
Vivimos en un periodo en el que muchos logran jubilarse con todavía décadas de vida por delante. En su conversación con Público, Javier Yanguas nos invitará a preguntarnos: «¿y qué hacemos con esos años?». Esa pregunta no es retórica: esconde un desafío profundo para una cultura que todavía habitúa a pensar con estereotipos en torno a los procesos de envejecimiento. Yanguas nos dirá que no sólo hay que celebrar la vida larga, que hay que dar sentido y por tanto, dotarla de sentido, de propósito y de protagonismo en todas las fases de la trayectoria vital.
EDADISMO, UN PREJUICIO MULTILATERAL

Cuando hablamos de edadismo, comúnmente entendemos que el edadismo es un asunto de jóvenes que discriminan a los viejos. Pero como remarca Yanguas, “somos una sociedad edadista, pero no solo son los jóvenes los que lo son con los viejos, también lo son los sénior entre ellos”. Esa reflexión es muy potente, ya que da cuenta de que el prejuicio está interiorizado: también muchos viejos reproducen imágenes negativas sobre sus coetáneos.
En su actividad como gerontólogo, Yanguas percibe que la edad se utiliza como una cortina hacia los otros: a menudo cavamos juicios de capacidades, actitudes o ideas en función del número de años que tiene alguien. Este enfoque llega incluso a la autoimagen: nosotros mismos asumimos roles la mayoría de veces reducidos o invisibles. En las indagaciones del programa de Personas Mayores de la Fundación “la Caixa”, Yanguas percibe que hay estereotipos incluso entre viejos con jóvenes y entre viejos entre ellos mismos.
Este tipo de edadismo interiorizado puede limitar proyectos, relaciones o nuevas ideas. Por lo tanto, combatirlo implica cambiar no solo el entorno, sino sanar las narrativas propias. Por otra parte, Yanguas advierte que muchas sociedades marginan el talento sénior como recurso, pero aquellas que incorporan el talento sénior obtienen una ventaja competitiva; incorporar a las personas mayores no es caridad, sino una estrategia colectiva.
IMAGINANDO LA VEJEZ CON PROPÓSITO

Una vez superada la concepción reduccionista del envejecimiento, el principal reto es dar vida a los años. Yanguas reitera que, efectivamente, ahora vivimos más años —en cuerpo, en mente y en sociabilidad— y esa multiplicación obliga a replantear cómo transitamos cada una de las etapas.
Los setenta de hoy son los sesenta y dos de hace unos treinta años, en términos cognitivos, y tal aseveración científica abre una posibilidad liberadora: lo que antes se consideraba el trayecto final, hoy puede ser un trayecto lleno de sentido.
Pero esa mutación requiere decisiones activas. No vale con alargar la vida: hay que llenarla de sentido, de proyectos que convoquen Yanguas evoca la «obligación moral, personal y ética» de buscar una existencia coherente con nuestros valores: no sobrevivir, sino florecer. Así, la vejez no puede ser reducible a una condición pasiva, sino que debe ser un escenario de continuidad creativa.
No se trata de imponer sabiduría; tampoco de subordinar las voces nuevas, sino de construir unos puentes: que el mayor no crea poseer la verdad, que el joven no vea al mayor como reliquia. Solo en ese terreno de reciprocidad puede nacer una nueva cultura del envejecimiento.






