miércoles, 5 noviembre 2025

De la precariedad a la reacción (o la vivienda como motor del cambio ideológico juvenil)

Por primera vez en las últimas décadas os jóvenes se sitúan más a la derecha que el conjunto de la población. Según los barómetros del CIS, los españoles de entre 18 y 29 años se autoubican ideológicamente en posiciones más conservadoras que nunca en los últimos cuarenta años.

Tal y como reparaba hace unos días El País Semanal, los cambios de ciclo político afectaban de forma similar a todas las edades, pero desde mediados de la década de 2010 la juventud ha protagonizado un giro más pronunciado hacia la derecha.

Publicidad

Esta tendencia comenzó entre los hombres jóvenes, aunque en los últimos años las mujeres también han desplazado su posición hacia el centro-derecha, reduciendo la brecha. El viraje no se explica solo por la influencia de partidos o líderes concretos, sino por un clima de descontento generacional. Los jóvenes perciben que el sistema político no da respuesta a sus principales problemas: la vivienda, la economía, la inmigración, la precariedad laboral y la falta de oportunidades. Un 30% señala la vivienda como su mayor preocupación, seguida de la economía (26%) y la inmigración (21%).

Estos temas, unidos al desgaste del Gobierno y la desconfianza en las instituciones, alimentan un sentimiento de rebeldía que hoy se asocia más con el voto conservador. El discurso sobre la inmigración, en particular, refleja un endurecimiento de las percepciones: seis de cada diez jóvenes creen que los inmigrantes aumentan la delincuencia.

Este conjunto de factores dibuja a una generación que, lejos de identificarse con los movimientos progresistas que marcaron el 15M, se define ahora por el desencanto, el individualismo y la búsqueda de orden y seguridad, desplazando así el eje ideológico juvenil hacia la derecha.

VIVIENDA, VIVIENDA Y VIVIENDA

El giro hacia la derecha entre los jóvenes españoles no puede entenderse sin analizar la profunda crisis del acceso a la vivienda, que ha fracturado el contrato social intergeneracional. Durante décadas, los ciudadanos menores de 35 años han visto cómo la vivienda se ha convertido en un lujo inalcanzable. Según la Fundación Mutualidad, la riqueza bruta de los hogares jóvenes ha caído un 75% desde 2002, mientras que la de quienes superan los 55 años ha aumentado.

Generaciones Merca2.es
Las nuevas generaciones han virado hacia la derecha. Foto: EP.

Este desequilibrio no solo refleja desigualdad económica, sino también un sentimiento de injusticia generacional, aunque la batalla entre ‘jóvenes y mayores’ hace que los primeros estigmaticen las pensiones (como si estas fueran culpables de sus bajos salarios) y los segundos minusvaloren a las nuevas generaciones.

Analía Plaza, en su provocador libro ‘La vida cañón’, denuncia cómo los boomers se desarrollaron en un contexto muy diferente, caracterizado por menores costes de vivienda, pensiones garantizadas y la ausencia de crisis prolongadas. Frente a ello, los jóvenes actuales sufren la precariedad laboral, la inflación y la inseguridad habitacional, lo que ha erosionado su confianza en la capacidad de los gobiernos y las instituciones para garantizarles derechos básicos.

Esta percepción de abandono, unida al neoliberalismo irradiado en las plataformas digitales y redes sociales, ha alimentado la sensación de que la sociedad les ha fallado, lo que explica, en parte, su giro hacia posturas más conservadoras y de defensa del orden económico y social.

El descontento juvenil se ha politizado, pero también se ha criminalizado: generaciones mayores suelen interpretar estas posiciones como radicales o irresponsables, ignorando que muchas de las decisiones ideológicas responden a la experiencia directa de privación material. La vivienda, lejos de ser un asunto abstracto, se ha convertido en símbolo de desigualdad y desencanto generacional.

La falta de políticas efectivas que faciliten el acceso a un hogar digno genera resentimiento y sensación de urgencia: los jóvenes sienten que deben tomar posiciones más firmes, llegando a votar a fuerzas abiertamente homófobas, machistas y racistas, para proteger sus intereses. Este fenómeno no se limita a una cuestión económica.

La imposibilidad de acceder a una vivienda propia condiciona decisiones vitales como formar familia, emprender proyectos o mudarse por trabajo, reforzando la percepción de desigualdad intergeneracional.

La deriva hacia la derecha menos proclive a los derechos humanos refleja, en gran medida, una reacción ante la sensación de exclusión y la necesidad de proteger los propios recursos frente a un sistema que perciben como injusto. Esta situación alienta un tecnofeudalismo que, indudablemente, continuará con el desmontaje del Estado del bienestar iniciado ya en algunas regiones del Estado como Madrid.


Publicidad