Hablar de testosterona no es hablar de hormonas, sino de algo mucho más esencial: energía vital, presencia, ganas de estar vivo. Es esa sensación de empuje interno que te hace levantarte por la mañana con propósito.
Pero en los últimos años, los médicos y entrenadores están viendo un fenómeno que inquieta: hombres jóvenes —de 25, 30, 35 años— con niveles de testosterona más bajos que nunca.
Y no, no es solo cuestión de laboratorio. Se nota en la mirada, en la falta de chispa, en ese cansancio que parece no tener causa. Una generación entera que llega al gimnasio, a la oficina o a la vida… sin energía.
Detrás de esto no hay un solo culpable. Es el ritmo, el estrés, la comida rápida, la desconexión con el cuerpo. Es vivir siempre hacia afuera y olvidar lo que ocurre dentro.
Los ladrones silenciosos de la testosterona

Hoy muchos se obsesionan con sus niveles hormonales, con esa cifra que promete explicar por qué se sienten así. Pero no basta con mirar la testosterona total. Hay que ir más allá y entender cuánta de esa testosterona está realmente disponible, la que actúa.
Ahí entran otras piezas del puzzle: la SHBG, una proteína que la secuestra; la albúmina, que la transporta; y la testosterona libre, la que realmente te hace sentir fuerte y enfocado.
Y ojo, no solo los hombres deberían preocuparse por esto. Las mujeres también la necesitan —en dosis más pequeñas— para mantener el deseo, la fuerza y la energía diaria.
Los enemigos de esta hormona no son misteriosos: están en la rutina de cualquiera.
El estrés, que se acumula y nunca se apaga.
Los ultraprocesados, que desequilibran el cuerpo y la mente.
La falta de movimiento, que apaga los músculos… y con ellos, la vitalidad.
Y esa SHBG alta, que atrapa la testosterona y deja al cuerpo “vacío”.
Al final, todo se resume en una frase que Ray —uno de los divulgadores que más ha reflexionado sobre esto— repite a menudo:
“Cuando el músculo se apaga, la testosterona también.”
Virilidad emocional: de cuello para arriba

Lo que ocurre “de cuello para arriba” también moldea lo que pasa “de cuello para abajo”. La ciencia ya lo ha confirmado, pero Ray lo dice sin tecnicismos:
“Si por dentro estás en conflicto, da igual lo que tomes. Ningún suplemento arregla una mente agotada.”
El cuerpo y la mente no se separan.
El estrés constante, el mal sueño o la frustración callada acaban hundiendo los niveles hormonales. No porque el cuerpo falle, sino porque está agotado de intentar compensar una mente que no descansa.
Por eso, entrenar fuerza no es solo mover peso. Es una metáfora de vida: aprender a cargar, a resistir, a empujar sin rendirse. Cada levantamiento es una conversación silenciosa con uno mismo. Y, curiosamente, cuanto más se fortalece el cuerpo, más se ordena la mente.
Del culturismo extremo a la salud con sentido

Muchos atletas lo descubrieron por las malas. Llegaron al punto más alto del culturismo, con cuerpos de acero y medallas, y ahí entendieron que habían dejado atrás algo esencial: la paz.
“El físico de competición es una ilusión”, confiesan algunos. “Llegas arriba y descubres que lo has hecho sacrificando tu salud mental, tus relaciones, tu alegría.”
Desde entonces, su visión cambió: la estética debe ser la consecuencia de la salud, no su objetivo.
Porque el culturismo extremo —el que exige perfección constante— es un espejo cruel. Te enseña a controlar todo, menos lo más importante: cómo te sientes por dentro.
Y es que no se trata de construir músculo, sino de construir una relación sana contigo mismo.
El espejo y el propósito
Y cuando la fuerza física ya no basta, llega el verdadero desafío: entender desde dónde haces las cosas.
¿Actúas por miedo o por deseo? ¿Por demostrar o por crecer?
Ahí está el punto de inflexión que cambia toda una vida.
Ray lo resume en tres ideas sencillas:
- Observar, en lugar de controlar.
- Aceptar la propia esencia, incluso las partes que no te gustan.
- Buscar coherencia entre mente, cuerpo y propósito.
Porque al final, la testosterona no es solo una hormona.
Es una forma de estar vivo. De sentirte pleno, conectado, presente. De volver a ti.









