La enfermedad no grita dolor, sino una soledad que lleva tiempo esperando ser escuchada. A veces, la vida se encarga de ponerte frente al espejo y obligarte a cambiar el rumbo. Para Fernando Sánchez, ese punto de inflexión llegó con la muerte de su padre. Lo que comenzó como una herida profunda terminó siendo el inicio de algo inesperado: una nueva vocación.
Formado en comunicación social, comercio internacional y mercadotecnia, Sánchez nunca imaginó que su destino se alejaría tanto de los números y las estrategias de mercado. “Me ha ido mejor en todos los aspectos desde que decidí dedicarme a esto”, confiesa con una serenidad que solo tiene quien ha pasado por dentro el fuego. Hoy, se define ante todo como un ser humano en búsqueda constante, alguien que aprendió que el cuerpo también habla… y que hay que saber escucharlo.
La biodesprogramación: sanar desde el origen

Detrás de su método —la biodesprogramación— hay años de observación y una base teórica inspirada en el médico alemán Ryke Geerd Hamer, que exploró la conexión entre emociones y enfermedad. Pero Sánchez le ha dado un enfoque más humano, menos rígido. “Detrás de una enfermedad, siempre, siempre —100 de 100— hay un evento dramático, inesperado, vivido en soledad y sin solución”, repite con firmeza.
Su técnica consiste en buscar ese momento “programante” que quedó grabado en la memoria biológica. “Nosotros no sanamos a nadie —aclara—, solo dejamos la información para que la persona decida qué hacer con ella. La única condición es que esté consciente y quiera hacerlo”.
Lo dice despacio, casi como quien da una llave y te deja decidir si abrir o no la puerta.
Cuando el cuerpo dice lo que calla la mente

Una de las ideas más sorprendentes de Sánchez es que la enfermedad no aparece en medio del conflicto, sino cuando por fin se resuelve. “La mayoría de los síntomas surgen en la fase reparativa”, explica. “Estamos acostumbrados a pensar que sanar es complicado, pero en realidad puede ser tan simple como entender qué nos dolió y permitirnos resolverlo.”
De ahí que la biodesprogramación relacione cada zona del cuerpo con un tipo de conflicto emocional.
- Espalda y hombros: las cargas que no son físicas, sino emocionales.
- Brazos: el deseo o rechazo de abrazar.
- Tobillos: la duda entre avanzar o quedarse quieto.
- Caderas: la sensación de querer “quitarse a alguien de encima”.
- Cuello: la dificultad para decir “no”.
- Migrañas: una herida en la autoestima intelectual. “¿Cómo lo solucionas? Deja de querer tener la razón. Es así de sencillo.”
- Muñecas: el dolor de quienes ayudan demasiado y sienten que los demás no responden igual.
“Cada síntoma tiene su historia”, dice. “El cuerpo no miente, solo traduce lo que la mente no se atreve a decir.”
Herencias invisibles: sanar lo que viene de atrás

Pero no todo lo que cargamos es nuestro. Sánchez también trabaja con lo que llama el árbol transgeneracional, esa red invisible de memorias familiares que puede influir en nuestra vida. Habla del síndrome del yacente, cuando alguien nace en el mismo mes en que un antepasado murió trágicamente.
“Esa persona carga tristezas sin motivo aparente, se viste de negro, evita celebrar su cumpleaños… vive en un luto inconsciente.” Para el inconsciente, esa persona “es” el que murió, y vive la vida del otro sin saberlo.
Para romper ese patrón, propone un acto simbólico y profundamente sanador: escribir una carta a los ancestros. Reconocer su historia, agradecerla y prometerles que se honrará la vida siendo feliz. “Sé que todo va a cambiar. Se va a mover todo para bien. Te va a cambiar la energía y lo vas a notar desde los siguientes días.”
La terapia como espejo del alma

Para Fernando Sánchez, ser terapeuta no es un trabajo, sino una forma de acompañar. “Los terapeutas de hoy somos los brujos o chamanes de antes”, dice sonriendo. “Nada, pues invitarlos a que autoindaguen. No se queden con eso de ‘así es la vida que me tocó’. Indaguen.”
Su mensaje final suena a verdad sencilla, de esas que se entienden más con el corazón que con la cabeza:
toda enfermedad es una historia que el cuerpo necesita contar. Escucharla, sin miedo, puede ser el primer paso hacia una vida más plena.

 
                                    



 
 



