Damia Bardera, escritor, doctor en Filosofía y profesor de secundaria, se ha convertido en una de las voces más críticas del sistema educativo español. Su mirada combina la experiencia directa del aula con una reflexión profunda sobre el rumbo que ha tomado la enseñanza pública en los últimos años.
Desde su libro Incompetencias básicas, Bardera denuncia una crisis silenciosa: la sustitución del conocimiento por emociones y consignas vacías. Frente a un modelo educativo que prioriza metodologías sobre contenidos, el profesor advierte que la escuela está perdiendo su función esencial: enseñar a pensar, comprender y exigir esfuerzo.
Ser profesor: Un oficio deteriorado

“El trabajo de profesor está muy deteriorado. Quieren convertirnos en animadores culturales”, lamenta Bardera. Aunque reconoce que el salario no es “nada del otro mundo”, valora la estabilidad del oficio. Sin embargo, advierte que esa estabilidad convive con una creciente precariedad emocional: la falta de autoridad, la burocracia excesiva y el descrédito social han convertido la enseñanza en un terreno minado. “Muchos compañeros están al límite. La salud mental del profesorado está en juego.”
Su libro Incompetencias básicas —una sátira tan personal como punzante— apunta directamente al corazón del problema: el pedagogismo. El profesor distingue entre pedagogía y pedagogismo. La primera, ciencia social que busca comprender cómo se aprende; la segunda, ideología que impone consignas vacías sin atender a la realidad del aula. “Te dicen que la educación debe centrarse en los intereses del alumno. Pero si su interés es no hacer nada, ¿qué hacemos? ¿Dejamos de enseñar?”, ironiza.
Para el profesor, el sistema ha reemplazado el conocimiento por emociones y eufemismos. “Ya no hay vagos, hay ‘neurodivergentes’; no hay fracaso, hay ‘adaptaciones’. Y mientras tanto, los alumnos de bachillerato no saben las tablas de multiplicar ni leer la hora en un reloj de agujas.” Esa “neolengua educativa”, afirma, oculta un deterioro objetivo: “Nos dicen que el nivel no ha bajado, pero cualquiera que entre a un aula lo ve.”
Inclusión sin recursos y el mito de la felicidad
Bardera no niega la necesidad de la inclusión, pero denuncia su aplicación improvisada. “Un profesor con 25 alumnos tiene 10 o 12 con adaptaciones. ¿Cómo se puede enseñar así? Es un desastre para el profesor y para los propios alumnos.” La inclusión, sostiene, se ha convertido en una etiqueta que disfraza la falta de inversión. “Nos venden un ideal muy bonito, pero en la práctica no hay recursos, ni tiempo, ni apoyo.”
También cuestiona la corriente que busca eliminar la frustración escolar. “El niño tiene que ser feliz, dicen. Pero ¿qué felicidad es esa que le impide esforzarse? La vida no es así. Si no aprende a leer cuando toca, el déficit lo arrastrará siempre.”
Entre los ejemplos más reveladores que cita están las notas “competenciales”, que difuminan la evaluación tradicional. “Hoy puedes aprobar con un 3,7 porque se redondea o se convierte en ‘suficiente’. Se juega con franjas y factores de conversión que son pura trampa.” El resultado, asegura, es una generación que desconoce el valor del esfuerzo.








