En 2024, cerraron 13.638 pequeñas tiendas y comercios en España, según un estudio de la Unión de Asociaciones de Trabajadores Autónomos y Emprendedores (UATAE). Eso equivale a más de 37 establecimientos al día que cerraron su persiana.
En un mundo cada vez más digital, donde el comercio online en España ya alcanza los 36 millones de usuarios únicos mensuales, algunas tiendas de barrio han logrado reinventarse, convirtiéndose en un contrapeso a las grandes superficies. La apuesta por la proximidad, la confianza y el trato personal, especialmente entre los mayores y los jóvenes, son claves para esta persistencia.
Es lo que ocurre en la tienda de David Delgado, en pleno corazón de Burgos. Son las ocho en punto de la mañana, la verja de “Delgado Selección” ya está subida y él termina de reponer los productos de las baldas que se agotaron ayer. En cuestión de minutos, una de sus clientas habituales, Pepa, aparecerá por la puerta y recogerá el pan y el litro de leche que ya avisó ayer que necesitaría. También está preparado el pedido de Juan, que recoge todos los martes su nieto porque desde que se rompió la cadera se le complica coger peso.
“Llevamos desde noviembre de 1946”, cuenta David con orgullo. “Empezó mi abuelo, luego siguió mi padre y, cuando enfermó, cogí las riendas con mi madre. Ya somos tres generaciones. Aquí nos conocemos todos: ellos saben de mi familia y yo de la suya. Algunos clientes han visto crecer a mis hermanas, y yo ahora vendo a los nietos de quienes venían con mi abuelo”.

Más que comprar: confianza y comunidad
En esta tienda de la calle Madrid de Burgos cada rutina encierra una historia y cada cliente tiene un nombre propio. «Hay señoras mayores que vienen todos los días, aunque solo se lleven una barra de pan. A veces vienen más por charlar que por comprar”, sonríe. “Somos un punto de encuentro. Aquí se habla de todo: del tiempo, de la familia o del Burgos CF”.
David narra que lleva toda su vida viendo pasar cajas de leche Pascual por el mostrador. “Recuerdo desde niño los paquetes de Pascual por la tienda. Siempre han estado. Elaboran productos de calidad, de aquí, de nuestra tierra, y eso la gente lo valora mucho”, explica. Asimismo, destaca que el trato con los comerciantes es “muy bueno. Nos conocemos de siempre y saben lo que gastamos y lo que necesitamos. Cuando alguno de ellos lleva semanas sin pasarse por la tienda, nos preocupamos”.
“Recuerdo desde niño los paquetes de Pascual por la tienda. Siempre han estado. Elaboran productos de calidad, de aquí, de nuestra tierra, y eso la gente lo valora mucho”, explica David Delgado.
Una red de confianza
Ahí es donde compañías como Pascual y su distribuidora Qualianza marcan la diferencia. Su modelo de distribución mantiene una red comercial cercana, con visitas presenciales y un trato humano. “Es más que una relación comercial”, dice Juan Carlos Pérez, comercial de Qualianza. “Es una conexión basada en la confianza. Conozco a cada tendero, sus hábitos, su clientela… No solo vendo, también asesoro qué productos pueden funcionar mejor o qué promociones pueden ayudarles”.
Esa relación personal sostiene una red invisible que une a productores, distribuidores y tiendas, y que hace posible que los productos lleguen puntualmente a cada barrio. Para David, mantener viva esa red es esencial ya que apunta que “el comercio da vida a los barrios. Si cierran las tiendas, las calles se quedan muertas. Cuando los locales apagan las luces por la noche y ves todo cerrado, da tristeza. Falta algo. Las tiendas hacen que el barrio tenga movimiento, conversación, seguridad… vida”.
Aunque reconoce que el relevo generacional es uno de los grandes retos porque “es un trabajo duro que requiere muchas horas y no suele llamar la atención de los jóvenes”, también cree que hay margen para el optimismo: “la gente joven que ya tiene hijos o algo más de estabilidad está volviendo a las tiendas de barrio. Valoran la calidad, el producto local, la confianza… Igual no hacen toda la compra, pero sí vienen a por cosa concretas, y cuando entran, siempre se llevan algo más”.
Al final del día, a las 8 de la tarde, cuando David cierra su persiana para irse a descansar, resume la jornada con una palabra: agradecimiento. Es consciente de que gracias a la gente que sigue comprando en su tienda puede seguir adelante y, además, lo hace con gusto porque “cuando la gente es amable y viene casi todos los días se convierten en amigos, no en clientes”.

Las tiendas de barrio son mucho más que un mostrador y una caja registradora: son pequeños pulmones urbanos donde aún late la vida cotidiana. Entre sus estanterías se cruzan generaciones, se sostienen rutinas y se tejen cuidados invisibles. Cada tienda es un latido y una oportunidad de conservar el comercio que mantiene vivos nuestros vecindarios.

 
                                    


 
 



