El psicólogo y profesor Iñaki Piñuel no habla del amor desde el romanticismo, sino desde la herida. En su última exposición se adentra en un tema tan invisible como determinante: los estilos de apego y cómo lo que vivimos en la infancia sigue respirando —a veces dolientemente— en nuestras relaciones adultas.
“Nos pasamos la vida buscando amor sin entender cómo lo aprendimos”, comenta. Y es cierto. Pocos saben que el apego no es una idea filosófica, sino una necesidad biológica grabada en el cerebro: un sistema que empuja al niño a buscar protección, consuelo y cercanía. Piñuel lo explica con claridad meridiana: sin ese vínculo, el ser humano no sobrevive.
La base segura de apego: ese primer refugio

Cuando un niño es esperado, acogido y amado sin condiciones, algo profundo se asienta dentro de él: una certeza de que el mundo es seguro y de que él mismo lo merece. Esa es la llamada base segura de apego, una especie de “sistema inmunológico emocional” que protege toda la vida.
Piñuel lo resume así, sin rodeos:
“Esa base segura de apego es el mejor regalo que podéis hacer a vuestros hijos si queréis preservarlos de futuros problemas. Si queréis que crezcan con una autoestima sólida, con asertividad y con la capacidad de distinguir al amigo del enemigo.”
No se trata de una fórmula mágica. Se construye a base de presencia, empatía y amor incondicional, ese que no se gana, sino que se da porque sí. “El amor sin condiciones —dice Piñuel— no se predica, se practica.” Y cuando está presente, deja un rastro imborrable: la confianza en la vida.
Cuando el amor falla

Claro que no todos crecen con ese regalo. Hay hogares donde los padres están agotados, enfermos o emocionalmente rotos, y entonces el niño aprende a adaptarse para sobrevivir. Aprende a complacer, a callar, a desaparecer o a buscar desesperadamente atención. Esa adaptación forzada es lo que, años después, da forma a los estilos de apego inseguros.
Piñuel no se anda con eufemismos:
“Las enfermedades mentales son los padres. Los problemas psicológicos que arrastráis vienen, en gran parte, de las dificultades que tuvisteis de pequeños para ajustaros a entornos caóticos, disfuncionales o abusivos.”
No lo dice para culpar, sino para entender. Porque, según explica, esos estilos de apego se vuelven casi indestructibles con el tiempo. Solo el apego seguro —ese amor que no asfixia ni abandona— logra ser compatible con los demás sin generar conflicto.
Los cuatro estilos que nos acompañan

Piñuel los describe con precisión, casi como si estuviera hablando de personajes que todos hemos conocido (o sido):
- El ansioso, criado con cuidadores imprevisibles, vive con miedo al abandono. Necesita constante confirmación de amor y teme quedarse solo.
- El evitativo, forjado en la frialdad emocional, teme la cercanía y confunde la distancia con fortaleza.
- El ambivalente, mezcla de los dos anteriores, arde entre el deseo y el miedo. “Dinamita las relaciones cuando se vuelven demasiado íntimas y luego hace lo imposible por recuperarlas”, dice Piñuel.
- El desorganizado, el más herido, suele haber vivido traumas graves o abusos. Dentro de sí conviven “varias versiones” que luchan por no romperse del todo.
La pareja imposible: el ansioso y el evitativo

De todos los vínculos posibles, hay uno que se repite como un eco en las consultas terapéuticas: la colusión ansioso-evitativa. Dos estilos opuestos que se atraen y se desgarran.
“El ansioso busca cercanía constante. El evitativo huye. Y cuando el ansioso se rinde, el evitativo vuelve”, explica Piñuel. Es una dinámica que recuerda al eterno juego del Coyote y el Correcaminos: persecución, huida, acercamiento… y vuelta a empezar. Nadie gana. Ambos terminan exhaustos.
Quizás la lección más valiosa que deja Piñuel es que no podemos amar bien sin conocernos. Propone que antes de iniciar una relación nos preguntemos: ¿desde qué estilo de apego estoy amando? No como un examen, sino como un acto de honestidad. “Ese análisis temprano puede ahorrar muchos disgustos —dice— y mucho tiempo a la hora de buscar al compañero ideal.”
Porque, al final, amar bien empieza por haber sido bien amado, sí, pero también por decidir amarse uno mismo de manera distinta.









