El término geopatía proviene del griego: geo significa “tierra” y patos, “enfermedad” o “padecimiento”. El propio nombre ya suena inquietante, ¿verdad? Sugiere que algo, allá abajo, en las entrañas del suelo, puede afectar nuestro bienestar. Y aunque la idea pueda parecer sacada de una novela esotérica, lo cierto es que no toda agua subterránea es dañina. El problema aparece cuando esas corrientes se frotan contra el subsuelo, generando fricción, electricidad estática e ionización, una especie de “corriente energética” invisible que asciende hacia la superficie.
Pensemos, por ejemplo, en Holanda. Todo el país está prácticamente asentado sobre agua, pero sus corrientes son tan mansas, tan quietas, que no provocan ningún tipo de ionización. En cambio, en otras zonas donde el agua se mueve con fuerza y choca constantemente contra capas minerales, la historia cambia por completo. El agua, cuando se agita y se encuentra con ciertos materiales del subsuelo, puede comportarse como una fuente de energía subterránea.
Cuando el subsuelo se carga de energía

Según los investigadores del fenómeno, las geopatías se vuelven más peligrosas cuando el terreno contiene minerales ferromagnéticos, es decir, aquellos que tienen propiedades magnéticas y pueden amplificar la radiación. Cuanto más profunda sea la corriente o falla subterránea, más intensa puede ser la energía que emite.
Y aquí viene algo curioso: no es el tamaño del caudal lo que importa, sino su comportamiento. Un río subterráneo ancho y tranquilo apenas genera fricción, mientras que una corriente estrecha y profunda, en constante roce con las paredes del terreno, puede transformarse en una especie de “batería natural” bajo nuestros pies. En otras palabras, no es cuánta agua hay, sino cómo se mueve y con qué choca lo que marca la diferencia.
Un alcance que sube, aunque no lo veamos

Tal vez el dato más sorprendente sea que los efectos de una geopatía pueden ascender verticalmente hasta 1.500 metros. Es decir, no importa si dormimos en una planta baja o en el ático de un edificio: si justo debajo pasa una corriente alterada, su influencia puede alcanzarnos igual. Esa idea desmonta la vieja creencia de que “cuanto más alto, más seguro”.
Señales que podrían estar en tu cama

¿Cómo saber si dormimos en un lugar afectado por una geopatía? No existen detectores visibles, pero sí síntomas que pueden funcionar como señales de alerta. Entre los más comunes se encuentran:
- Dificultad para conciliar el sueño o despertares nocturnos sin motivo.
- Bruxismo (apretar los dientes mientras dormimos).
- Zumbidos constantes en los oídos.
- Cansancio persistente, incluso tras dormir varias horas.
- Aumento de cándidas, parásitos o intolerancias alimentarias.
- Síndrome de piernas inquietas.
Este último resulta especialmente curioso: aunque tiene una base genética, suele agravarse o manifestarse con más fuerza cuando la persona descansa sobre una zona alterada.
Efectos lentos, pero profundos

Las geopatías no actúan de inmediato. Son como un goteo invisible que va debilitando el cuerpo con el paso del tiempo. Los efectos pueden tardar entre dos y ocho años en aparecer, pero cuando lo hacen, pueden afectar al sistema inmunológico y favorecer la aparición de enfermedades autoinmunes o crónicas.
Y hay algo más: la genética también juega un papel clave. Si una persona ya tiene cierta predisposición a enfermar, dormir durante años sobre una zona geopática puede ser justo lo que “encienda” esa vulnerabilidad. Como si un interruptor, que siempre estuvo ahí, se activara de repente.
Una imagen para entenderlo mejor
Imagine una pila de placas de roca bajo tierra. Si el agua pasa suavemente entre ellas, no ocurre gran cosa. Pero si ese flujo tiene que atravesar minerales cargados de hierro y friccionar con fuerza, la energía que se genera es como una central eléctrica en miniatura justo bajo su casa. Esa corriente ionizada sube en línea recta, afectando todo lo que encuentra a su paso, incluido —por increíble que parezca— el lugar donde dormimos.
Con el tiempo, esa energía puede alterar el equilibrio natural del cuerpo, provocando insomnio, agotamiento o malestar general sin causa aparente. Por eso, identificar estas zonas —y mover una cama o un lugar de descanso si es necesario— no es superstición: es prevención.
En definitiva, las geopatías nos recuerdan que la tierra está viva. Respira, vibra y, en ocasiones, puede influir más de lo que creemos en nuestra salud. Escuchar lo que sucede bajo nuestros pies quizá sea otra forma —una muy olvidada— de cuidar de nosotros mismos.









