosotros hacemos”.
La vida nómada de un pastor trashumante

Javier Guerrero es pastor trashumante por herencia y por convicción. Tercera generación dedicada al pastoreo, su vida ha estado marcada desde la infancia por los ritmos del campo. “Yo quería ser pastor como mi abuelo, para estar acostado debajo de un chaparro”, recuerda entre risas. Sin embargo, la realidad de esta labor está lejos del descanso: se trata de un trabajo exigente, con largas jornadas, escasos recursos y una profunda pasión por la naturaleza.
La trashumancia —movimiento estacional del ganado que busca los mejores pastos según el clima— es una práctica milenaria que combina conocimiento ecológico, adaptación y respeto por el medio ambiente. En su caso, Guerrero recorre con sus ovejas la provincia de Jaén, desde Santiago Pontones hasta el Parque Natural de Cardeña y Montoro. Este viaje, que puede hacerse a pie o en camión, mantiene viva una costumbre que no solo alimenta, sino que también conserva el paisaje.
El pastor trashumante no solo se enfrenta a los caprichos del tiempo, sino también a las barreras impuestas por la burocracia. Las vías pecuarias, antaño libres para el tránsito de animales, hoy están ocupadas por olivares, sembrados y carreteras. “Hay una ley de vías pecuarias, pero no se ejecuta. Te encuentras una finca vallada, un olivar o una carretera que impide el paso”, denuncia Guerrero. Por eso, muchos optan por transportar el ganado en camiones, una solución más cara pero menos conflictiva. Aun así, esta decisión no escapa al juicio social: “Nos dicen que ya no hacemos trashumancia, pero la esencia sigue siendo la misma”.
Entre la tradición, la supervivencia y el valor social
El pastor trashumante no es solo un trabajador del campo; es también un guardián del equilibrio natural. Su labor contribuye a la prevención de incendios forestales, mejora la fertilidad del suelo y ayuda a conservar la biodiversidad. Sin embargo, su aporte rara vez se reconoce económicamente. “No pedimos limosnas ni subvenciones. Lo que exigimos es que se nos pague por los servicios públicos que ofrecemos”, reclama Guerrero con firmeza.
El estilo de vida del pastor trashumante también implica grandes sacrificios personales. Las largas ausencias del hogar, las dificultades para formar una familia y la falta de relevo generacional amenazan con hacer desaparecer esta práctica. Aun así, en pueblos como Santiago Pontones, donde reside Guerrero, todavía se conserva el espíritu de resistencia. Allí se concentra cerca del 30% de los pastores trashumantes de España, una cifra que refleja tanto la tradición como la urgencia de protegerla.









