A veces olvidamos que nuestros pies son los grandes héroes silenciosos de cada día. Soportan nuestro peso, nos impulsan hacia adelante, absorben impactos… y aun así, casi nunca les prestamos atención hasta que duelen. El doctor Jesús Báez, especialista en podología deportiva, cirugía del pie y director de la Clínica del Pie Báez, lo sabe bien. Con tono tranquilo pero firme, desmonta uno a uno los mitos que más daño hacen entre corredores y triatletas. Su mensaje no deja lugar a dudas: prevenir siempre es mejor que curar.
El pie: una obra de ingeniería viva

“El pie es una estructura fascinante”, dice con esa mezcla de asombro y respeto de quien lleva años observando su complejidad. “Tenemos 28 huesos, 33 articulaciones y más de 50 inserciones musculares solo en el pie.”
Imagina la cantidad de engranajes que deben funcionar al unísono para permitir algo tan simple —y tan milagroso— como caminar. Esa precisión biomecánica es la que permite mantener el equilibrio y la postura. La planta del pie actúa como un sensor que le dice al cerebro dónde estamos y cómo movernos.
Por eso, explica Báez, el papel del podólogo deportivo va mucho más allá de hacer un estudio de la pisada. “Nos encargamos de prevenir, diagnosticar y tratar lesiones derivadas de cada disciplina deportiva.” Su clínica incluso cuenta con un quirófano propio, donde pueden realizar intervenciones en pie y tobillo bajo anestesia local.
El error más común: llegar tarde

Muchos pacientes llegan cuando el daño ya está hecho. “Vienen después de pasar por el entrenador, el fisio o el quiropráctico, convencidos de que la plantilla va a arreglarlo todo”, comenta.
Pero Báez lo aclara: la plantilla no siempre es la solución. Si las personas acudieran antes, en una fase preventiva, la mayoría no la necesitaría. “Su función no es corregir mágicamente, sino ofrecer apoyo, amortiguación y estabilidad”, explica. Y añade un consejo clave: revisar las plantillas al menos una vez al año. “Una plantilla desgastada puede convertirse en parte del problema.”
El calzado perfecto no existe (pero sí el adecuado)

Uno de los temas que más apasiona al doctor Báez es el del calzado deportivo. Defiende el trabajo descalzo o con protección mínima como una excelente herramienta para mejorar la propiocepción, esa capacidad que tiene el cuerpo para saber en qué posición se encuentra. Pero también advierte: no todos los pies están preparados para ello.
“A partir de cierto nivel de fuerza o carga, necesitamos una zapatilla que estabilice y proteja. No todos los modelos sirven para todos los pies”, afirma.
Los extremos, insiste, son el verdadero peligro.
El calzado minimalista o barefoot, por ejemplo, puede ser una bomba para los pies cavos, esos que tienen mucho puente. “Son inestables, apenas tocan el suelo y soportan demasiado impacto. Es comprar papeletas para lesionarse.”
En el otro extremo, el calzado maximalista, con una amortiguación excesiva, también es problemático. “Cuanta más amortiguación, más inestabilidad. Si tu pie ya es débil, una suela blanda lo empeora.”
Y hay señales que el cuerpo —y las zapatillas— no mienten: desgaste irregular de la suela, deformación del foam o pérdida de soporte. “Cuando eso pasa, la biomecánica cambia, y lo que antes te protegía empieza a dañarte.”
Dolor, prevención y trabajo en equipo

“Correr con dolor no es normal”, repite Báez, casi como un mantra. El cuerpo siempre avisa. El problema es que muchos deportistas aprenden a ignorarlo. “Un dolor que se repite, aunque sea leve, indica que algo no va bien. Si no lo corriges, acabará haciéndose crónico.”
Entre las lesiones más frecuentes menciona la fascitis plantar, la periostitis o la cintilla iliotibial, dolencias que, aunque parecen distintas, suelen tener un mismo origen biomecánico. En estos casos, las plantillas pueden ayudar, pero no son la única solución. “El tratamiento más efectivo siempre es multidisciplinar. Cuando un fisioterapeuta, un entrenador y un podólogo trabajan juntos, los resultados cambian por completo.”

                                    



 



