El terapeuta y divulgador Gonzalo Sanagustín, una voz habitual en Antifrágil Podcast, vuelve a despertar conversación —y controversia— con su forma de mirar la salud. En lugar de buscar las causas de la enfermedad fuera de nosotros, Sanagustín apunta hacia adentro. Afirma que la raíz de la mayoría de las dolencias no está en los virus, el azar o la genética, sino en los conflictos emocionales que no sabemos resolver.
Su planteamiento se apoya en las ideas de la Nueva Medicina Germánica, desarrollada por el Dr. Ryke Geerd Hammer, un enfoque que considera la enfermedad como una adaptación biológica. Es decir: el cuerpo no se equivoca, responde. “Mi estado emocional va a determinar la calidad de mi sangre, que está por todas partes”, explica. En otras palabras, lo que sentimos y pensamos moldea literalmente nuestra química.
Para él, el cerebro, el corazón y el intestino hablan lenguajes distintos, pero todos forman parte del mismo diálogo interno. Cuando uno de ellos se desconecta, los demás lo sienten. Los “síntomas”, dice, no son enemigos a eliminar, sino mensajes que el cuerpo lanza cuando la mente calla.
Cuando el cuerpo grita lo que la mente silencia

Sanagustín suele resumirlo de manera sencilla: una enfermedad no es un castigo, sino una necesidad biológica no satisfecha. Cuando algo nos impacta profundamente —una pérdida, una decepción, un miedo—, el cuerpo reacciona intentando adaptarse. A veces esa reacción se traduce en un síntoma.
Cuenta, por ejemplo, el caso de un hombre que desarrolló cáncer de próstata poco después de que su hija le confesara que no tendría hijos. “Biológicamente, el cuerpo interpreta eso como una pérdida de descendencia”, explica. Entonces, la próstata responde con una proliferación celular: intenta, de manera instintiva, producir más esperma para asegurar la continuidad del linaje. Un gesto biológico tan antiguo como la vida misma, pero inútil en el contexto humano actual.
Y ahí es donde entra la clave de todo: la conciencia. “Si nos enferma tener un conflicto, ¿qué nos va a curar? La solución del conflicto. Todo lo demás es paja”, sentencia con una franqueza que desarma. Resolver no siempre significa cambiar la realidad externa —a veces eso es imposible—, sino transformar la percepción. Cuando el cerebro deja de ver peligro, el cuerpo deja de necesitar la enfermedad.
Ideas que desafían lo que damos por sentado

No es un discurso cómodo, y Sanagustín lo sabe. Cuestiona, por ejemplo, la relación directa entre el tabaco y el cáncer de pulmón. Reconoce que el tabaco intoxica, envejece la piel y provoca tos, pero sostiene que el cáncer aparece por un conflicto más profundo: el miedo a morir. “El tabaco puede dañarte, pero cáncer nunca”, afirma, convencido de que los alveolos se multiplican no por la nicotina, sino por la sensación de asfixia emocional que acompaña ese miedo.
También rompe otro tabú: el de la herencia genética. Según él, lo que heredamos no son enfermedades, sino formas de sentir, de reaccionar y de interpretar la vida. No transmitimos un cáncer, sino un patrón inconsciente de miedo, de pérdida o de frustración que puede expresarse de la misma manera en nuestros hijos o nietos. “No heredamos el problema, sino la manera de vivirlo”, resume.
El poder de la mente y la emoción

Más allá de la biología, Sanagustín se adentra en la mente. Asegura que el ser humano tiene la capacidad de manifestar la vida que desea si logra entrenar su percepción y su estado emocional. Pero no se trata —aclara— de un truco místico, sino de un proceso neurológico real: la neuroplasticidad.
“El tema es que es tan fácil que no se cree”, bromea. “Al 95% de la gente no le funciona simplemente porque no lo hace. Como es tan simple, no se le da la importancia que tiene.” Para él, manifestar no es pedir, sino convertirse: pensar, sentir y actuar como si ya se viviera lo que se desea. El cerebro, entonces, reconfigura su biología para sostener esa nueva frecuencia emocional.
La auténtica medicina del futuro

Al final, Sanagustín vuelve siempre al mismo punto: la responsabilidad personal. La salud, dice, empieza cuando dejamos de culpar al entorno y asumimos el poder de reinterpretar lo que vivimos. “No es lo que te pasa, sino cómo lo percibes.”
Su visión puede resultar provocadora, pero tiene algo profundamente humano: nos devuelve el control. Resolver los conflictos internos, reconectar con la emoción y alinear lo que pensamos con lo que sentimos y hacemos. Esa coherencia —dice— es la verdadera medicina del futuro.
Y quizás, al escucharlo, uno no pueda evitar preguntarse: ¿cuántas de nuestras dolencias son, en realidad, conversaciones pendientes con nosotros mismos?









