La toxicidad moderna no solo está en el aire o en la comida, también se ha colado en nuestra forma de vivir. El Dr. Alejandro Junger, referente mundial en medicina de desintoxicación, atraviesa una etapa intensa y vital. Está relanzando sus programas y productos, sí, pero también ha decidido bajar el ritmo para disfrutar de algo que considera sagrado: el tiempo con sus hijos. Hace poco viajó con ellos a Grecia y, al contarlo, se le escapa una sonrisa. “Viajar me nutre y me revitaliza de una manera diferente”, dice. Y uno lo cree sin esfuerzo, porque se nota que lo dice desde un lugar real.
Para Junger, moverse, ver el mundo y conectar con los suyos no es un lujo, sino parte de su filosofía de vida. Quizá por eso, cuando habla del equilibrio, lo hace con la serenidad de quien lo ha buscado —y perdido— muchas veces.
La fiebre del planeta y la intoxicación humana

En sus últimas conferencias, Junger ha puesto el foco en un tema que le preocupa profundamente: la toxicidad del siglo XXI. Usa una metáfora potente para explicarlo: “El calentamiento global es la fiebre del planeta Tierra”. Una fiebre que, según él, refleja lo que ocurre también dentro de nosotros.
“El ser humano nunca había estado tan expuesto a tantas toxinas”, advierte. Están en todas partes: en el aire, en el agua —incluso en la que usamos para ducharnos—, en los cosméticos, los medicamentos y, sobre todo, en lo que comemos. O mejor dicho, en lo que creemos que comemos.
“No comemos alimentos, sino productos tipo alimento carentes de nutrientes”, resume con crudeza. Y cuando lo dice, es fácil mirar mentalmente el carrito del supermercado: cajas, latas, envases brillantes… casi nada vivo. Según él, el 90 % de lo que se vende ahí “no es comida”. Su consejo es simple, aunque desafiante: volver a lo real. Verduras frescas, frutas de temporada, pescado silvestre, carne de animales que han pastado libremente. Lo que la naturaleza da, no lo que la industria fabrica.
El cuerpo habla (y a veces lo hace a través de la grasa)

El cuerpo —explica— tiene una inteligencia extraordinaria. Su sistema de desintoxicación, sobre todo el hígado, puede lidiar con casi todo… si le damos lo que necesita. Pero cuando las toxinas se acumulan, activa mecanismos inesperados. Uno de ellos: retener grasa.
Esa grasa, dice Junger, no es solo un exceso estético, sino un escudo. “Estamos tan intoxicados que el cuerpo necesita más grasa para sobrevivir”, afirma. En su visión, la epidemia de obesidad no es solo un problema de sedentarismo o azúcar, sino una señal biológica: un cuerpo intentando protegerse de un entorno hostil.
Del ruido mental a la calma

Su relación con la salud no ha sido lineal. Durante años, el propio Junger vivió una profunda crisis: depresión, alergias severas, agotamiento extremo. “Llegué a tomar siete medicamentos distintos”, recuerda. Pero el punto de inflexión no fue físico, sino mental.
“El noventa y nueve por ciento de los pensamientos que venían a mi cabeza en ese momento no eran míos. No los estaba eligiendo. Eran horribles”, confiesa. Esa revelación —darse cuenta de que la mente podía mentirle— cambió su vida.
Descubrió la meditación y, con ella, el arte de redirigir la atención hacia el presente. Aprendió a “estar” sin dejarse arrastrar por los pensamientos, y hoy la describe como una medicina mental. “La presencia”, dice, “no es algo esotérico; es una forma de desintoxicarte de ti mismo.”
Cuenta, incluso, que sus experiencias más profundas no llegaron con plantas sagradas, sino con un simple gesto humano: “Mi experiencia más fuerte con ayahuasca ni siquiera se compara con cuando un ser iluminado me dio una palmada en el pecho.” Ese instante, breve y silencioso, le mostró lo que él llama “la presencia pura, el derecho de nacimiento de los humanos.”
El café y otras trampas cotidianas

En sus programas de limpieza, Junger identifica cinco enemigos silenciosos de la desintoxicación: el azúcar, el alcohol, el café, los lácteos y el gluten. Y aunque muchos defienden su taza diaria como un ritual inofensivo, él advierte: el café es uno de los cultivos más fumigados del mundo. Además, es un estimulante potente, adictivo y engañoso.
“Cada vez que dependes de algo ajeno a tu cuerpo para poder funcionar, algo no está funcionando”, sentencia.
Volver a lo esencial
Su mensaje final suena casi como una invitación íntima: crear las condiciones para que el cuerpo haga lo que sabe hacer. No se trata de purgas milagrosas, sino de darle espacio, nutrientes y descanso. “Cuando eso sucede —asegura—, la mayoría de los problemas de salud mejoran o desaparecen.”
Su filosofía, plasmada en libros como Clean 7, es clara: la salud no es un destino, sino una práctica diaria. Una danza entre lo que comes, cómo piensas y la manera en que habitas el momento. Porque, al fin y al cabo, desintoxicarse —dice Junger— no es solo limpiar el cuerpo, sino también la vida.









